Hace un par de meses, Martin Scorsese hizo unas declaraciones para la revista Empire que dejaron, literalmente, a la mitad del mundo cinéfilo dividido. Comentó, en resumidas cuentas, que para él las películas de superhéroes no son cine, sino algo parecido a una visita a un parque de diversiones y que quitaban espacio en la cartelera a filmes más interesantes. Su ataque no fue nada nuevo ni novedoso anteriormente, gente como Steven Spielberg y Steven Soderberg ya se habían pronunciado al respecto, sin embargo, cayeron de peso por 2 razones muy importantes: Desde hace tiempo, Marvel Studios ha intentado por todos los medios (menos el de arriesgarse a hacer algo con la suficiente calidad artística) ganar un premio Óscar que le dé el reconocimiento de la industria. Esto se vio mermado por el triunfo de Joker (2019, Tod Phillips) en el festival de Venecia, que aunque está basada en personajes de un cómic de superhéroes, tiene una calidad superior a los productos del género. La segunda razón es que los dichos del realizador italiano reforzaban los comentarios (desafortunados) de Bob Iger, CEO de Disney, de que para ellos, sólo las realizaciones que tengan suficiente calidad y oportunidad con el público (sus mega-producciones), se deben exhibir en salas, que el resto se debe destinar a los servicios online, como Disney.
Las redes sociales estallaron en – irónicamente – una especie de “guerra civil, en la que el #TeamScorsese, estaría formado por grandes realizadores y actores, como Arturo Ripstein, Pedro Almodovar, Jennifer Aniston, Francis Ford Coppola, entre otros. Mientras el #TeamMarvel, estaría alineado por Robert Downey Jr., Kevin Smith, James Gunn, etc. Obviamente, los analistas más serios se pusieron del lado de Scorsese, mientras los youtubers, esos críticos medio retrasados, defendían a capa y espada las espectaculares pero huecas obras de súper poderosos.
Sin embargo, las palabras del creador tienen un fondo más profundo que el mentarle la madre a los fans de Iron-Man, ya que expresan un profundo malestar por el hecho de que las salas de cine se han inundado de productos pensados mecánicamente en las salas de juntas de los mayors, quitando peso a la habilidad del director. Y es que, desgraciadamente, si no fuera por Netflix, Scorsese no hubiera podido filmar su último trabajo, El irlandés (The Irishman, 2019).
Basada en la novela biográfica I Heard You Paint Houses, de Charles Brandt, cuenta el ascenso en la mafia de un irlandés que pasa de chofer a sicario, guardaespaldas de Jimmy Hoffa y sindicalista. La cinta está dividida en 3 partes, cada una va mostrando una etapa determinada y abarca más de 50 años de la vida de este personaje.
La fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, es extraordinaria. El guion es una maravilla y a pesar de que de pronto parece un resumen de todas las cintas de mafiosos del realizador – en él conviven las raíces de Mean Streets (1973), Goodfellas (1990), Casino (1995), Gangs of New York (2002) y The Departed (2006) – tiene todos los elementos para alcanzar su propia vida. La edición y la dirección de actores demuestran que el señor es un maestro, capaz de tener al público sentado casi 4 horas sin que en ningún momento volteé a ver el reloj o tenga ganas de ir al baño. Las actuaciones de Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, si bien llevan la voz cantante y son impresionantes, no hacen demeritar a las del resto del elenco.
Scorsese realiza un filme que no es sólo una visión más sobre el crimen en los E.U., si no que a la vez, como lo ha venido haciendo desde Boxcar Bertha (1972) hasta Silence (2016), es una disección del espíritu americano, amén que genera un fresco sobre la historia de su país, por lo que la han comparado de forma muy superficial, con Once Upon a Time in America (1984, Sergio Leone).
Siendo francos, decir que es una obra maestra es lo menos que se puede afirmar de ella. En un twitt, el excelente crítico Leonardo García Tsao comentó que “La acabo de ver en el @CaboFilmFest y me recordó porqué me dedico a esto”. Se trata de una verdadera lección de cómo debe ser el cine, con un guion que balancea los silencios, las acciones, los diálogos, la comedia y la tragedia. Es oscura en momentos y violenta en otros, es conmovedora y reflexiva, y permite tener diferentes lecturas, de esas que derivan en pláticas interminables sobre la ética y la existencia, que llevan a rellenar una y otra vez la taza de café. Por lo mismo, casi todas las observaciones que han tenido los críticos sobre ella tienen razón, porque es descomunal, demuestra cómo deben usarse los efectos digitales a beneficio de la narrativa y no al revés, como acostumbran en los blockbusters y reflexiona sobre el peso del pasado o de que el crimen, a veces, sí paga.
Sin duda, es la mejor manera de dejar callados a sus críticos más acérrimos y al fandom de Marvel. Seamos honestos. En los más de 10 años que la productora se ha empeñado en volverse el líder de la taquilla, nunca se ha acercado ni mínimamente a lo que puede hacer Scorsese. Ellos se defienden diciendo que las obras del italiano no son para niños, pero tiene en su filmografía, Hugo (2011), uno de los mejores filmes infantiles de la historia; o que no están pensadas para un público no especialista, y sin embargo, The Wolf of Wall Street (2013), Goodfellas o The Departed tienen fanáticos incondicionales entre gente que ve el partido del domingo, oye salsa y maneja una micro. Incluso, en Joker, gran parte del leitmotiv es un “homenaje” a Taxi Driver (1976) y The King of Comedy (1983). El señor tiene la suficiente experiencia, respeto y conocimientos como para decirle basura o como quiera a “las obras completas de Stan Lee”. James Gun, creador de Guardians of the Galaxy (2014), comentó que “Muchos de nuestros abuelos pensaban que todas las películas de gánsteres eran (…) ‘despreciables’…Algunas (…) de superhéroes son horribles, algunas son hermosas. Al igual que las películas de westerns y gánsteres”. Y quizá tiene razón, pero como diría mi tía la más fifí, hay niveles. Esos géneros evolucionaron hasta poder codearse con el cine de arte. Prueba de ello son obras cumbres del cine como The Godfather (1972, Coppola), Scarface (1983, De Palma), Carlito’s Way (1993, De Palma), Miller’s Crossing (1990, Hnos. Coen), Road to Perdition (2002, Sam Mendes) u Once Upon a Time in America, por nombrar unas cuantas, que reflexionan sobre la naturaleza violenta del ser humano. Y por desgracia, el cine de superhéroes está todavía en pañales, además de que hay demasiados intereses a su alrededor, lo que impide que sus directores puedan contar con la suficiente libertad para volverlas obras de autor, ya no digamos cine de arte. Son cintas hechas sin riesgo, planeadas para recuperar dinero, que siguen una fórmula establecida y si por casualidad llegan a tener un nivel mayor, como Logan o The Dark Knight, son explotadas hasta el hartazgo. Un ejemplo es el anuncio, esta semana, de que Warner está planeando una secuela de Joker.
Quizá El irlandés no va a tener el éxito en taquilla que tuvo Avengers: End Game. Quizá no gane el Óscar porque los cabilderos de Netflix no tienen la habilidad o los contactos que los de Warner o Disney, sin embargo, cinematográficamente, es un logro poco común en estos días en que la testosterona, el humor idiota y escatológico, el nihilismo, el egoísmo y el chauvinismo, reinan en las pantallas. Y ya por eso, podemos dar por hecho que esta es una pelea que ni Iron-Man, Capitán América, Batman, Spider-Man y Superman unidos, pueden ganar.
Una obra imprescindible.
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