Por alguna razón podemos imaginar el arribo de un gobierno populista, un gobierno improvisado sin ninguna acción de gobierno y sin ninguna experiencia, encabezado por un hombre que idealizaba prefecturas más que responsabilidades; que idealizaba las grandezas más que las cimentaciones; que también idealizaba las grandes proezas más que las situaciones y las justificaciones, y finalmente idealizaba la idea de una grandeza cifrada en la omnipotencia y la disposición de arcas repletas de dinero, del circulante añorado como meta y reducto de displicencia. Eso ya podemos aseverarlo y no imaginarlo. Podíamos también imaginar el logro del poder acompañado de la mano que dicta acomodo y reparto, que dicta sentencia sin destino y endoso sin cuestionamiento.
Viene, desde los primeros días de gobierno, no obstante, la realidad, la ubicación de una fórmula dinámica que resta la demasía por el orden, que disminuye la discrecionalidad de uso del recurso público para enseñar que nada es cautivo en la agenda pública, que nada carece de horizonte en vigilia. El sueño se truncó, el sueño del señorío elevado a la percepción de disposición, a la imaginaria de la riqueza forjada en los años que despejaban una lucha irredenta en la dispersión de la palabra empeñada en un gobierno rico, en la lucha cifrada con el estandarte inerme de defensa de un pueblo pobre. Los años de lucha daban cuenta de la fórmula reversible de una hegemonía invisible en la redención del recurso de una nación para acomodar un discurso ramplón y saquear la hacienda pública para el reparto de los que menos o nada tienen.
Si imaginamos que el frentazo fue estéril, el saqueo no lo fue. La sorpresa del desahucio no debiera ser nuestra, la sorpresa fue de la transición de gobierno misma. Las arcas no eran la epítome del señalamiento anclado en décadas de recomposición de un orden de gobierno que siempre ha sido perfectible, pero no condenable. Pero el mensaje nunca fue entendido o si lo fue, resultó fuera de lugar y proporción porque el gobierno en turno jamás recibió beneficio de duda. O bien, recibió con mayor amplitud el beneficio que la duda. Como fuere, se instaló el saqueo de los bienes públicos, reservas incluidas y bienes fideicomitidos.
Desde entonces y la cuenta llega a casi cuatro años, se ha instalado una confusión: para la marcha de la economía, una cuenta creciente es simplemente la consecuencia de una disciplina; para la transición en turno significa una situación de dominio o predominio. Para los agentes productivos es una tarea, para el gobierno es un juego de imposiciones. No es extraño en una interpretación popular o populista poner en apuesta, porque los modelos serios no se dan en un sistema populista, la aceptación de políticas públicas. En el populismo los beneficios son intrascendentes, lo importante a destacar es la inmediata aceptación del discurso que ampara cobertura pero no acción de gobierno. La inducción de respuesta anticipada es imposición y en el libre albedrío de la fórmula del capital esta no es necesaria porque la derrama del ingreso y por tanto bienestar, está descontada desde el proceso inicial de toma de decisiones.
Derivado de lo anteriormente expuesto, podemos entender la necesidad de la centralización del poder o por expresarlo en forma diferente, la urgencia de centralizar o acaparar el proceso de toma de decisiones sin consulta de partes y de pares menos aún. Esto constituye la otra fase del populismo: el dominio o predominio del recurso. En el populismo predomina la verticalidad de las decisiones, por tanto, se ignoran las posibles desviaciones a las diferentes ramas de la administración pública. Esto hace que la operación de las decisiones, su implementación y utilización del recurso se traduzca en ineficiencia. La consulta perpetua a la expresión absoluta de poder no puede abarcar la extensa gama de bienes y servicios de todo un aparato estatal.
Por otro lado, la derrama del bien público se sujeta a intermediación y libre disposición del recurso, naturalmente estimado en su dimensión de captura más que en la eficiencia de destino; por ello, la creación de un vehículo de corrupción es inevitable. Más allá de las imperfecciones en el simple traslado del recurso, en esta transición no se ha logrado un padrón confiable en ninguno de los programas que sustentan Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro y el gran fracaso desde su concepción hasta su implementación, ha significado un quebranto para la nación.
El discurso del presidente siempre ha sido de confrontación y lejos se encuentra el avenimiento de voluntades desde otros sectores, iniciando con los medios y terminando con los productivos. No es posible tomar la vía de la negociación ante una mente tan obcecada en modelos improductivos y agotados. Los espacios de poder no se contemplan en el plano de la obsecuencia y la concesión, simplemente se dan en el terreno de la imposición o el dominio. Así lo ve el presidente o así prefiere verlo; para su retórica y su plan de gobierno, si lo hubiere, no existen espacios compartidos, no existen escenarios que llenan unos y otros, existen los espacios de acción de unos y los de otros. La esfera gubernamental para la concepción del presidente radica en términos absolutos.
La mala noticia para el presidente es que el camino de las imposiciones está sembrado de razones que retan el absolutismo; también están las instituciones como también están las reglas de participación vigentes en tratados y acuerdos, en foros internacionales y en organizaciones en donde el predominio se encuentra tan repartido que borra la prevalencia y alienta el avenimiento y la comunión de ideas universales y aceptadas. Entonces, el gobierno rico del discurso era simplemente el denuedo; el pueblo pobre nunca fue consecuencia de la supuesta riqueza. El gobierno rico se extingue en políticas antagónicas de esta transición; el pueblo pobre se multiplica y el predominio quedó en una imaginaria que nadie avala y que nadie sustenta porque el camino de una nación nunca lo soluciona el predominio.
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