La indigencia es un fenómeno social que azota las grandes urbes. Se puede ver personas que viven al filo de la calle, a merced del clima que rodea las avenidas. Algunos piden dinero para poder comer algo durante el día, otros tienen una mirada perdida como si su mente estuviera en otro mundo, hay a quien la sed y el hambre los hace alucinar y se les puede ver hablando solos conversando con su imaginación y sus temores.
¿Pero qué los llevó a este punto de quiebre en sus vidas? ¿Qué evento sucedió que los hizo caer hasta el fondo de la pobreza al grado de perder no solo la dignidad sino hasta la coherencia? Te contaré esta historia que sucedió en las calles de Hermosillo, la capital sonorense.
Arturo Chávez, un joven con muchas ilusiones, encontró el amor en Esmeralda, una joven originaria de su natal Cananea. Ambos se enamoraron desde el primer momento en que se conocieron. Planearon su boda y comenzaron los preparativos. Ella ya había elegido el vestido de novia, faltaban tan solo diez días para la gran fiesta cuando Esmeralda por azares del destino partió sin previo aviso y la boda no culminó. Arturo, decepcionado de la situación, tiempo después decidió trasladarse a la ciudad capital para cambiar su vida. Ahí intentó empezar una nueva vida, pero el dolor que llevaba en el pecho no le permitía salir adelante. Constantemente lo atormentaba el recuerdo de haber perdido a su amada. Entonces buscó en el alcohol el consuelo tratando de aligerar su desdicha.
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¿Para qué estoy aquí?
Cierto día mientras vagaba alcoholizado por las avenidas principales de la ciudad, se encontró frente a frente con su amada: allí estaba parada en un gran ventanal mirando hacia la avenida elegante y hermosa como la última vez que la miró. Él emocionado le habló y ella atenta correspondió a su llamado. Comenzaron a platicar sin parar como en aquella última vez cuando se amaban y planeaban su matrimonio. La tarde se hizo corta con el gran encuentro. Cayó la noche y él se retiró, pero prometió volver al siguiente día. Y así lo cumplió: desde ese momento no volvería a dejarla ni a permitir que ella desapareciera nuevamente de su vida.
Los días pasaban, ella todas las tardes le mostraba el vestido de novia que usaría el día de la ceremonia, él, emocionado, le cantaba y le dedicaba palabras de amor, mientras bebía su licor. Así pasaron varios años hasta que un día un grupo de hombres vestidos de blanco lo tomaron y encerraron en una celda, alegando que estaba molestando a Esmeralda y las personas que caminaban por su lado. Él solo dijo que a nadie hacía daño, que solo visitaba a su prometida, mas ellos le contestaron que lo ayudarían a recobrar la cordura y él reclamó: “El amor no es una locura, el amor es el motor de nuestra existencia”. Yo sin el amor de ella no soy nadie y la vida no tiene sentido”.
El deseo por visitar a esmeralda lo llevó a escaparse, logrando así volver al lugar donde la había visto por última vez. Al llegar al sitio, su rostro se llenó de felicidad, pues ella lo seguía esperando como cada tarde. Retomaron su plática, pidió perdón por haber faltado algunos días, pero agradeció que ella se mantuviera firme en su espera a diferencia de la vez anterior donde creía que la había perdido. Los hombres volvieron en otras ocasiones, pero el amor de Arturo era más grande que las rejas, así que escapaba cuantas veces fuera necesario, hasta que aquellas personas de traje blanco se dieron por vencidas y permitieron que estuviera al pie del ventanal de su amada el tiempo que él deseara. Al paso de los años nuestro querido Arturo enfermó de cáncer en la boca. Ya no podía cantar ni recitar versos de amor a Esmeralda. Tuvieron que hospitalizarlo, pero allí la salud de nuestro eterno enamorado deteriorada por el alcohol y la edad no permitió más que visitara al amor de su vida.
No sabremos qué es lo que lo mató, si la enfermedad o el dolor de no poder ver a Esmeralda.
De lo que estoy seguro es que ese maniquí llamado Esmeralda permaneció en el aparador hasta que la tienda de vestidos de novia cerró sus puertas al público, que sin saberlo le dio ilusiones y esperanza a un indigente quien en su juventud en Cananea, a diez días de su boda, su amada habría muerto y sería sepultada con el vestido de novia que él le compró para la ceremonia.
Así concluyó la vida de Arturo Chávez Olivaría, a quien el amor lo mantuvo vivo y lleno de ilusión en una realidad “alterna”, en un mundo inventado por él, en el cual su amada siempre estuvo presente.
ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER.
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