Estoy cierto y sin mínima duda de que lo que en sueños se me revela desde niño es cierto. La moneda de plata de ocho reales que mis tíos encontraron en el cuarto de hospital donde nací y pasé mis dos primeras noches es tan solo una de las evidencias que sustentan mi convicción al respecto. En vida anterior a esta fui un marinero español, cercano al Capitán Fray Andrés de Urdaneta, que pasó en lo que hoy es Manila (Filipinas) –para ser preciso, de 1564 a 1565–. En esos meses conocí a una princesa nativa, el amor de mi vida, el más puro y verdadero. El emprender la aventura de regreso resultaba tan incierto, el ansiado “’tornaviaje”, que terminaría por crearse una ruta conveniente entre Asia, Europa y la Nueva España, ya que el regreso era de poco más de tres meses, en promedio. Naturalmente, esto aumentaba el número de muertes por escorbuto, tormentas y los obvios motines hacia el seno de las tripulaciones. Tan solo baste el dato de que la sola distancia de dicho recorrido representaba el triple del viaje primero en que Colón se encontró con las islas del Caribe.
Tras medio siglo de intentos frustrados, Malaespina y un servidor teníamos tanto la información como la intuición suficientes para intentarlo, subiendo a más de 40 grados de latitud, a la altura de Japón, y encontrar así una corriente favorable a nuestros afanes, lo cual resultó un acierto. La travesía se redujo a cosa de cuatro meses, lo que inauguró una ruta comercial de tres siglos de duración y que, en los hechos, unió al mundo entero.
Mi prometida y yo no podíamos separarnos estando ella dispuesta a correr ese tamaño de riesgo disfrazada de marinero y ambos recluidos en una cámara cercana a la del Capitán De Legazpi. Emprendimos la salida del archipiélago filipino. a travesía fue accidentada, máxime en lo que al escorbuto se refiere, pereciendo una parte considerable de la tripulación. Mi princesa Bangka enfermó casi llegando a avistar la costa, no soportando el suplicio, pereció justo ya frente la Bahía de San Bernabé (hoy San José del Cabo) a las costas de la península de Baja California, considerada una isla para entonces. Ahí mismo, el capellán del barco ofició las exequias y el cuerpo fue lanzado al mar, justo cuando sentía desfallecer mi cuerpo, teniendo yo aún la fe en la providencia de poder arribar a Acapulco con vida, aunque con el alma ya muerta debido a mi irreparable pérdida, justo a un día de la tan anhelada llegada también la muerte tocó a mi puerta. Mi cuerpo fue lanzado al mar justo a la entrada de la Bahía de Acapulco, el día de Dios de 5 de Octubre de 1565.
Casi cinco Siglos después sé que reencarné muy cerca de la última morada de mi anterior cuerpo, justo en la Ciudad mexicana de Acapulco ya en tierra firme, claro está. Y por sueños claros y señales de la vida, sé que mi amada princesa lo hizo también, permitiendo Dios que coincidieran de nuevo nuestras almas en este plano para cumplir con nuestro ciclo y designio divino. Ella vive en Baja California, y gracias a las nuevas tecnologías de hoy sé quién es. Un día cada vez menos lejano, nos reuniremos para continuar para la eternidad con eso tan poderoso, a lo que alguna vez el inmenso mar logró unir, tan solo para poco después, poner en una relativa larga pausa.
CARTAS A TORA 370
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