Viajeros y turistas

¿Dónde se extingue el turista para ceder su lugar al viajero? Cada que subo a un avión me hago la misma pregunta. No es que me cause conflicto, de hecho, como decía Alfonso Reyes, si en la...

6 de abril, 2021

¿Dónde se extingue el turista para ceder su lugar al viajero? Cada que subo a un avión me hago la misma pregunta. No es que me cause conflicto, de hecho, como decía Alfonso Reyes, si en la naturaleza no hay nada en estado puro, tratando de lo humano, menos aún.

Capturado como Jonás en el vientre de la bestia, el pasajero se enfrenta a la duda y al desafío; sabe a dónde llegará, con cierta aproximación aunque nunca precisa, y la hora en que descenderá a tierra, pero no puede prever todo lo que se encontrará.

La diferencia entre el turista y el viajero es apenas una inflexión de actitud, un instante, una mirada que crea un cambio en el estar y el ser en un entorno distinto al habitual. El turista envuelve, conquista, desplaza y se apropia del lugar que visita; prístino e inocente puede convertir París en un enorme parque temático donde colecciona las “selfies” obligatorias, los clichés de rigor y los recuerdos consoladores (hasta el Marco Polo más experimentado puede ser víctima de esta tentación y tiene su encanto caer en ella de cuando en cuando).

El viajero, en cambio, aunque está hecho de la misma materia que el turista (asombro y curiosidad), sus proporciones cambian y también la preparación y, desde luego, los resultados. El viajero se rinde, sucumbe y se deja maravillar descubriendo aquello que los otros, apenados por un guía pendiente de los minutos que quedan en su horario de servicio, dejan escapar.

El turista es el hombre del telescopio: busca las enormidades, se guía por las estrellas y se maravilla con las magnitudes. El viajero, en cambio, pasa por el microscopio: se detienen en los detalles, sigue su intuición y se asombra con las cualidades, esto es, dos maneras distintas, pero no excluyentes, de ver el mundo.

El viajero observa los letreros con las nomenclaturas de las calles y no las guías de los hoteles, identifica los monumentos que no aparecen en ningún mapa porque se refieren a sus memorias y a sus lecturas, a lo que la vida le ha regalado y la manera en que la enfrenta; asiste a los espectáculos vedados para el turista: la situación de las sillas en la terraza de los cafés de Europa, por ejemplo, que no dejan de maravillarlo por la enorme sabiduría humana que encierra, las sillas no están envueltas al interior de la mesa como en un café comercial de la Ciudad de México, sino dirigido a la calle pues es ahí donde, al modo Calderón de la Barca, se presenta el gran teatro del mundo.

El destino juega con el viajero que, instalado en un café suspira, saca su diario de viaje, planea la jornada y de pronto se da cuenta de que con la pluma en la mano y la libreta abierta se ha convertido, sin querer, en uno de los clichés que el turista anhela ver cuando el camión del tour que ha pagado lo regurgite justo enfrente de la mesa del viajero; para ese momento ya ocupará anónimo lugar en varios álbumes fotográficos del lejano oriente. Pero a su vez, este hombre que ha guardado la libreta, ha leído un poco desea acudir al baño, y entrará al salón, pasará frente a la mesa que solía reservar algún escritor entrañable y bajará las escaleras para aliviarse. Al salir justo enfrente de la puerta del toilette, encuentra una encantadora vitrina en la que se exhiben las mismas tazas, platos, ceniceros y azucareros que acaba de usar; en su alma celebrará una diminuta y colosal batalla en la que el viajero será derrotado por la ambición acumulativa del turista y comparar dos juegos de café para llevar a casa como trofeo de la conquista emprendida esa mañana.

El viajero contempla el misterio de la belleza que consiste más en su facilidad de andar por el mundo con una comodidad infinita que en una sofisticación afectada, oficinistas que salen de sus empleos, jubilados que matan la tarde, algún empresario cerrando el último trato del día y el estudiante afanado en su lectura; de pronto su yo turista lo apremia para que corra al espectáculo recomendado sin el que el viaje no estará completo.

Y así, este Jeckill y Mr. Hyde, este Jano Bifronte, es cada uno de nosotros, en este viaje hermoso e indefinible al que llamamos la vida.

@cesarbc70

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