Los Olvidos | Parte 31

Al estar sentado frente a las dos cajas que guardaban tantos misterios, sin saber qué álbum revisar o cuál de los diarios leer primero, me sentía como un escritor perdido frente a una página en blanco sin...

30 de abril, 2021 Los Olvidos

Al estar sentado frente a las dos cajas que guardaban tantos misterios, sin saber qué álbum revisar o cuál de los diarios leer primero, me sentía como un escritor perdido frente a una página en blanco sin tener idea de cómo comenzar una narración.

Ya no se trataba de titubeos ni de temores, se trataba de haberme dado cuenta de que era yo un invitado privilegiado. Sentía la responsabilidad de ser respetuoso, delicado, no invasivo. Estaba consciente de que entre esas páginas no solamente estaban las crónicas y las imágenes de muchas vidas,  sino las vidas mismas suspendidas  en instantes que permanecían exactamente en el momento en el que fueron descritas, o en el que las imágenes fueron captadas; imágenes que por siempre, al ser redescubiertas, mirarían a su vez a quien las viera. Los diarios resguardan la más profunda intimidad de quienes los escriben; al abrir sus páginas presenciamos la desnudez de almas que de otro modo tal vez no conoceríamos.

Por eso en ese momento sentía la necesidad de conducirme con extraordinario cuidado, con delicadeza, lo más lentamente posible. Ahora que iba yo a adentrarme en los diarios y los álbumes que no había visto antes, me sentía como un niño que celebra el ritual inocente de desenvolver con asombro un regalo de Navidad.

Por fin había yo aceptado que el sendero recorrido hasta este punto, no era nada más el que cruzaba el jardín entre las palmeras de Los Olvidos, sino un camino mucho más largo, emprendido mucho tiempo atrás, cuando en mi infancia aquella casa a la orilla del acantilado despertaba algo más que mi curiosidad.

Me había costado trabajo reconocer que las muchas señales de las que los diarios y los álbumes eran la muestra más significativa, eran señales dejadas para mí.

Ahora que  estaba yo a punto de adentrarme verdaderamente en el contenido de aquellos diarios y de los álbumes, quería hacerlo de manera que ella supiera cuánto significaba para mí; quería que supiera que yo valoraba esta oportunidad con verdadera devoción.

Quería hacer todo esto como Doña Rosita me había aconsejado: sin prisa, con delicadeza, poco a poco.

Poco a poco como,  el Zorro al Principito en el cuento de Saint-Exupéry, cuando le dijo que para ser amigos, primero tendría que domesticarlo.

El Principito le preguntó al Zorro qué era domesticar, y el zorro le respondió que domesticar era crear vínculos; primero deberían irse acercando despacio y verse por el rabillo del ojo; así, hasta haberse domesticado y  ser únicos en el mundo el uno para el otro.

No estaba yo ahí para leer revistas impersonales como las que hay en las salas de espera de dentistas o estéticas, estaba ante un tesoro íntimo y vivo que me rebelaría secretos indispensables para poder reencontrarnos finalmente.

Se me había permitido explorar este tesoro para guiarme hasta un momento y un sitio al lado de la joven con quien estaba vinculado desde muchísimo tiempo atrás, mucho antes que sus palabras surgieran ante mis ojos; mucho antes que yo llegara hasta la puerta de Los Olvidos pidiendo entrar.

En los álbumes que tenía frente a mí, habría  imágenes como las que habitaban los álbumes de mi infancia y mi adolescencia; recuerdos que al ser vistos, cada vez brotaban y resurgían así fuera por un instante.

Los diarios que aún no había revisado y estaba a punto de ver,  insinuaban desde sus cubiertas,  una magia impregnada  con el aroma del perfume que todavía flotaba en el ambiente del mirador, yendo y viniendo entre sus ventanas llevado y traído por la brisa.

