Dos rumbos económicos

Viene la diferencia de criterio sobre el manejo de la economía. Viene la diferencia del impulso de economías avanzadas del orbe a remarcar otra salida de crisis como las ha experimentado el mundo y todas las naciones,...

5 de julio, 2020

Viene la diferencia de criterio sobre el manejo de la economía. Viene la diferencia del impulso de economías avanzadas del orbe a remarcar otra salida de crisis como las ha experimentado el mundo y todas las naciones, unas más de cerca que otras y siempre algunas más expuestas. Tal vez la guerra y las pestes han dejado huella más profunda en el mundo antiguo, pero la adaptación y recopilación de las experiencias no nublan horizonte de países viejos y nuevos. Las crisis de esta modernidad eso son, y por tanto su prevención estriba en los mismos mecanismos de defensa, crecimiento y reservas.

Las economías nunca reúnen pasos seguros, nunca pueden anticipar quebrantos con daños colaterales; pueden, no obstante, reunir todos los elementos que conjugan una economía, específicamente los equilibrios necesarios en las funciones productivas. En la macroeconomía la observación de ahorro e inversión es etapa primordial de apreciación global. Una segunda etapa es la vigilancia de mercados internos, simple equilibrio de oferta y demanda de bienes y servicios. El siguiente equilibrio radica en los precios y por ende estricta vigilancia de la operatividad monetaria. 

Cuando pasamos al libre juego de interpretación de mercados y competencia, entramos en el terreno de los costos, la especialidad y la eficiencia. De esta área despega la comparación y la selección. De la comparación se deriva un margen que separa costo de precio de venta y un concepto de rentabilidad, concepto que permite creación de utilidades y un proceso de reinversión. De la selección se desprende la conquista de nichos u oportunidades de mercado. 

Esta última fase descrita es microeconomía y en ella radica la expectativa de crecimiento de la economía. Los agentes económicos operan en esta fase y todos sin excepción se convierten en efecto multiplicador de utilidades; todos, sin excepción, forman parte de una cadena productiva, aportando materia prima, agregando valor en la mano de obra, agregando al costo total sobre el que se impondrá un precio de mercado, precio que a su vez interactúa con otros precios en un agregado que se denomina oferta. En esta primicia se sitúa la competencia.

Las economías progresistas operan con estas bases, unas veces son valores entendidos, otras, más pactados. El desecho de fronteras y barreras arancelarias ha contribuido a un efecto de globalidad y lo más importante: al ajuste de costos y precios equivalentes para en la oferta geográfica disponer de ventajas de cercanía y transporte para igualar circunstancias de competencia. En esta circunscripción, México ha desarrollado especialidades en diversas áreas y ha asimilado los requerimientos en sus debilidades para acudir a la importación de lo carente. Ese es el objetivo de una globalidad: abastecer excedentes y cubrir necesidades de otras entidades oferentes. 

La transición que ahora gobierna el país no ha contemplado estas miras y por tanto ha abandonado la premisa inicial de la función macroeconómica por principio. Todo lo mencionado anteriormente está guiado al equilibrio, desde el ahorro y la inversión. Es muy importante señalar la función de ahorro no como una imposición desde el poder para restringir el gasto; el ahorro se da como una función de captación de los mercados de dinero, base y sustento para dar margen al sector crediticio y crear una revolvencia económica de recursos siempre destinados a la función productiva, la inversión.

El ahorro que ha estimulado esta transición ha alterado sensiblemente la conceptualización del gasto público y lo que ha llamado “austeridad” no se ha convertido en tal; el reacomodo de partidas presupuestales ha dejado en franco desamparo programas de cobertura social probados y necesarios y ha destinado recursos a proyectos que no corresponden a renglones de gasto ni a la creación de infraestructura. Esta interpretación se convierte en oferta forzada sin demanda. De tres conceptos de desvío de recursos del gasto de la nación, uno tal vez sería contemplado con visos de demanda, el aeropuerto, pero la asunción de deuda inexistente para crear mayor endeudamiento público no lo justifica. 

Otra interpretación errónea en este supuesto planteamiento del gasto de la nación radica en la dádiva, la premisa que subjetivamente sustenta anteponer la necesidad del pueblo y su pobreza y ubicar en un reparto discrecional un supuesto potencial de consumo para reactivar demanda de bienes y servicios y calificarlo como ingreso. Nada más alejado de la realidad económica. En este espacio se ha advertido que un reparto de recursos es una simple transferencia de la riqueza de la nación y por tanto es un alejamiento de la cadena productiva. El reparto de riqueza no conforma creación de absolutamente nada y nunca será un estímulo de mayor ingreso o nivel de vida como aspiración individual.

La responsabilidad del empleo no es correspondiente al ejercicio de gobierno. El gobierno no es parte de la función productiva como tampoco le corresponde ser parte de la microeconomía. La microeconomía radica en particulares y en agentes económicos en la mediación de activos financieros. El gobierno no debe ser empresario y las razones son muy simples: la concepción de riesgo se altera cuando las bases de capitalización y de competencia no corresponden a las mismas circunstancias de la empresa privada. Aquí entra la fase de uso discrecional del gasto público. Otra poderosa razón sería ignorar, como hace esta transición, el sustento y viabilidad de proyectos y plazos de recuperación. 

La apreciación de la economía mexicana está a la vista del mundo. El fracaso económico de esta transición es evidente y medido. La medición obedece a los parámetros del mundo moderno por más que se quiera desviar esta interpretación. Las apuestas, por que en eso se han convertido las políticas económicas seguidas sin proyecto, han derrumbado la invitación al capital y han trastocado la confianza. La expectativa de crecimiento sin pandemia está totalmente anulada. 

En 18 meses, el rumbo de México no solamente ha cambiado, es incierto, es sombrío y lleno de obstinaciones. Se rompieron los equilibrios. El rumbo del orbe contempla la recomposición. Dos rumbos económicos presenciamos. El de la recomposición de la economía de momento no es el nuestro.

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