Termino de leer “Sin miedo”, ensayo sobre la resistencia a la violencia, de la norteamericana Judith Butler. La obra estudia las modalidades de violencia que vivimos en la actualidad. Echa mano del diseño de sistemas políticos de la antigua Grecia y de su devenir histórico hasta nuestros tiempos, atravesando de manera repetitiva el “discurso valiente” de la obra homónima de Foucault.
La palabra “parresía”, de raíces griegas, tiene tres acepciones: La primera, invocada por Foucault, se refiere al hablar franco, de frente y valiente. La segunda acepción señala un desbordamiento en el hablar, un decir lo que se piensa de manera imprudente, sin mediar posibles consecuencias. Y finalmente una acepción a la que me quiero referir en este espacio: Hablar de igual a igual, inspirando seguridad, confianza y apertura. El propio Foucault, en una serie de conferencias que impartió en la UC Berkeley, advierte que el parresiastés es aquel que corre riesgo a causa de su discurso franco.
Judith Butler, catedrática de Berkeley, tuvo oportunidad de asistir a charlas impartidas por Foucault, así como otras del argentino Julio Cortázar. Este último previno a los oyentes con relación al uso del lenguaje, a hacer de este una herramienta, evitando caer en la trampa de volvernos presas de nuestros dichos. Cortázar alentó a creer en utopías, pero con los pies puestos sobre la tierra. Tal vez haciendo alusión a su maravilloso texto “Instrucciones para llorar”, Butler habla sobre las “muertes llorables”. Se cuestiona si todas lo son, o si algunas caen en una fosa común de nuestro imaginario, porque son las que nadie reconoce ni llora. De este modo da significancia al valor intrínseco de la vida, cualquiera que esta sea, otorgándole una identidad que la dignifique frente al mundo. Más adelante la autora habla específicamente sobre el feminicidio como parte de una masculinidad que busca imponerse de muchas maneras. Menciona con particular insistencia lo que ocurre en nuestro país, en el que la mal llamada “normalización” de la violencia nos causa cierta miopía frente a fenómenos sociales que se desarrollan y acrecientan en nuestro entorno, generando un estado dañino de cosas. De esa nube tóxica surge la “criminalización”, esto es, un sistema machista que atribuye a la mujer la causa por la que es violentada.
La violencia no se sitúa nada más en el golpe que se asesta con sus repercusiones mediáticas momentáneas. Es más bien la punta del iceberg de todo un sistema conceptual en el que estamos tan sumidos, que tal vez ni lo percibamos. En lo personal me sucede con relativa frecuencia en el oficio de escribir. Tengo casi media centuria sometida a la disciplina de publicar de uno a tres textos semanales, además, por fortuna, soy autora de varios libros. Es fecha en que no falta el comentario o la observación que sugiere enmendar la plana de lo escrito. Descalificaciones revestidas como buenas intenciones, que invariablemente han provenido del género masculino. Lo más simpático es que, la mayoría de estos genios correctores, tienen poco o nada publicado.
Judith Butler nos llama a poner la atención en el clima de violencia que se vive actualmente. A entender que no existen los actos aislados, sino que todos ellos forman parte de una urdimbre cultural, producto de nuestro devenir histórico y exacerbado por las condiciones que enfrentamos hoy en día.
A partir de la Antígona de Sófocles, la autora determina que son “llorables” los muertos reconocidos, los que han sido enterrados. Se antoja como una explicación sensata para entender la desatención en que se tiene a las madres buscadoras, aun cuando sus hallazgos justifiquen una puntual investigación. Darle nombre y apellido a cada despojo humano implica un reconocimiento tácito de que hubo muerte. Butler también hace referencia a “muertos en vida”, esos seres humanos que son vistos como “oleadas” o “estadísticas”, indistinguibles entre ellos. Vidas que no cuentan para otros.
Acaban de subir a redes sociales imágenes que se antojan post apocalípticas. Calles de Kensington en el estado norteamericano de Philadelphia sobre las cuales se observan seres humanos, jóvenes en su mayoría, en un estado lastimoso: Muchos de ellos tirados sobre las aceras, otros detenidos a medio camino, sobre banquetas o calles, mismos que semejan marionetas inmóviles o fotos fijas, en actitudes bizarras. De momento me recordaron las “actitudes céreas” de los pacientes catatónicos que permanecen justo así, en la postura en que el explorador los deja. A partir del pensamiento de Butler, este grupo de seres humanos cuya adicción los ha llevado a perder toda dignidad frente a los demás, caerían en la categoría de “no llorables”. Los vemos en la pantalla, nos impresiona su estado de “zombis”, pero difícilmente se nos ocurre pensar que tienen un nombre, un origen y tal vez una familia. La autora habla entonces de quienes planifican la violencia. Con este panorama en mente es buen momento para preguntarnos quién la planifica, con qué propósito, y, sobre todo, de qué manera cada uno de nosotros contribuye a sostener ese estado de cosas. Si las voces que ahora se alzan son voces valientes, alineadas con la parresía. Voces que llamen nuestra atención hacia la violencia y nos propongan modos colectivos de romper estos círculos malignos.
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