En el vasto universo de las corrientes artísticas y culturales, existe un término que ha ido evolucionando con el tiempo, pero que siempre mantiene una esencia fascinante: El Kitsch. Este concepto, que en sus orígenes hace referencia a lo que se percibe como “de mal gusto” o “excesivo”, ha logrado encontrar su lugar dentro de la cultura popular, fusionándose con la estética moderna y transformándose en una especie de celebración de lo sobrecargado, lo inusitado y lo extraordinario.
Pero ¿qué es exactamente el kitsch? El término proviene del alemán, que se utiliza para describir objetos de arte que, a pesar de ser considerados de mal gusto por algunos, han sido adoptados por las masas. Esta estética se caracteriza por una combinación de colores brillantes, formas exageradas y una carga emocional casi teatral. De alguna manera, lo kitsch apela a las emociones de la gente, por lo general, de una forma exagerada, burda, pero irónicamente atractiva. Se trata de lo que algunos llamarían “barroco pop”, un homenaje a la exageración y lo recargado.
Ahora bien, si hay un país que encarna este concepto de manera única, ese es México. De hecho, podríamos decir que es el país más kitsch del mundo, gracias a su idiosincrasia tan vibrante, cálida y rica en contrastes. Aquí, lo exagerado, lo colorido y lo audaz no solo se acepta, sino que se celebra con orgullo. La esencia del kitsch mexicano se encuentra en cada rincón de su cultura, desde la comida hasta las festividades, pasando por el arte y la moda.
Ejemplos de la estética kitsch mexicana
La Virgen de Guadalupe: En el ámbito religioso, la Virgen de Guadalupe es un icono que no solo representa la devoción católica, sino que se ha convertido en un símbolo visualmente espectacular. Sus imágenes, llenas de colores saturados, halos dorados y fondos vibrantes, son el epítome del kitsch religioso, donde la sobriedad se pierde en favor de lo visualmente atractivo. Esto se refleja en miles de altares caseros, donde las velas de colores y las estampitas se apilan en un fervor que roza lo excesivo.
Las quinceañeras: La presentación a la sociedad de una joven de 15 años, que llegará en su fiesta en una limosina, carrosa, caballo o saldrá de una enorme caja sorpresa, es sin duda una celebración muy kitsch, que generación tras generación celebramos en México. La festejada suele llevar un vestido vaporoso, bailar un vals, que a veces no lo es, acompañada de chambelanes, después de asistir a una ceremonia religiosa. Las familias y amigos se reúnen en torno a un festejo al ritmo de mariachi, banda, DJ, o música sonidera. Hasta la comida, la bebida y el pastel conforman una mezcla de auténtico sabor mexicano, con el toque surrealista que nos caracteriza.
Las piñatas: Esas estructuras de cartón rellenas de dulces y frutas que explotaban en cada fiesta mexicana, son otro gran ejemplo de kitsch. A menudo, estas figuras son exageradas, de colores brillantes y formas inusuales (burros, estrellas, calaveras), y representan no solo una tradición popular, sino también una celebración del exceso de alegría y color que caracteriza la cultura mexicana.
Las comidas y bebidas: ¿Quién no ha visto los famosos “tacos de suadero” o “tacos al pastor”, esos manjares acompañados de piñas, salsa y el toque único de la comida callejera? Aquí, el concepto de lo kitsch entra en juego cuando se observa que no importa cuán recargada o inesperada sea la combinación, siempre será deliciosa y bienvenida. Y qué decir de la bebida nacional, el tequila, y más actualmente, el mezcal, cuyas botellas a menudo tienen formas extravagantes, como calaveras o figuras de luchadores.
La lucha libre: Este deporte, más que una disciplina, es una verdadera representación del kitsch mexicano. Los luchadores, con sus máscaras brillantes, trajes coloridos y movimientos dramáticos, representan una mezcla de teatro, deporte y extravagancia. La lucha libre, como arte, juega con la sobrecarga visual, creando una experiencia tan intensa que se convierte en un fenómeno kitsch por excelencia.
El Día de los Muertos: La calavera mexicana, con su maquillaje colorido, sus adornos brillantes y sus vestimentas exuberantes, es una representación perfecta de lo kitsch. Las ofrendas en los altares, llenas de flores de cempasúchil, velas y calaveras de azúcar, desbordan color y creatividad, convirtiendo la muerte en una celebración visualmente impresionante. Este contraste entre la solemnidad del evento y la alegría visual se convierte en un sello distintivo de la cultura mexicana.
En conclusión, México, con su mezcla de tradiciones ancestrales y modernidad, ha logrado convertir lo kitsch en un símbolo de su identidad. Lo que para algunos podría considerarse exceso, para los mexicanos es parte de una celebración de la vida, la muerte y todo lo que hay en medio.
Los mexicanos, al igual que el kitsch, abrazamos la ironía de lo recargado y lo llevamos a un nivel que solo nosotros entendemos: un lugar donde el gusto y el mal gusto se encuentran y se fusionan en una explosión de creatividad y orgullo cultural.
¡Bienvenidos al reino del kitsch!
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