En el contexto de la literatura universal, sobre todo antes de los años cincuenta del siglo pasado, era muy común que obras escritas por mujeres vieran la luz bajo un seudónimo, o bien, en el caso de matrimonios entre escritores, atribuidas al cónyuge varón. De manera similar ha ocurrido en otros quehaceres, aunque no son el caso que nos ocupa. Habrá, más bien que explorar el telón de fondo en estos escenarios: La violencia de género.
Según la ONU, este tipo de violencia se refiere a actos dañinos dirigidos contra una persona o un grupo de personas en razón de su género. Abarca una amplia gama de conductas, desde bromas pesadas hasta feminicidio. En fechas recientes leía los conceptos que la escritora estadounidense Rebecca Solnit vierte en su ensayo intitulado “Men explain things to me”, que de manera textual sería: “Los hombres me explican las cosas”. La anécdota a partir de la cual la profesional decide escribir esta pieza literaria es fantástica: En una reunión ella se topa con un personaje del sexo masculino; dentro de la charla él expresa saber que ella ha publicado un par de libros. Ella intenta hablar sobre los mismos; él la silencia mencionando que hay un libro que explica esos conceptos de manera extraordinaria. Despliega su cátedra frente a ella y no la deja hablar. Lo singular del caso es que el libro al que él hacía alusión con tanta autoridad está escrito por ella. Obvio decirlo: él no lo había leído.
Me causó simpatía este cuadro de teatro del absurdo que, las mujeres que desarrollamos el oficio de escribir, hemos experimentado muchas veces, toda proporción guardada. En lo personal no han sido una ni dos ocasiones cuando algún varón hace alusión a un texto escrito por mí, para descalificarlo: O por el contenido, o por el punto de vista, o por el estilo, o por la extensión. Es muy característico descubrir la forma en que señalan la obra, por el simple hecho de mi género. Lejos de cualquier vanagloria, considero que la experiencia de casi medio siglo de publicar en forma sistemática y en diversos medios, me concede cierto grado de autoridad en el quehacer.
En lo particular estoy más que abierta a críticas y sugerencias. No en vano mi gusto por participar en talleres de creación literaria que me han ayudado a crecer. Mostrar lo propio frente al grupo, abiertos a recibir todo tipo de opiniones, mejora los textos. Acojo las observaciones a sabiendas de que provienen de quienes, al igual que yo, buscan desarrollar el oficio de escribir. Es un juego parejo, de igual a igual.
Isabel Santa María-Pérez, en un estudio de 2021, hace énfasis en señalar que el “mansplaining” se considera una forma de machismo. Lleva implícita la idea de una superioridad intelectual en función del género. Cierto, los papeles de hombre y de mujer tienen un devenir antropológico desde época de las cavernas, cuando él salía a cazar y ella cuidaba la casa. El tiempo y la revolución de las conciencias ha permitido emparejar esas carreras. Sorprende entonces el afán machista de que la mujer no pueda aspirar a proyectarse abiertamente en público.
Luis Bonino, psicoterapeuta argentino radicado en Madrid, acuñó hace poco más de treinta años, el término “micromachismos” para señalar las conductas sociales que ponen en desventaja a la mujer en razón de su género. En México, por desgracia, conservamos costumbres que dan cuenta de una sociedad altamente machista. Un ejemplo de ello, que afortunadamente ya ha sido tipificado como delito, corresponde al caso de matrimonios infantiles, en particular en estados del sur, como Oaxaca o Chiapas. Niñas menores de 18 años abandonan el hogar paterno para convertirse en esposas de hombres, habitualmente bastante mayores que ellas, en no pocas ocasiones a través de un estipendio entre las partes. La modificación de la ley combate de manera frontal el peso de usos y costumbres de muchas comunidades, en particular rurales. Por otra parte, la semana pasada se creó para la Ciudad de México la Ley Malena, que tipifica como delito grave la violencia química, sancionándolo con hasta 12 años de prisión y reparación económica del daño. Habremos de recordar el caso de María Elena Ríos, joven saxofonista que en 2019 fue sometida por su pareja sentimental a agresión con ácido, lo que provocó serias lesiones corporales. Como ella misma señala, aparte del problema estético y funcional (en su caso para soplar el saxofón), está el problema económico por la falta de ingresos y el elevado coste de los tratamientos médicos, amén del daño emocional por la afectación en la imagen corporal y el aislamiento.
Más que la insistencia en incluir morfemas de igualdad de género como aquello que apareció en tiempos de Vicente Fox y que se ha extendido: “Niños y niñas. Maestros y maestras. Vecinos y vecinas”. Que en lo personal me resulta un atentado absurdo al buen hablar, además de un gasto de tiempo y saliva, pero, en fin, son cuestiones políticas que difícilmente van a revertir. Lo mismo con: “Ellos, ellas y elles”. ¡Vaya! Hasta en este momento en que escribo dichos términos multiplicados, el programa de la computadora me los señala como errores.
Como reflexión final: George Sand, escritora francesa del siglo 19, por cierto, un caso más de las literatas que publicaron bajo seudónimo, expresó: “Un hombre y una mujer son hasta tal punto la misma cosa que casi no se entiende la cantidad de distinciones y de razonamientos sutiles de los cuales se nutre la sociedad sobre este argumento.”
Buen punto para reflexionar… y para escribir.
Te puede interesar:
Las pequeñas cosas: monstruos
“Me agarra la bruja, ay, me lleva a su casa, me vuelve maceta y una calabaza” – La Bruja
noviembre 20, 2024Batalla sin perdedor
…cada noche me visto de tentación para hacer realidad la fantasía.
noviembre 18, 2024CARTAS A TORA 369
Cocatú es un extraterrestre que llega a una vecindad mexicana. Toma la forma de un gato y le escribe...
noviembre 15, 2024El Altar de Muertos y Los Cráneos
El Día de Muertos tiene orígenes prehispánicos y es tan representativa de la cultura mexicana que en 2003 la...
noviembre 14, 2024