Aunque fue editada en 2021, acabo de terminar la lectura de Los vencejos (1), de Fernando Aramburu. Si planeas leerlo y no te gustan los spoilers, es decir, si te molesta que te sean revelados aspectos de la trama y del desenlace de una historia de ficción, será mejor que no continúes con este artículo.
El planteamiento es simple. Toni, harto de una vida gris y sin expectativas, decide, de la nada, suicidarse un año después. La novela cuenta los doce meses que transcurren desde que toma la decisión hasta llegar el día en que habrá de «morir voluntariamente».
A lo largo de sus 698 páginas Toni explora su niñez, el resentimiento –mutuo y plenamente correspondido– que siente por su hermano, el miedo, desprecio y admiración que sintió hacia su padre y en general los sentimientos encontrados y polares para con todos aquellos que han formado parte de su vida.
Dentro de las virtudes de la novela está la sencillez con que está escrita, la carencia de sentimentalismo melodramático, los capítulos cortos y la vocación de verdad que el narrador muestra respecto a sus verdaderos sentimientos en cada pasaje y contexto de su vida. Así podemos ver el amor-odio que ha sentido a lo largo de los años por su hijo, por su exesposa Amalia, por sus padres, hermano, cuñada y cada persona con la que se topó en su vida, pero, sobre todo, hacia sí mismo.
Otro aspecto que resulta conmovedor es la forma como Toni comienza a deconstruir su vida. Una vez que ha decidió morir, puesto que, sin decirlo expresamente, considera que su paso por este mundo ha sido un fracaso en todos los sentidos, dedica el año a poner sus recuerdos por escrito, a descargar su alma pero también a disolver su existencia material. Poco a poco se deshace de sus pertenencias; deja libros en los parques, abandona vajilla, enseres de la casa, ropa… pieza a pieza se va liberando de todo lo que le pesa, hasta vaciar de todo su departamento y apenas dejar una pequeña herencia para su hijo, a quien no queda claro si busca favorecer o vengarse de él con su partida.
Considero que la novela es, en gran medida, una oda a la amistad. Su vínculo más importante es con quien apoda «Patachula», por haber perdido un pie en los atentados de Atocha, que tuvieron lugar el 11 de marzo de 2004 en distintas estaciones de tren de Madrid. Su relación con Patachula y con su perra Pepa es lo único realmente valioso de su vida, cuando menos hasta la reaparición de Águeda, una mujer con la que rompió sentimentalmente veinte años atrás, y que se vuelve determinante para el desenlace de la historia.
También resulta afortunado que Toni relacione su partida con la aparición de los vencejos, ave que vuela de manera ininterrumpida durante diez meses del año –incluso suele dormir en el aire– y que vuelve sólo durante dos meses para poner los huevos y preparar a sus crías para emigrar.
La novela es también una reflexión respecto a la posibilidad de reencarnar en vida, a lo deseable que es descargarse de todos los lastres que hemos acumulado, romper con prejuicios para abrirse el verdadero amor y permitirse volver a empezar desde cero, renovando la propia vida desde una postura esperanzada.
Dentro de los inconvenientes del texto, el que me pareció mayor fue la extensión. Casi 700 páginas para resolver un conflicto que si bien es existencialmente potente, resulta narrativamente simple: ¿se mata o no se mata? ¿Se reencuentra o no con Águeda? Puesto que son muy pocas las cosas que le ocurren en el presente y tienen verdadero peso dramático en su vida, el despliegue de decenas de pasajes ubicados en el pasado remoto, que además carecen de solución o influencia puesto que está divorciado, sus padres han muerto y con su hermano no se habla, dan una sensación de estancamiento. Es evidente que alguien que ha tomado una decisión como la de Toni lo que hará durante el tiempo que le queda será reflexionar acerca de los actos y decisiones que lo han llevado hasta ahí. Pero no se trata del testimonio “real” de un suicida sino de una obra literaria, que si bien debe simular ese periodo reflexivo, conviene que no lleve al lector a preguntarse constantemente: ¿y todo eso para qué? ¿qué mas da a estas alturas?
A mi juicio el problema radica en la estructura que decidió utilizar el autor. El personaje se planeta morir un año después y hacer un apunte diario, lo que, aun cuando sólo escribiera en promedio una página por día, condiciona el libro a una extensión mínima de 365 páginas. Mi sensación es que dicha estructura funciona como una camisa de fuerza que obliga al autor a separar un recuerdo o situación en varios apuntes a lo largo de varios días, lo que lo vuelve poco verosímil, pues los recuerdos no suelen fragmentarse de forma ordenada y secuencial. Uno no recuerda un fragmento de un pasaje de la vida para recordar al día siguiente la segunda parte y un día después la tercera. Y mucho lo hacemos con la misma intensidad y tono un día que otro y menos de forma sucesiva y perfecta a lo largo de tres o cuatro días, hasta completar el recuerdo en cuestión. Estoy convencido que una estructura más libre, donde el personaje hubiese podido escribir “cuando le naciera” hubiese favorecido a que los distintos pasajes de su vida se hubiesen narrado de un tirón, favoreciendo al ritmo y a la propia verosimilitud del personaje.
Este largo viaje lector me ha parecido una experiencia agridulce. No hay duda que Fernando Aramburu es un escritor de oficio y talento que ha creado un tapiz muy rico de experiencias existenciales, significativas y simples, y lo ha llenado de reflexiones profundas, consiguiendo que la vida intrascendente de Toni resulte interesante y nos atrape. Simplemente creo que una estructura distinta y una extensión menor habrían elevado aún más la calidad literaria de la obra.
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(1) Aramburu Fernando, Los vencejos, Séptima Edición, España, Tusquets-Colección Andanzas, 2022, Págs. 698

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