LA CASA DE LOS OLVIDOS | Quinta Parte

La Costera apenas tenía tráfico entonces, de manera que del Hotel El Faro a Almirante Ortiz Monasterio donde estaba la panadería de Icacos, me tardé menos de 15 minutos. Cuando llegué, el dueño (tambien de apellido Salas)...

14 de octubre, 2020

La Costera apenas tenía tráfico entonces, de manera que del Hotel El Faro a Almirante Ortiz Monasterio donde estaba la panadería de Icacos, me tardé menos de 15 minutos.
Cuando llegué, el dueño (tambien de apellido Salas) ya me estaba esperando listo con la bolsa de “vidrios” que le había pedido mi mamá por teléfono.
– Aquí están los vidrios para tu mami.
– ¿Y para mí, no?
– ¡Ah que muchacho este!- Me dijo el Señor Salas y me entregó el pedido, no sin antes mandarle saludos a mi abuelito que estaba con nosotros.
Ya con mi mandado de vidrios “haciéndome ojitos” en su bolsa de papel de estraza, tomé rumbo por la Escénica hacia lo que entonces todavía era las Granjas del Marqués.
Contenta de tener sus vidrios, mi mamá me preguntó qué tanto había yo estado haciendo en Acapulco.
– ¡Ni me lo vas a creer!
Al ver mi entusiasmo, mi mamá arqueó las cejas con sorpresa y me dijo:
– ¡No habrás hecho alguna barbaridad!
– Claro que no, mamá.
– ¿Entonces qué es lo que no voy a creer?
– ¿Te acuerdas de la casa que me gusta tanto por el rumbo de La Quebrada?
– Claro que me acuerdo. ¿Por qué?
– ¡Pues por fin la conocí por dentro!
– ¿Cómo le hiciste?
– No me lo vas a creer, pero nada más toqué el timbre a ver si alguien salía y, en efecto, alguien salió y además me abrió y me invitó a pasar.
– ¡Ay niño, cómo te andas yendo a meter así nada más a una casa desconocida!
– ¡Ay jefa!, pues precisamente para conocerla…
– ¿Y luego?
– Luego que me abrió un señor superamable. Después de decirle que la casa me gustaba mucho y que me encantaría conocerla, no pareció sorprendido para nada, y me dio un recorrido por toda la casa.
– A ver, cuéntame pues.
– Fíjate que no está fácil dar con la casa desde la López Mateos porque queda hasta el final de un callejoncito que se llama La Explanada. Pasé de largo sin ver dónde estaba, hasta que de plano me bajé del coche para asomarme y dar con la casa.
– Todavía no estaba yo seguro de haberle atinado, me metí por un callejoncito estrecho para ver si ahí era, hasta que llegué a un portón grande de tablones de parota y pude ver por entre las rendijas y ahí estaba Los Olvidos.
– ¿Y quién te dijo que se llama Los Olvidos?
– Hay una placa sobre el lado derecho del portón que nada más dice así: Los Olvidos.
– ¿Y qué tal?
– Por las rendijas se ve una explanada de adoquines bastante grande que se extiende sobre el lado izquierdo de la casa inclinándose hacia abajo. Cuando entré me di cuenta que esa explanada lleva al garaje que es más bien grande y al área de servicio. Pero la casa se veía increíble desde antes de entrar. Tiene un corredor larguísimo que termina donde hay unos arcos muy bonitos, y tiene una saliente para orquestas que está diseñada, además, para que en cualquier parte de la casa se escuche con claridad como si tuvieras a los músicos a pocos metros.
– En esa época en las casas del rumbo de La Riviera y el Club de Yates, acostumbraban tener áreas para las orquestas porque las fiestas eran fiestas de verdad.
– Sí mami, pero no en todas las casas tienen tres pisos ni se habrá escuchado la música en cualquier parte de la casa como si tuvieras la orquesta a pocos metros de ti.
– Ah bueno, eso no y menos casas de ese tamaño había de tres pisos, solo se me ocurre “La Encantada” del viejo Jenkins que por cierto es feísima. Pero sígueme contando.
– Lo que me llamó mucho la atención es que no vi ni un mueble en toda la casa.
– Todas las habitaciones de los tres pisos tienen entrada por ambos lados de la casa, y dan a los corredores que parecen la cubierta de un barco de pasajeros de los de antes; lo menos que te imaginas es que hubieran sillas de las que usaban en los viejos barcos para que los pasajeros de primera clase se sentaran a mirar el mar mientras tomaban algo tranquilamente. Pero en Los Olvidos no hay ni una silla siquiera. La terraza principal que está rodeada por arcos del piso al techo debe haber sido la sala y tampoco hay muebles.