Estaba yo a punto de presenciar el acontecer de las vidas transcurridas por los muchos rincones de Los Olvidos, donde todavía se escuchaban canciones que se confundían con la voz de la brisa; donde yo mismo había sido testigo de la fiesta que un día se desvaneció ante mis ojos; donde en una noche de fiesta, me había robado las  sonrisas de Matilda y en los tiempos más recientes, mirándome en sus ojos, había estado a punto de tomar sus manos.

Saqué  los  álbumes de la caja. Eran tres del  mismo tamaño y similar volumen, y un  cuarto un poco más pequeño, además de la carpeta de presión que contenía las hojas sueltas y sobres junto a cartas desplegadas a su lado.

Tomé el primero al azar,  y me dispuse a hojearlo. La primera página no tenía fotografías. La segunda  estaba cubierta por una hoja suelta de papel  muy fino y casi transparente parecido al que se conoce como albanene, no era totalmente transparente ni era brilloso como el celofán, sino opaco como un cristal esmerilado, además de ser diferente al tacto.

Parecía más bien como un lienzo protector de la primera fotografía. Lo removí  para poder ver la imagen  que resguardaba. Era la fotografía de Emmanuell Claymon y Jeri H. Claymon, el día de su boda. Bajo la imagen se podía leer:

Día de nuestra boda, Catedral de Santa María de la Inmaculada Concepción, San Francisco, California,   31 de marzo de 1923.

(Our wedding day at Saint Mary’s Immaculate Conception Cathedral, San Francisco, California, 31st March, 1923).

Junto al texto al pie de la fotografia, había una referencia con el número uno romano, y un numero uno arábigo  referidos al  “libro de notas”; no comprendí de  inmediato, pero luego recordé la carpeta que contenía paginas sueltas sujetas a presión.

Dejé por un momento el álbum y tomé la carpeta de presión para darle un vistazo.

Las hojas no estaban en orden porque al no estar sujetas como los albums,  me di cuenta que a través del tiempo, habrían sido vistas y luego devueltas pero sin su orden original.

 Sin embargo,  confirmé que todos  los textos se referían al número romano (correspondiente al álbum)  y el número arábigo  de  la fotografia que se tratara.

Los tres álbumes tenían marcado un número romano en la esquina superior izquierda de la primera página que no tenía retratos; esto me sirvió para confirmar lo que había pensado.

El álbum  más pequeño  tenía todas sus hojas ocupadas a partir de la primera, pero no le puse atención, porque quería comenzar por los tres albums que coincidían en tamaño y en orden de colocación de las imágenes.

De inmediato comprendí que la carpeta era un diario de especial valor, porque los álbumes no se limitaban a pequeños textos al pie de los retratos,  sino que había descripciones más extensas que no habrían cabido junto a los retratos, además de que las hojas de los álbumes eran negras como se acostumbraba en esa época, en tanto las hojas de la carpeta eran blancas de papel para escribir, y algunas de papel para correo aéreo del  mismo color, pero más pequeñas y más delgadas.

Todas las fotografías estaban sujetas con pequeños esquineros adhesivos en sus cuatro ángulos, a excepción de algunas ovaladas y otras redondas, que habían sido fijadas con algún pegamento.

Haber entendido razonablemente el orden entre los álbumes y la carpeta, me serviría para saber buscar en el desorden de las hojas sin que fuera tan difícil como aquéllo de la aguja en un pajar. Por ahora quería yo encontrar el texto que correspondía a la boda de los Claymon que tendría que estar marcado I-1.

Comencé a revisar la carpeta cuyo contenido hacía referencia (al menos en parte) a las fotografías  de los tres álbumes.

Al ir recorriendo las hojas, pude darme cuenta que en algunos sobres, había guardadas flores como las que yo mismo había ido dejando entre las páginas de libros que había leído y eran mis favoritos; verdaderos amigos a los que podía yo acudir para releer fragmentos y citas que acostumbraba subrayar.

En todos los sobres sujetos en esa carpeta,  había flores o pétalos sueltos acompañados de fotografías que alguien había decidido guardar ahí y no junto a las otras en los  álbumes. Algunas fotografías tenían dedicatorias al reverso.

