Greyhound, las fantasías autoeróticas de Tom Hanks

Hace algunos años, después de una entrevista de trabajo en los rumbos de San Ángel, al no tener nada mejor que hacer me metí al Museo Carrillo Gil en donde, además de un Volkswagen con decoración huichola,...

28 de julio, 2020

Hace algunos años, después de una entrevista de trabajo en los rumbos de San Ángel, al no tener nada mejor que hacer me metí al Museo Carrillo Gil en donde, además de un Volkswagen con decoración huichola, había un videoarte titulado Rambo 2001: Artemio´s Cut, en el cual, el cineasta y artista visual Artemio Narro (Me quedo contigo, 2015), presentaba una edición de First Blood (1982, Ted Kotcheff), en la que eliminaba todas las escenas de acción e innecesarias, volviendo el filme en un cortometraje de menos de 20 minutos. Al ver Greyhound (2020, Aaron Schneider), sentí que el director hizo precisamente lo contrario.

La cinta está basada en la novela The Good Shepherd, de Cecil Scott Forester y se centra en el capitán de un buque de guerra que lidera un comando para defender un convoy de navíos que llevan suministros a Inglaterra, del ataque de submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Y ya.

La adaptación, el guion, la producción y el papel protagónico caen en manos de Tom Hanks, quien notoriamente utilizó al director únicamente como consultor técnico, ya que no hay en el filme nada más que su personaje. En la escena de apertura se ve al actor despertando en su camarote, recordando cuando le dieron el liderazgo del Greyhound, nombre de su bote. Después lo vemos tomando el mando de los ataques, creando tácticas, pensando en los secundarios que mueren en las batallas, los cuales no tienen ningún desarrollo. Vamos, el guion es tan minimalista que solo existen el personaje y las batallas, que pasan cada 10 minutos y no dejan mucho margen para conocer a los otros caracteres que existen en ese micro mundo. Se nota por desgracia, lo barato de la producción (en comparación a otras del género, como el mamotreto Midway, 2019, de Roland Emmerich), a pesar de estar correctamente realizada, principalmente porque nunca logran combinarse correctamente las escenas CGI con las filmadas con actores. Eso sí, se nota que su director (de adorno) tiene demasiada experiencia como fotógrafo y este apartado es lo mejor del metraje. También hay que reconocer que su correcta edición logra que no resulte aburrido.

Hay en el cine una tendencia a los filmes maratónicos, aunque sean excesivamente superficiales. Sin embargo, en esta ocasión quizá eran necesarios por lo menos unos cuantos minutos más para poder conocer un poco a los personajes secundarios. Por ejemplo, una de las oportunidades más desperdiciadas del guion es la subtrama del cocinero del navío, cuya desafortunada muerte pasa sin pena ni gloria, como tampoco importa mucho si la novia del protagonista lo sigue esperando o no.

La obra de Artemio Narro, que comentaba al comienzo del texto, intentaba demostrar lo fútiles que resultan muchas veces las escenas de acción en los filmes norteamericanos (así como criticar la imagen del macho que se nos vende, porque el resultado de la edición que perpetró dejó ver una relación bastante gay entre Rambo y su excomandante, pero eso es otra historia). Y es precisamente lo frívolo lo que se queda por desgracia, al terminar de ver Grayhound.

Una escena de Shortbus (2006, John Cameron Mitchell) muestra casi al comienzo a un joven que se practica una autofelación. La escena, así como el filme entero, pasaron a la historia por ser de los momentos más incómodos de ver en la pantalla grande. El problema es que no sólo era algo innecesario (vamos, si el realizador quería hablar de la triste situación de abandono que vivía el personaje, lo pudo hacer sin tanto contorsionismo), sino que muchos se lastimaron la columna por imitar la situación. Y sí, eso mismo hizo Tom Hanks con su película. Aunque diga o quiera hacer creer que es un homenaje a los que participaron en esas batallas que han sido pocas veces retratadas por el cine, en realidad se trata de una forma de autoerotismo. No solo no logra transmitir la sinceridad de otras de las obras en que ha participado (incluso en la fallida Cloud Atlas), sino que el resultado es como ver el capítulo de Los Simpson en que Homero se imagina besándose a sí mismo y diciéndose que es el amor de su vida.

Muchos han sido los actores que se han realizado un auto homenaje y la mayoría ha salido mal parados. No todos son Kevin Costner, Clint Easwood o Mel Gibson. Y por desgracia, Hanks debe haber quedado contracturado de la espalda.

Una película medianamente disfrutable que se sostiene gracias al carisma de Tom Hanks y a que por el coronavirus no hubo que pagar para verla en el cine. Si pensabas contratar Apple TV Plus por ella, mejor quédate con tu suscripción de Netflix.

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