De precios de petróleo y subsidios

“El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros del petróleo el diablo”. 一Ramón López Velarde (1888-1921).

7 de marzo, 2022

De la invasión de Rusia a Ucrania desde luego existen repercusiones en materia de abasto; tal vez la cadena más relevante sea en energía y de ella se derivan precios elevados por barril de petróleo. Esto se está tomando como una buena noticia para México por considerarse un rango de cien dólares por barril de la mezcla mexicana y no lo es. Si estimamos un consumo diario promedio de gasolinas de 600 000 barriles, entonces debemos enfrentar las dos terceras partes de importación. No es este panorama el que revierte la bonanza de los precios; el problema es más complejo.

Si revisamos el universo de PEMEX, primero que nada debemos resaltar no solamente el terreno perdido en tres años de gestión de esta transición. La petrolera dejó de refinar hasta el 2018 para concentrarse en exportación de crudo; reunía una utilidad razonable en el sentido de abonar al abandono paulatino de la refinación, dejar en manos expertas la exploración de aguas profundas y nutrir la demanda de gasolinas con importación. Esas tareas se revirtieron bajo una premisa por demás falsa: el autoabastecimiento. Una vez determinada esta política errónea de inicio, se ha tratado de reequipar seis refinerías obsoletas y anticuadas. 

Un error de visión de inicio en política petrolera ha arrastrado una cadena de pérdidas de operación y la no recuperación de los costos se ha traducido en dos vertientes, ambas inoperantes: gasto público y deuda. Lo primero naturalmente afecta la posibilidad de inversión pública, entre otras actividades que para esta transición juegan un papel secundario o nulo. Lo segundo no obedece a un plan de negocios o de recuperación gradual de flujos de repago. PEMEX, es preciso decirlo, no tiene ningún horizonte de recuperación bajo el esquema con el que opera. 

Si la petrolera se ajustara a principios de finanzas no debería seguir operando; sus pasivos en cualquiera de sus plazos nunca serán cubiertos por su fase operativa. Su patrimonio ha sido dilapidado dos veces y media en tan solo tres años. Habría que sumar vicios acumulados en materia laboral, sindical y una carga excesiva de jubilación. Este gobierno apostó a una actividad por demás improductiva en la refinación y la construcción de Dos Bocas viene a coronar un desastre colosal y con un desperdicio que todavía no termina y acumula más de doce mil millones de dólares para una producción de un poco más de 300 000 barriles diarios si alguna vez se da su puesta en marcha.

Ahora, parece que los precios tan elevados del crudo en el mundo pretendieran desvelar otra fase más de inoperancia del modelo mexicano; para este gobierno, las deficiencias han aflorado desde el día uno con cancelaciones, encuestas e improvisaciones y naturalmente el resultado está más que a la vista: la economía está estancada, la inversión en rezago, la credibilidad por los suelos y la confianza desvanecida. Pero más allá del fracaso que alcanza visos de distracción por pandemia, crisis de ciertos mercados y ahora una guerra, está la meta insigne de esta transición: el petróleo. 

Se unen en la supuesta bonanza de los precios del crudo, las promesas de campaña jamás cumplidas en los precios de las gasolinas y casualmente revelan otra entraña más de una petrolera indemne e indefensa atrapada en sus costos y los costos que acompañan la importación tan debatida y supuestamente aislada del panorama de gobierno. Viene en la supuesta bonanza la factura que cobra muy caro el no contemplar la escena internacional de costos de extracción locales y foráneos para en esa mezcla todavía lidiar con la facturación a expendios y tratar de cuidar un precio desbocado al consumidor. 

Es en este juego de precios y costos en donde la nación se encuentra atrapada, por un lado se expande la noción de autosuficiencia, se equipan del mejor modo posible las refinerías construidas hace cincuenta años, se dedican recursos sin límite a la construcción de Dos Bocas en un pantano, se extiende la noción de una política de congruencia y vienen precios jamás esperados a desvelar el verdadero rostro de la ineficiencia del modelo. Y en este mar de precios y costos que jamás alcanzarán cobertura por más elevado que el precio se presente, se encuentra la fase oculta que la transición en turno pretende difundir: el subsidio.

Si el subsidio es una transferencia de recursos para cubrir una deficiencia entre costo y precio y si todavía añadimos un factor clave para compensar esta deficiencia en un impuesto especial para producción, entonces la fórmula que observamos con esta escalada de precios del exterior, ajenos a PEMEX como siempre han sido, revierte la posibilidad de que el impuesto mencionado beneficie al erario. Si repasamos historia reciente, el Congreso autorizó un monto de 5.49 pesos por cada litro de gasolina Magna, la más barata y de menor octanaje. Este impuesto denominado IEPS permitiría en cierto modo proteger la transmisión de precios desordenados al consumidor. 

Pero ahora, con el escenario de la supuesta bonanza, se insiste, los precios elevados son resultantes de la importación y para hacerlos viables al consumo, es preciso dejar de cobrar el impuesto. Por tanto, el supuesto subsidio desde luego no lo es, simplemente se le concede a PEMEX otra prerrogativa que debió ser del consumidor. Entonces, nuestra bonanza se abona al barril sin fondo que es y ha sido desde hace tres años PEMEX: Si lo expresamos en términos de política pública, el gobierno no cobra un impuesto, no hace ningún sacrificio en beneficio del consumidor, el posible beneficio del subsidio se pierde en la vorágine de los costos de la petrolera y nadie gana. El subsidio en resumidas cuentas no existe y todos perdemos por una política petrolera basada en un ideal inalcanzable, la autosuficiencia. 

 

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