Lo que la esgrima me ha enseñado

Desde que era niño espero cada cuatro años los Juegos Olímpicos, es cierto que nunca he sido deportista y salvo un par de años en la infancia en el Tae Kwon Do y en el grupo de...

27 de julio, 2021 Lo que la esgrima me ha enseñado

Desde que era niño espero cada cuatro años los Juegos Olímpicos, es cierto que nunca he sido deportista y salvo un par de años en la infancia en el Tae Kwon Do y en el grupo de montañistas del Cristóbal Colón. En realidad siempre he sido una flor de pavimento, mi escritorio y mi biblioteca son mi barco, mi pista y mi montaña; tal vez por eso, he sentido siempre una atracción admirativa por los deportistas olímpicos, por su voluntad y su gloria, por las ciudades engalanadas de ilusiones universales y el mensaje de paz y esfuerzo en el que creo. Recuerdo todas: la de Moscú y su boicot, la de Montreal y el 10 perfecto de Nadia Comaneci (como todos los niños de mi generación, me enamoré de ella). Los Ángeles, Sidney, Atenas, todas están ahí como un recordatorio de que uno es del tamaño de sus esperanzas y tan alto como sus empeños.

Sin embargo, este año las olimpiadas son distintas; no solo por el vacío de las tribunas, por el año que se atrasaron y por la potencia evocadora que estos esfuerzos han significado, lo es por una razón familiar, subjetiva que, sin embargo, es simbólica. Mis hijos desde muy pequeños practican la esgrima y ahora acarician el sueño de algún día ir a las olimpiadas, me he pasado noches en vela viendo los combates, escuchándolos emocionarse, comunicarse con su entrenadora en la madrugada para comentar emocionados cuánto ha logrado avanzar Diego Cervantes nuestro protagonista en las competencias de florete. Los he visto sufrir con nuestro equipo de esgrima y aplaudir de pie a Alexa Moreno que se ha apoderado de nuestros corazones. Los he escuchado reírse de los comentarios de los listillos que piensan que no lograr una medalla es un fracaso cuando la gloria está en ya llegar a la competencia.

Son muchas las cosas que la esgrima me ha enseñado en más de diez años. La primera de ella es el sentido de la gratitud. Mi abuela, que es la más importante de mis manes, la que lidera mi altar familiar, decía que “es de gente bien nacida ser agradecida”; pero la dimensión es distinta cuando pienso en Jessica Ferrer Santís, antigua campeona de florete y maestra por vocación y veo en ella no solo a la entrenadora de mis hijos sino  que la gratitud solo existe cuando es mutua, cuando se expresa con devoción y se recibe con humildad, cuando se vuelve un nexo y no una forma de sumisión o vasallaje. No se puede observar gratitud más perfecta que la que existe entre entrenadores y atletas, lo sé porque lo he visto y he visto en Jessica Ferrer crear competidores a partir de niños hiperactivos, tímidos, disléxicos o asustados, porque lo que ella ve son seres humanos con el potencial enorme de la voluntad y el deseo, es decir, mira más allá de la piel y de las lágrimas.

La esgrima me ha enseñado que la vida es un asunto de equilibrio y de oportunidad, por una parte porque el esgrimista triunfa cuando logra equilibrar su ataque y su defensa, cuando logra identificar el ritmo del combate y ataca cuando debe, se guarece cuando puede y está siempre pendiente del momento oportuno, una centésima de segundo en el que la diminuta punta de un florete puede tocar con limpieza el cuerpo del oponente; cada vez que veo triunfar a un esgrimista lo que he visto es el triunfo del equilibrio sobre el caos y la visión para no dejar la oportunidad.

La esgrima me ha enseñado que no importa cuánto te esfuerces o cuánto lo desees, el éxito no es consecuencia de esos factores sino del trabajo efectivo en el momento preciso; que la ilusión, el esfuerzo y la preparación son los presupuestos para estar listo en el momento adecuado y que cuando, pese a todo, los objetivos no se logran, la vida se basta en haber hecho el mejor trabajo, sin excusas ni explicaciones en el momento preciso. Mis hijos sueñan todo el tiempo, los he visto llorar con los puños crispados en el momento de la derrota y levantarse minutos después como si no hubiera pasado nada porque estaban conscientes de haber hecho el trabajo para el que habían sido llamados; los he visto gozar el triunfo, disfrutarlo como si la olimpiada nacional fuera el podio de París e instantes después volver a empezar como si fuera el primer día del entrenamiento.

La esgrima me ha enseñado que ningún gobierno puede hacer lo que los ciudadanos no estamos dispuestos a hacer por nosotros mismos; los padres de la tropa de mis hijos, con el toque heroico de las madres como mi esposa, nos organizamos, torcemos agendas y logramos estar donde nos llaman de Tijuana a Mérida -porque esto es la propina, la esgrima me ha enseñado mucho de lo que sé de mi país-. Me consta que las autoridades de la Delegación Benito Juárez se esfuerzan tanto como pueden para darnos buenas condiciones, que la Federación de Esgrima, cada quien su suerte y cada quién tendrá sus apreciaciones, se ha preocupado tanto como ha podido por nuestros muchachos, pero no hay nada que supla al esfuerzo de levantarse temprano, de buscar transportación, tener el equipo en el mejor estado, acariciar y abrazar al derrotado y festejar al triunfante, solidarizarse con el compañero que no ha logrado la medalla y hacer un poco de padre sustituto cuando alguno no puede estar por sus hijos a tiempo.

La esgrima me ha enseñado, en fin, que lo que estamos viendo no es el espectáculo más prodigioso que hemos inventado los humanos en la era moderna, sino la suma de un esfuerzo de toda la vida, de los atletas y sus familias; de sus entrenadores y de sus organizaciones.

Disfruto Tokio aún desde casa y hoy, más que nunca le digo a mis hijos, “siempre tendremos París”.

@cesarbc70

 

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