Después de haber recorrido la carpeta sin fijarme demasiado, decidí buscar alguna referencia al I-1 de la boda de los papás  de Matilda.

No me resultó tan fácil, pero por fin encontré una carta dirigida por Emmanuell Claymon a su todavía novia Jeri H. O’Shea.

   

*.1        jueves 29 de marzo de 1923

Adorada hadita irlandesa,

¿Por qué será que los segundos transcurren terriblemente lentos cuando esperamos algo que hemos anhelado muchísimo?

Este sábado al mediodía, por fin te veré en la iglesia pero no como todos los domingos, sino para entregarme a ti.

Necesito que me digas si comprendes que estoy total y absolutamente enamorado de ti.

La primera vez que te vi en casa de Shirley O’Neal, la bahía de San Francisco parecía el reflejo de tus ojos.

Cuando me sonreíste, tuve la impresión de que te había dado gusto mi llegada aunque no nos conocíamos.

Seguramente no te pasó desapercibido el efecto que tuviste sobre mí.

Ahora, menos de un año después, estamos a punto de unirnos delante de Dios para formar una familia. ¡No lo  puedo creer!

¿Qué hice para merecer esta bendición?

Cuando crucé el Atlántico para trabajar en las minas de Hidalgo, en México no podía imaginar que mi verdadero tesoro lo encontraría mucho más al norte a las orillas de otro océano tan lejos de las islas vecinas en las que nacimos tú y yo.

Tú eres el hada de los bosques irlandeses, interminablemente verdes; yo nací cerquísima de ti, en las islas brumosas; y ahora estoy contando segundo a segundo esperando que sea sábado para verte llegar hasta mí y seguir juntos un mismo camino.

Cuando recién te conocí, te confieso que sentía miedo, porque no quería perderte.

¿Cómo puedo transmitirte la inmensa alegría que traes a mi vida?

Agradezco y admiro tu valentía por estar dispuesta a ir conmigo a México tan lejos de tus papás y tus hermanas.

Por ahora, viajar a México significa recorridos agotadores en tren, o con suerte, conseguir algunos vuelos en aviones el servicio postal de Estados Unidos.

Sé que Pan American muy pronto iniciará servicio comercial de pasajeros a México y eso permitirá que veas a tu familia con mucho más frecuencia.

Esperando  que sea el gran día, siento la ilusión de las vísperas de Navidad al lado de la chimenea encendida en casa de mis padres en Inglaterra.

¡Quiero que ya sea sábado!

¿Dios mío, por qué no es sábado todavía?

Totalmente tuyo

E

Volví la vista a la fotografía en la que aparecían dos jóvenes enamorados  sujetándose  de las manos.

Ella vestía un hermoso y muy sencillo vestido de novia, considerando la moda de los años 20; destacaba su esbeltez; el cuello era redondo y su único adorno era una medalla de plata en la que se alcanzaba a distinguir la imagen de la Virgen Maria.

Llevaba muy poco maquillaje; sus ojos limpios y claros, miraban hacia el frente, en tanto él, la miraba a ella.

 Tras ellos se apreciaba la bahía de San Francisco y el Golden Gate inconfundible.

Acababa yo de leer la declaración de amor de ese joven por su esposa; mientras sus palabras de amor pasaban frente a mis ojos, podía yo escucharlos a ambos pronunciando sus votos con los que iniciaron un camino común que los había llevado del Atlántico al Pacífico, pasando por las agrestes tierras de Hidalgo y Zacatecas,  hasta ser descubiertos por alguien como yo, después de muchísimo tiempo.

Era inevitable que más adelante entre las páginas de ese álbum, encontrara yo más retratos de esta pareja de enamorados, como la que ya había yo visto bajo una cubierta de cristal en el hotel Victoria de Taxco, en la que aparecían acompañados por Matilda, su única hija. Muy probablemente en las siguientes páginas, podría ver algunas escenas de la celebración en la Catedral de La Inmaculada Concepción, y de la fiesta con la que de seguro celebraron su boda.

