¿POR QUÉ PAGAR POR LO QUE ES MÍO?

Alguna vez fui un hombre ambicioso que buscaba la manera más segura y pronta de lograr mis objetivos de fama y riqueza en los estándares más altos que un mortal puede escalar. Era un ser como el...

9 de febrero, 2021

Alguna vez fui un hombre ambicioso que buscaba la manera más segura y pronta de lograr mis objetivos de fama y riqueza en los estándares más altos que un mortal puede escalar. Era un ser como el grueso de la sociedad: con un trabajo modesto y vida limitada económicamente hablando; mi personalidad no brillaba en lo malo menos en lo bueno. Pero mis ambiciones eran de proporciones grandes: buscaba la fama, el poder y el dinero de los hombres más destacados del mundo. Sin embargo, sabía que en el medio que me desenvolvía a lo más que aspiraría era a ser un individuo más pasando por el mundo.
Mi sed codiciosa y egoísta me fue llevando a cometer ilícitos para enriquecerme de una forma rápida y monumental, pero la fama y el poder no me acompañaban, deseaba que todas las miradas estuvieran en mí y que los más poderosos se inclinaran ante mi persona.
Sentado en un bar, pensando que no era suficiente lo que ya había logrado, exclamé en voz alta que vendería mi alma al diablo por obtener el poder y la fama que deseaba. De pronto, un hombre que estaba a mi lado me preguntó: “¿Qué es tan importante como para ofrecer el tesoro más valioso que nos ha dado la vida a satanás?”.
Extrañado por la intromisión del oyente le contesté: “Tengo, como puede ver, el dinero y las comodidades que he deseado; sin embargo, mi vida no la siento completa, pues soy invisible ante los demás y mi aspecto no inspira autoridad. Pienso que para ser un hombre completamente realizado hay que tenerlo todo: dinero, poder y respeto”.
“Pero me gustaría saber –continué– quién está tan interesado en mi comentario. ¿Quién eres tú, insignificante ser, para cuestionar mis deseos de grandeza y superioridad?”. Sonrió y mirándome a los ojos me dijo ser un gran jugador, destacado por retar a las mentes más brillantes y a los hombres más valiosos.
“¿Cuál es tu nombre?”, pregunté. Me contestó: “Mi nombre no importa porque es más común de lo que te imaginas, pero te diré que en mi juego solo entran los más importantes y los más desafiantes, un juego en el que se gana todo o se pierde todo, pero al entrar en el desafío tu destino está marcado. Tú que tienes mucho dinero ¿estarías dispuesto a jugar toda tu riqueza y bienestar por la fama y el poder?”.
Contesté: “Sí, pero ¿cómo estoy seguro de que si gano obtendré lo que me ofreces y no solamente te quedarás con mis riquezas?”. Mi interlocutor afirmó: “La naturaleza de mi juego es muy sencilla, te lo explicare: no juego a ganar sino a que pierda mi retador. De esa manera llega mi triunfo sobre ti”. “Sigo sin entender –le dije al hombre como alguien tan simple puede desafiar a los más valiosos–, tu aspecto es como el de cualquier persona que me rodea: no pareces ser lo que dices”. A lo que él me contestó: “Es porque somos muy parecidos por eso no ves la grandeza de mi ser. Pero te diré que tengo el dinero para comprar al más honesto, las palabras para hacer caer al más inteligente, y la mirada para seducir al más casto”.
Solté una carcajada. Le dije que trataría de creerte y que me respondiera cuándo empezaríamos el juego. La mirada serena del jugador provocó que mi risa cesara y me contesto: “El juego empezó desde que invocaste mi ser”. “Estás loco amigo –le conteste–, ahora me dirás que eres el mismo Lucifer”.
“La incredulidad de tus palabras –prosiguió el hombre– son las que me trajeron a ti, la sed de tus ambiciones invocaron mi persona”. Con temor comenté: “¿Entonces aceptas mi alma a cambio de lo que deseo? ¿Es un trato?”. Me dijo: “Ahora el que ríe soy yo: el trato no existe”. “¿Cómo que no existe? Tú dijiste que jugaríamos tu juego” lo cuestioné. “Mi juego lo empezaste desde el momento que tu ambición fue desmedida tu riqueza ilícita, desde instante que no te importó a quién pisotearas incluyéndote a ti mismo para obtener lo que deseas. Esa es la naturaleza de mi juego”.
Volví a reclamar: “Pero dijiste que pagarías un precio por mi alma”. “Ahora soy yo quien ríe –contestó–, permíteme presentarme: soy de buenos modales y de gran riqueza, te pido un poco de respeto y sensibilidad ante mi persona, ahora te diré dónde estuve. Vi cómo negabas la cuna que te vio nacer, la vergüenza que sentías al mostrar tus raíces. Estuve cuando deseaste la mujer de tu mejor amigo, yo ordené los papeles cuando compraste ilegalmente esa propiedad y te ayudé a quitarle esa venta millonaria a tu compañera, aquella madre soltera que mandaste a la quiebra por arrebatar su trabajo. Estoy presente en cada peso que niegas al necesitado, y si esto no es suficiente, fui cómplice de Eva cuando Adán cometió el pecado. He estado en el principio de los tiempos. Fui quien inspiró el sentimiento de la envidia al desasear lo que no era mío y querer superar a mi creador. Ahora yo te pregunto: ¿por qué pagaría por lo que ya es mío desde el principio?”.
Incrédulo contesté: “Pero no veo tu imagen diabólica”. Sonrío y dijo: “Recuerda que me visto de oveja y mi mejor imagen es la tuya obsérvame y veras que somos idénticos pues soy tu reflejo y estoy hecho imagen y semejanza tuya, esa es la naturaleza de mi juego”.
Pregunté: “Entonces ¿nunca has pagado un precio por un alma; es un mito?”. “Así es la gente, se confunde y caen en mi juego las almas míseras como la tuya. Con cualquier obstáculo pequeño se derrumban y las almas más puras y fuertes las tiento con tragedias y engaños. Pongo en sus manos sus deseos más bajos y banales para hacer que caigan; esas tampoco se pueden comprar, solo se pelea por ellas, pero algunas poseen un carácter y fe tan fuertes que no se doblegan, de esas pocas y como la tuya está lleno mi ejército”.
Una nueva pregunta se vino en mente: “¿Por qué existes entonces?” Con mirada penetrante a los ojos, me dijo adivinando mi pensamiento: “Porque la vida es un balance si hay luz hay obscuridad, hay día hay noche, hay amor hay odio, los dos coexisten porque uno sin el otro no puede vivir y, te vuelvo a repetir, esa es la naturaleza de mi juego. Sin embargo tú tienes la gracia del libre albedrío y es tu responsabilidad como lo uses, al final tú cosecharás el fruto de tus decisiones; yo solo soy el juez de todo el mal que generes”.

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