– ¡Eso sí está raro! ¿Ni un mueble?¿No le preguntaste al señor que cuida?
– No jefa, ni se me ocurrió porque no sabía yo ni para dónde voltear. Si de lejos la casa se ve preciosa, cuando estás adentro es como si te atrapara una hechicera, una hechicera que te invitara a quedarte ahí con ella eternamente joven sin volver a salir de ahí…
No sé ni cómo hice semejante descripción, pero hasta mi mamá que le encantaba hacerme bromas de todo, se quedó como atrapada por la imagen que le acababa de describir.
– ¿Dices que tiene habitaciones en los tres pisos?
– Así es, y además todas tienen acceso por los dos corredores que abarcan los tres pisos como cubiertas de barco antiguo.
– ¿Y cómo son las habitaciones?
– Ni las vi. Me quedé platicando un rato largo con don Marcelino (el cuidador) y cuando me vine a dar cuenta ya era más o menos tarde y no quise que te fueras a preocupar. Ya ves que te llamé de El Faro porque doña Rosita me dio permiso de usar su teléfono.
– ¡Ay niño, andas dándole lata a quién sabe cuanta gente!
– ¿Lata por qué? No les pongo una pistola para que hagan lo que yo quiera.
– ¿Pero sabes qué me sacó de onda durísimo?
– ¡Válgame Dios!
– No la amueles mami, a ti también te va a dar cuscús, ¿o prefieres que no te cuente?
– ¡Ni se te ocurra dejarme picada escuincle! ¡Ahora me lo cuentas!
– Pues fíjate que ya iba yo de salida con don Marcelino, bajamos por la escalera que da sobre el lado que se mira desde La Sinfonía a un jardín oscurecido de tantas palmeras. Curiosamente me fijé que el jardín no tiene pasto y por lo que vi, la casa tampoco tiene alberca. El caso es que atravesamos el jardín por una veredita de baldosas de piedra como de cantera que forman un caminito. Y aquí es donde te vas a quedar de una pieza como yo me quedé. ¡Adivina lo que había grabado en una de las baldosas!
– ¿Cómo quieres que adivine?
– ¿Qué te imaginas? Algo que de verdad te dejaría petrificada de sorpresa…
– No tengo idea escuincle. Ya no me la hagas de suspenso. ¿Qué había grabado?
Estaba grabada la fecha de mi nacimiento clarito: el 14 de marzo de 1951.
– ¡Ah caray!
– ¿Ah verdad?
– Pero esa casa es de finales de los años 30 o principios de los 40.
– Pues sí jefa, pero la casa sigue ahí y la baldosa obviamente la grabaron mucho después.
– ¿Y no le preguntaste al señor que te dejó entrar?
– Sí le pregunté, pero me dijo que la próxima vez que vaya me dice.
– ¿Vas a ir a dar lata otra vez?
– Nada de lata. Me dijo que con mucho gusto vaya cuando quiera. Y fíjate que doña Rosita Salas, la dueña de El Faro, sabe un montón de cosas de Los Olvidos pero no me quiso decir porque no quería saltarse a don Marcelino y yo me quedé picado y seguiré picado hasta este sábado que me dijo que vaya, como a las once de la mañana.
– ¿Y vas a ir?
– ¿Tú qué crees? ¡Pues claro que voy a ir! No me quiero quedar picado y además no lo voy a plantar porque quedamos en que seguro iba yo a visitarlo.
– Yo también he visto esa casa muchas veces desde la casa del General Limón que está muy cerca pero más a la orilla del mar sobre la caletita de playa La Angosta donde está el hotel Mozimba del Señor Gutiérrez. Y es verdad que de mirarla a lo lejos da un sentimiento como de nostalgia, como de melancolía y es de extrañar, porque una casa tan hermosa en un sitio con semejante paisaje, sería de esperar que pareciera luminosa y radiante.
– Ya que lo comentas, jefa, doña Rosita dijo algo de eso también. Si no te importa me voy en la bici al Pierre y regreso al ratito para cenar. ¿Está bien?
– Nada más no te tardes mucho.
Al llegar al Revolcadero me senté a mirar cómo rompían las olas sobre los acantilados, y parecía que estaba yo en la terraza de Los Olvidos viendo el mar romper en un rocío que nunca había sentido así. Lo que me extrañaba era el sentimiento de nostalgia que me ligaba con Los Olvidos. No podía yo pensar en otra cosa…

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