De momento no quise seguir adelante; preferí disfrutar la alegría que había compartido Emmanuell Clayton al dejar en su breve relato, el testimonio de su felicidad y de su devoción por una joven que decidió acompañarlo a donde tuviera que ir él.

Recordé de pronto una referencia sobre Acapulco que leí en la Enciclopedia de Espasa Calpe,  en casa de mi abuelo Pepe, que palabras más, palabras menos, decía así:

Acapulco. “Poblado de pescadores ubicado sobre la costa mexicana del Pacífico; poblado por once mil almas; durante siglos fue el principal punto de comercio entre Asia y España  cuando llegaba a su terminal portuaria el Galeón de Manila también conocido como  la Nao de China.”

Miré de nuevo a los esposos Claymon, sabiendo que no mucho tiempo después, conocerían Acapulco y quedarían cautivados por ese maravilloso sitio, sin saber que alguna vez construirían ahí una casa sobre los acantilados, en cuyo mirador, un joven ladrón de sonrisas los vería juntos el día de su boda, compartiendo su emoción exactamente como si hubiera asistido con ellos en esa ocasión.

Ese retrato no era un vestigio desgastado de un amor extinguido; era un testimonio vigente a partir del cual, muchos caminos se habían cruzado; muchos tiempos se habían superpuesto; igual que el aroma del perfume que todavía flotaba en el ambiente de ese mirador, yendo y viniendo entre sus ventanas, llevado y traído por la brisa, pareciendo seguir la larga cauda de un cometa que nos transportaba a través del infinito inmune a las barreras del tiempo.

Sonreí al anticipar que en las siguientes páginas, asistiría yo a la celebración de ese amor que persistía inagotable, porque el amor es nuestra esencia eterna.

Los dos jóvenes de la imagen, sonreían inocultablemente felices; sonreían compartiendo esa felicidad con quien quiera que los mirase; sonreían luminosos y resplandecientes en un estallido con todos los colores del mar, libres de los tonos blanco y negro de aquel retrato nupcial.

Volví a colocar el lienzo de papel sobre la fotografía y cerré el álbum, poniéndolo de regreso en su sitio. Luego me dirigí al mirador; al abrir la ventana corrediza, de inmediato sentí la brisa con olor a mar; la escollera, como siempre,  celebraba con bailes la visita de pelícanos, garzas y gaviotas; escuchando las olas en los acantilados, imaginé a Matilda estando ahí, sin poder evitar que se me escapara una sonrisa…

_______________________

*1 Thursday, March 29, 1923

My beloved Irish fairy,

Why is it that the seconds pass so terribly slowly when we wait for something we have longed for so much?

This Saturday at noon, I will finally see you in church but not like every Sunday, but to give myself to you.

I need to know if you understand how totally and absolutely I am in love with you.

The first time I saw you at Shirley O’Neal’s house, the deep blue of the bay sparkled in your eyes.

 When you smiled at me, I had the impression that you were happy to see me as if you were expecting me.

You must have realized how you made me feel right from the start.

Now, less than a year later, we are about to get married with God’s blessings.

 I can hardly believe it.

What did I do to deserve this blessing?

When  I braved crossing the Atlantic on my quest for riches in the British silver mines I couldn’t have imagined  I would soon find the treasure so many adventurers never find; the love of a woman like you.

There is a touch of irony when I think how close to each other we were born only to meet so many years hence, thousands of miles away from our homes.

You are a fairy of the endlessly green Irish forests; whereas I am an adventurer whose quest has been so immensely surpassed by the miracle of having found you.

And now here I am, counting each second, one after the other, waiting for Saturday to arrive.

I admire your courage for having accepted to come along with me to Mexico so far away from your family.

For now, traveling to Mexico means grueling train rides or perhaps a flight on board a U.S. Postal Service aeroplane. 

I know Pan American will soon begin a commercial passenger service from San Francisco to Mexico City that will bring you closer to your parents and your sisters.

I feel the excitement and awe of a little child on Christmas Eve waiting by the fireplace to open the presents.

I want it to be Saturday now!

My God, why isn’t it Saturday yet?

Totally yours

E.

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