Doce chamacos en Coyuca de Benítez, Guerrero, se decían, orondos, ser los sendos apóstoles de Tomás Uranga, un jovencito moreno de escasos 19 años que cada día llamaba más la atención de propios y extraños de dicho municipio de Coyuca y todas sus rancheras. Trascendía ya su nombre y extraño actuar al pararse en un banco de madera a predicar “su” nuevo Evangelio.
En una feria del libro usado en la Ciudad de México a la que visitó a unos tíos, había adquirido uno de la vida del monje florentino Girolamo Savonarola, y esto último complementado con notas que tomaba sentado afuera recargado en una de las paredes del templo, de lo que alcanzaba a escuchar de los sermones del sacerdote católico del pueblo, le habían configurado lo que él veía como una señal de propósito de vida, un camino a seguir y divulgar, pero por sobre todo, un modo de vida holgado, dado que en su credo y doctrina prevalecían dos conceptos: la austeridad monacal / franciscana y la generosidad para el prójimo menesteroso. Estas dos cualidades en su apostolado sagrado lo llevaron a influir en cientos de acólitos que siguiendo sus enseñanzas prescindían de cualquier objeto que no fuese de utilidad básica, repeliendo otros satisfactores al considerarlos cómo algo superfluo que ofendía a Dios mismo, y también a su personalísimo mensaje doctrinal.
Un buen día, todo Coyuca se cimbró ante un video que comenzó a circular vía aplicaciones de mensajería instantánea en los teléfonos inteligentes de los que los podían todavía tener, y de los que no se habían desecho de ellos dándoselos a Uranga, renunciando pues a objetos ostentosos, pero aun así, todo el pueblo y buena parte ya de la Costa Grande de Guerrero sabía ya del ser cuasi santo y divino que podía caminar sobre las aguas de la laguna. El video no dejaba lugar a dudas, y cada día la gente acudía menos a misa que a sus peroratas y letanías, ya fuese en el Zócalo o en el atrio, que por cierto, a partir del día en que el video se difundió, a ese patio le fue vedado el ingreso por parte del párroco Don Jorge Juan Rivero, quien alarmado ahora sí, se juró a sí mismo y también a sus superiores (tanto en la tierra cómo en el cielo) el desenmascararlo, puesto que varias corazonadas le decían que el pseudomesías en cuestión era un vulgar charlatán, amén de la disminución drástica de las limosnas de la grey, que había llegado aparejada a la aparición del truhan.
Tomasito Uranga, ya con una buena “troca” del año, alhajas de oro macizo al cuello y muñecas y cuatro o cinco novias, de las que afirmaba eran instrumentos obsequiados a él por Dios mismo para ayudar a divulgar su mensaje con su “buena nueva” y su peculiar protorreligión, la cual lo había hecho, para ese momento ya un muy joven aspirante a terrateniente, que al ritmo que iba, llegaría a ser, en una década, o quizás que hasta menos tiempo el mayor referente del poblado en la materia. Pero el padre Rivero no cejaría, y ofreció a un pariente cercano de Tomás (conociendo de un diferendo con su inseparable primo, Roberto) unos buenos cien mil pesos si le proporcionaba alguna evidencia de la farsa del que ya se empezaba a conocer por toda la comarca cómo Santo Tomasito de Coyuca.
Fue así, cómo justo la noche que siguió a la tarde apoteósica en la que Tomasito estuvo en su cenit, la cual supo lo que era estar en los cuernos de la luna, luego de asegurar que se llevaba una coca cola, y que en menos de tres horas, regresaría habiéndolas multiplicado por razón de uno más de sus grandes milagros. Para asombro de todos cumplió, llegando con su camioneta abarrotada de cualquier cantidad de refrescos de cola tanto en la doble cabina como en la caja, para repartirlos justo en la batea y ante una población que había caído ya en un estado de febril euforia hacia su joven mesías y su mensaje, misma tarde que todos, coca cola en mano hacían fila para hincarse ante Santo Tomasito y aún con el fin de ser privilegiados en besar su mano.
Pero durante la madrugada de esa misma noche, el sacerdote católico Jorge Juan Rivero hizo tocar las campanas de la catedral, a la una con cuarenta de la madrugada conminó a todo el pueblo a despertar y acudir a la iglesia para un importante mensaje, el cual iba acompañando de la muestra del video sin editar con la imagen completa del prodigio de haber caminado sobre las aguas de laguna. Ahí se podía ver a Roberto, su primo, explicándole a Tomás cómo tendría que caminar con pequeños pasos guardando el equilibrio sobre una gran hoja de triplay que el cargaría a sus espaldas bajo el agua turbia del cuerpo de agua cerca de la orilla, el cual fue filmado completo y sin interrupciones habiendo dejado el teléfono móvil con la cámara de video activada en un árbol de almendro muy cercano al sitio mismo del supuesto caso paranormal. Además del video sin edición alguna, se repartieron cientos de fotos impresas en papel bond con una serie completa de fotografías engargoladas para una buena mayoría de pobladores. Ahí se veía a Tomás Uranga cargando, con apuro, su camioneta con cajas y más cajas de refresco, provenientes de un tráiler que se había volteado esa misma mañana del segundo gran milagro de la multiplicación de las coca colas, en peligrosa curva en la carretera a unos doscientos metros de llegar al municipio, costero también, de Petatlán en Guerrero, México.
El pueblo enardecido por las evidencias tanto del engaño como de las herejías y aún los hurtos de Uranga, llegó hasta las puertas de su morada a prenderle fuego. Pero ya no se encontraba nadie ahí. Se supo que quien lo vio en la pequeña estación de autobuses sobre la calle, tomando un autobús rumbo a Acapulco, y después con rumbo de sabrá Dios a dónde. Iba acompañado de una mochila al hombro y una caja de cartón con agujeros, en el que metió a su gato.
Años después, la gente del pueblo se avergüenza de haber sido timada de semejante manera, y evitan sacar el tema a las pláticas, pero habrá media docena todavía de sus chamacos apóstoles, que aseguran de cuándo en cuándo, que todo se trató de una conspiración del sacerdote católico para con Santo Tomasito, por meros intereses terrenales y materiales, y que él no hizo sino elevarse hacia los cielos, y que tres de ellos, aseguran que su voz puede escucharse en noches de luna llena, en la laguna, muy cerquita de dónde en su momento obró el milagro de caminar sobre las aguas.
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