Hace meses que lo habíamos previsto, no fui el único, muchos sabíamos que se cocinaba la simulación, así son las cosas. Nunca se llevaron el monumento a Colón para restaurarlo, pero había que hacer las cosas a la mala, fingiendo demencia y haciéndose el que no vio ni supo cómo, después de todo siempre se le puede achacar el gazapo a la voluntad popular, a los nuevos tiempos y a quien tenga el descuido o la cara dura de cargarlo.
El problema no está en remover uno de los emblemas de la ciudad de México después de más de casi ciento cincuenta años de presencia; tampoco retirar una obra de arte que representaba el ideal ético y estético de la generación a la cual se rinde culto en la presente administración; el problema no está, desde luego, en la reinterpretación histórica, eso es algo que hacemos constantemente pero, ya se ve, preferimos el gran Teocali de cartulina que reparar el recinto de los caballeros águila, el de verdad. El problema está en la falta de diálogo, de programa, de visión de nosotros mismos. Eso podría ser tarea de la Secretaría de Cultura pero, claro, se nos olvida que no tenemos algo así funcionando.
En su Visión de Anáhuac, Alfonso Reyes decía: “Cualquiera que sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia”. Porque, seamos sinceros, no somos un pueblo guerrero ni cosa que se le parezca, somos un pueblo de resistencia, de los que aguantan que les pase el camión encima para luego levantar la cabeza, sonreír y seguir andando. La historia se construye con los vencedores y con los vencidos, con los olvidados y los marginales tanto como con los protagonistas y la amputación del Paseo de la Reforma no atañe a la imagen de Cristóbal Colon y lo que representa – entre otras cosas el idioma en que escribo y en el que usted me hace el favor de leerme -, sino del legado que nos llevó desde la llegada desde Aztlán hasta la construcción del Estado mexicano de ciudadanos con Juárez y su generación ejemplar. Pero eso no es verdad revelada, es una interpretación que al menos merece ser discutida y eso es lo que deseríamos, que se abriera el foro para saber qué somos, cómo nos vemos y a qué aspiramos.
Porque esto es imponer rostro que es también destino, es pasarse de listo con la leyenda negra y con el truco de la remodelación urbana. A fin de cuentas estamos en la tenebra característica de los peores años de nuestra política, qué se le va a hacer, no sabemos que se va a construir ahí, se dice – se dice.. oiga usted, por ahí andan diciendo, eso se oye -, que será un monumento a la mujer indígena o a una mujer indígena y dónde está la convocatoria a los artistas para que presenten sus proyectos sobre ese espacio privilegiado de la geografía urbana; se trata de una indígena de hace quinientos años o de las de ahora, de las que carecen de derechos porque son mujeres en un país donde el feminicidio no se persigue ni se castiga; porqué no doña Marina, lengua de Cortés, al final también indígena y madre del primer mestizo simbólico y también del primer rebelde, don Martín, pero también Malintzin, Malinche. Claro, estas son sólo algunas de muchas interpretaciones que al menos merecen ser discutidas. Pero se prevé que no lo será, que la escultura ya ha sido elegida y que a nadie le van a preguntar ni por el artista ni por el sentido del monumento. Las cosas hechas de esa manera no garantizan que el monumento no vaya a ser removido en cinco o seis años cuando la moda no sea el pasado prehispánico sino el afrodescendiente o tal vez el futurismo de la ciencia ficción; claro son sólo hipótesis que al menos merecen ser discutidas.
En ausencia de programa, de plan y de visión cualquier cosa puede suceder. Ya lo vemos, el listillo de Santiago Abascal encontró quien le hiciera eco en México y quiero pensar, de corazón lo deseo, que algunos de los 16 desafortunados senadores ahora coaligados mediante firmas autógrafas con un fascistoide que suspira por la resurrección de la Falange, no supieran ni de qué se trataba, que les invitaron al coctel y les pasaron la pluma y alegres pasando la tarde echaron la firma sin conocer en realidad con quién estaban tratando. En serio, quiero creer que algo así pasó, pero es un acto de fe porque el PAN se tardó varios días en dar una respuesta oficial, lo que significa que al menos hubo una discusión que ni siquiera merecía realizarse porque con el fascismo no se dialoga, es lo que le llamamos la paradoja de la tolerancia, se puede ser tolerante con todo, menos con la intolerancia. Tampoco hay que ser muy inteligente ni tener memoria de bibliotecario para saber que esas tentaciones siempre han existido en la derecha mexicana, recuérdese el MURO, el Yunque o el sinarquismo.
El punto está en que estos desafíos a la democracia, en el corazón de uno de nuestros partidos tradicionales y que parecían liderar la oposición, es una señal inequívoca de lo perdidos que estamos. Eso de invocar el espíritu anticomunista del Macartismo más barato y ramplón, después de la caída del muro de Berlín, no tiene desperdicio; que un partido que se dice humanista, tenga entre sus filas senadores, no cualquier militante sino senadores que representan estados de la federación, tratando de renovar la fe que llevó a las dictaduras militares en Latinoamérica al poder, que fue fuente de sufrimiento, muerte y dolor en el mundo, de verdad que ni aunque fuera broma tendría gracia. Y aquí está el dilema, o bien existen elementos fascistas en la cúpula de Acción Nacional o el camarada Abascal los timó con espejitos, como cuenta la leyenda negra. Claro, la Secretaría de Cultura con un discurso nacional elaborado, con visión de Estado y de Nación, habría respondido de inmediato para cortar de tajo la raíz de la intolerancia, pero desde luego, no tenemos algo así funcionando y no sé, tal vez también merezca ser discutido.
En fin, después de tantos siglos, de años de desencuentro, cuando creíamos haber logrado una democracia funcional que nos ayudara a sortear los problemas de la coexistencia pacífica de clases, grupos de interés, nacionalidades y etnicidades, nos encontramos con que apenas asomamos las narices sobre la democracia electoral que parece por fin resuelta pero que no es sino una pequeña parte del edificio democrático completo que a muchos nos gustaría habitar.
César Benedicto Callejas
Escritor.
@cesarbc70
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