En la infancia me enseñaron algunos poemas de Netzahualcóyotl. Los he recordado siempre por su límpida visión del mundo, por su relación con la naturaleza, por su pureza tan distinta de lo rebuscado que suele traer consigo la poesía en lengua castellana. Amo mi propio idioma tanto como amo el mundo que me rodea porque solo puedo expresarlo y entenderlo por el lenguaje; amo del francés la dulzura, del inglés la precisión y del alemán la sonoridad; pero sobre todo, me embelesan los sonidos del zapoteco y del mixteco. Amo la diversidad de los mundos que tengo en la sangre, en los oídos y en la memoria, las coincidencias entre el hebreo y el árabe; la maleabilidad del griego. En fin, que no entiendo el mundo sin el cuidado de la lengua, sin el cultivo de todas las que nos dan identidad y rostro en México.
Al principio del presente gobierno, el Instituto Nacional de las lenguas indígenas (INALI) parecía tener su oportunidad de oro. Se publicó algún libro con algún texto en todas y cada una de las lenguas que se hablan en el país, no supe si alguien tuvo algún ejemplar en las manos, pero además de eso, significaba que al renacer las lenguas indígenas, al tenerlas como idiomas adultos, de cuerpo entero, dialogales y creativos, habríamos salido de las visiones paternalistas, turísticas y excluyentes que han caracterizado a las políticas dirigidas a los pueblos originarios desde que tenemos memoria. Parecía que el momento había llegado.
Pero a la cultura no le llegó su tiempo, han sido tiempos de otras prioridades. Lo cierto es que los fenómenos culturales no se pueden frenar ni siquiera cerrando la llave del presupuesto, cuando un elemento cultural se echa a andar conjuga muchas voluntades que actúan más allá del beneficio inmediato, es decir, que cientos, miles de ciudadanos se ponen a hacer pequeñas cosas que en conjunto pueden mover montañas sin necesidad que les financien o les regalen dinero, se convierten en cuestión de dignidad, de principios, de circunstancia humana.
El anuncio de una eventual fusión entre el INALI y el INPI vino a mover aguas que no teníamos necesidad de enfrentar. Verá usted, amable lector, ya estamos con el agua hasta el pescuezo de problemas para que además tengamos ahora que preocuparnos por todos los proyectos que se van a quedar en el aire, no digamos por la voluntad política, sino por obviedades tan elementales como la transformación burocrática de quienes deben realizarlos. Y es que, bueno, estamos en presencia de un movimiento de clubes de lectura, páginas literarias y presentaciones virtuales de libros que se llevan a cabo entre librerías, lectores, autores y promotores, que están haciendo un trabajo que la extinta promoción de lectura no hizo, eso crea conciencia, en su momento opinión y luego presión. Qué sucederá cuando los eternos marginados de la realidad, aquellos que acompañó Rosario Castellanos hace cincuenta años, cincuenta, adquieran la movilidad y la visibilidad que nadie les ha querido dar. Tenemos artesanos indígenas trabajando en Nueva York y en Europa, poetas mayas y miles cuyo trabajo se escucha y se visibiliza, ellos hablan por los que no tienen agua en las escuelas, vacunas para la pandemia ni caminos para comunicarse. No es broma, de verdad que poner en riesgo sus lenguas es tanto como poner en riesgo sus tierras y tarde o temprano, será una más de las presiones que el Estado deberá enfrentar.
Pocas cosas tan dulces hay como escuchar cantar en zapoteco. Para los mexicanos que se creen que solo el mariachi es patria, escuchar los huapangos en la variante huasteca del náhuatl es también convocar a los espíritus más antiguos de la patria, escuchar las voces que comenzaron a pronunciarse en nuestra tierra mucho antes del encuentro con Europa, pero cantados con instrumentos de origen italiano o árabe, como la guitarra o la vihuela, en sones que pueden rastrearse hasta las jarchas y los romances sefardíes, eso es hablar del México más y más profundo, eso es algo que una directriz burocrática no puede echar por tierra.
Seamos sinceros, el desencuentro del momento político estriba en que volvemos a las políticas clientelares, a las formas estamentarias justo cuando los movimientos ciudadanos han alcanzado la mayoría de edad y cuentan con los medios de comunicación suficientes para hacerse oír. Los pueblos originarios ya no son “el más pequeño” de los hijos de nadie, son pueblos connacionales con iguales derechos que no requerirán de ejércitos fantasmagóricos ni de revoluciones posmodernas; porque lo que se viene, cuando demasiado tarde nos demos cuenta que el olvido se ha transformado en rabia y la rabia encontró maneras eficientes de expresarse, será un desencuentro que tal vez no sepamos enfrentar en un contexto democrático y de derechos humanos.
Hubiera querido terminar el artículo con alguna frasecita en tojolabal o en mi adorado mixteco, pero no quiero pasar por impostor turístico. Algún día, cuando tenga los rudimentos básicos de ese idioma lo haré, por lo pronto me quedo con mi idioma, este en el que nos leemos, y digo, como Alfonso Reyes, que para las cosas de la razón la lengua es bastante.
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@cesarbc70
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