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Queirolo y el verdadero desengaño

El engaño puede llevarnos a la perdición, como bien se deja ver en el siguiente relato.

10 de febrero, 2022

Allá por el año 1991 una nota periodística no pasó de páginas interiores de los diarios locales y de uno o dos nacionales de no mucho prestigio. Los hechos se dieron en Nápoles, específicamente en la Capella Sanservero. Con el uso de mucha fuerza, numerosos carabinieris sacaron a un hombre ebrio que no quería retirarse de los pies de la inigualable escultura EL DESENGAÑO.

Por el temor de que hiciera daño a esa parte del patrimonio artístico de la humanidad, varias armas apuntaban hacia la cabeza misma de aquel Señor, de unos 65 años que lejos de mostrar una actitud hostil no hacía sino llorar. Ante la Policía, aquel hombre alegó ser el alma del personaje humano de la estatua; dijo que la escultura no había sido esculpida por nadie en el Siglo XVIII; Francesco Queirolo no fue sino un oportunista. Una mañana se encontró en el lugar con esa impresionante escena marmórea ya por terminada y que lo lógico y conveniente para él no fue sino adjudicarse su autoría, y además cobrar generosamente por ello.

Pero el hombre, vestido con andrajos y prendas no conocidas y vistas antes por nadie de los ahí presentes, aseguraba llevar ahí una vida de prácticamente ya cuatro largos y desesperantes siglos en pena. Un inmerecido castigo eterno debido al llamado de una Dama en forma de Ángel, que siendo lo más hermoso que había visto y escuchado en su vida, se sintió irremediablemente atraído hasta ella. La siguió hasta el interior del recinto. Ya ahí adentro le ofreció un jugo de naranja; éste ya sin voluntad e imbuido por una especie de hechizo, tomó del vaso ofrecido, momento en el cual la querubín lanzó una red bastante bien hecha y pesada sobre su persona, dejándolo inmovilizado, y lo peor, en menos de cinco minutos él veía cómo ese Ángel alzaba intempestivamente el vuelo, dejando solo la representación de su figura convertida en mármol. Al intentar quitándose la cada vez más dura y fría red de encima, de pronto se supo por entero inmovilizado. Media hora después se enteró de que él era ya también de piedra: un hermoso mármol, junto al ser más bello que hubiese podido conocer en vida; ella solo con la engañosa y falsa belleza física, abstracta y petrificada, pero él con pausada y desesperante vida, relativamente eterna y de sentimientos plenos. Su único consuelo era cierto narcisismo complacido por tantos y cada vez más, elogios que escuchaba cada día en mayor cantidad y calidad hacia él. Y con el tiempo supo que gozaba de indiscutible fama mundial, fama que en su anterior forma humana, sin duda alguna, sería inimaginable.

Ya en el vehículo de la policía napolitana, el hombre, según las crónicas periodísticas narradas por el reportero de nota roja ahí presente, imbuido aparentemente por el exceso de alcohol, afirmaba sentirse turbado y lo que le seguía por su inenarrable e irreparable realidad, pero que su vida cobraba sentido de dos formas: una recibiendo adulaciones continuas durante siglos, y la otra, sin duda más mundana aún, confesando un enorme placer al escuchar muchas conversaciones interesantes y personalísimas de los visitantes a la Capella Sansevero, algunas incluso de caballeros acompañados en ocasiones por sus distinguidas Damas. Algunas conversaciones eran inconfesables y otras incluso divertidas. Una vez que llegaron a la comandancia se suscitó la sorpresa de todos los presentes: el extraño napolitano detenido había desaparecido de forma abrupta y definitiva. Nunca había sido una obra de arte renacentista, ni tampoco amor lo que provocó que se acercara al ser alado cuatro siglos atrás; todo había sido un embuste con consecuencias dolorosas debido a la tan atípica duración de sus tan perniciosos efectos.

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