Se reconoce en forma tradicional, que el ser humano se halla compuesto de cuerpo, mente y espíritu. El primer elemento, esto es “el cuerpo” no genera mayor confusión. Aunque, claro, puede surgir complicación respecto a si la persona es igual con sus miembros íntegros que después de que ha perdido uno de ellos. Ahora bien, para la mente no deja de haber controversia, aunque en general todos coincidimos que se encuentra alojada en los órganos nerviosos dentro del cráneo. Aun así, con los avances en la investigación de neurotransmisores y sustancias citoquímicas, hay quienes amplían los conceptos y conceden a órganos tan distantes y diversos, como los intestinos, funciones fundamentales con relación a la inteligencia del individuo.
Respecto al espíritu surgen, tal vez, las mayores polémicas. De acuerdo con las distintas religiones, el espíritu es el soplo divino que habita nuestro cuerpo, lo que la mayoría conocemos como “alma”. A partir de ese punto se amplía la perspectiva, para relacionar el término con lo que en francés se conoce como “l’âme”, principio espiritual del ser humano, que abarca lo intangible de nuestro ser.
A partir de lo anterior, entendemos que el ser humano posee elementos internos que le dan conciencia del mundo y de sí mismo, y que es a partir de esos elementos como la forma de ser y de actuar individual se va definiendo. Del mismo modo, así como nuestra actuación influye en el medio ambiente, ese mismo ambiente exterior impacta sobre nuestro yo interior para modificarlo o, en su caso, dañarlo.
Un buen ejemplo de esto último, es lo que sucede en estos momentos con relación a la invasión de Ucrania por fuerzas rusas y el riesgo latente de una guerra nuclear que, finalmente, nos perjudicaría a todos los habitantes del planeta. Esa angustia la sentimos, unos más y otros menos, dependiendo de diversos factores como nuestra ubicación geográfica, información de la situación política entre las naciones involucradas, y alcance de los misiles.Dependiendo del bagaje emocional que cada uno posea, se recurre a recursos que permitan conservar la necesaria paz mental para seguir adelante. Uno de tales recursos, aparte de la religión y la unión familiar, es el arte. Dentro de sus diversas expresiones el arte nos permite sosegarnos, suscribirnos a una armonía más allá de nuestro estado íntimo, para, en este caso en particular, conservar la esperanza de que la humanidad va a recuperar un estado de paz.
Aproximarnos a las posibilidades que nos ofrece la palabra escrita, equivale a ampliar nuestra esfera de conocimientos; percibir los hechos de un modo más extenso, y hallar en las líneas que leemos una suerte de sosiego. Dentro de los géneros literarios la poesía es tal vez la más sublime. Dice la escritora Selene Ramírez que “la poesía es música en palabras”. Además, nacida desde la emoción humana, nos conecta de mejor manera con otros, a través del tiempo y de la geografía. Sus figuras retóricas permiten al poeta profundizar en las emociones que expresa, en tanto al lector le otorga la libertad de asumir la poesía de acuerdo con sus personales significados. Todo ello es lo entrañable del género. Condiciones como temor, angustia, zozobra, soledad, entre muchas más, impelen la creación literaria en el poeta y conectan a través del lenguaje con lectores, ya sea contemporáneos o de tiempos futuros, para venir a coincidir en un punto cósmico en el cual ambos crecen.
Por citar alguno de los muchos poetas que vienen a la mente para consolarnos en un tiempo de turbulencia, me permito citar al gran Ernesto Cardenal, nicaragüense desaparecido hace un par de años:
Te mataron y no
nos dijeron dónde
enterraron tu cuerpo,
pero desde entonces
todo el territorio
es tu sepulcro
o más bien;
en cada palmo
de territorio nacional
en que
no está tu cuerpo
tú resucitaste
creyeron que te
mataban con una orden
de ¡fuego!
creyeron que te
enterraban
y lo que hacían
era enterrar una semilla.
En palabras de Octavio Paz: En cada obra late, en mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro.
Los actuales son tiempos de incertidumbre que todos padecemos. Desde los ciudadanos ucranianos que permanecen en su tierra como parte de la resistencia civil, hasta la madre de familia de cualquier país, quien se atemoriza pensando en los alcances de una guerra mundial. Aunada al temor se halla la impotencia: ¿Qué podemos hacer para revertir los acontecimientos…? Nos queda orar, invocar al espíritu que nos habita a todos, más allá de nuestras diferencias circunstanciales; abrazar a los nuestros y acercarnos a la poesía. Dejarnos impregnar por su esencia; hermanarnos; construir, desde todos los tiempos y las distintas lecturas, una paz más allá de las diferencias entre unos y otros. Una paz que nos cubra y que nos sane.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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