Querida Tora:
Querida Tora:
Hubo una manifestación en la vecindad. Más bien, fue un plantón, que duró casi 4 horas. ¿Sabes quiénes lo hicieron? Las muchachas del hotel de junto. ¿Y sabes por qué? Porque fueron a exigirle al portero que les pague todos los servicios que le han fiado (y creo que es bastantito).
El portero se negó. Dijo que eso no se trataba así, que se fueran y le enviaran una comisión para hablar del asunto. Ellas contestaron que ya habían mandado muchas comisiones y que ni siquiera las recibe (Eso es cierto. Yo las he visto venir muchas veces, pero supuse que era un servicio a domicilio, como en los países desarrollados). Ya para entonces habían salido muchos vecinos y enseguida empezaron a tomar partido: los hombres por el portero y las mujeres por las muchachas. Pronto se pusieron a discutir y la algarabía era espantosa. Y de pronto se oyó un grito: “Pa’ qué pagas, papacito, si aquí tienes harto de dónde agarrar”. Era una vieja que se cambió hace poco al 23, a la que casi nadie conoce, que llegó hasta el frente con una mano apoyada en la cadera y los ojos entornados.
El portero se la quedó mirando. No es muy agraciada. Es lo que aquí llaman, aunque con cierto cariño, “chaparrita cuerpo de uva”. La uva, para tu información, es una fruta pequeña, ovalada, muy redondeada, con lo más ancho en el lugar de la cintura; y un rabito corto y flaquito. Esta vieja tiene dos rabitos por piernas. Y ese día iba vestida de morado, así que se veía más redonda todavía. Al cabo de un rato, el portero dijo “Órale, pues”, y la metió a la portería. Se llevó una ovación y las muchachas del hotel se tuvieron que ir, apenadas.
La vieja del 23 se estuvo en la portería toda la mañana y parte de la tarde. Pero no porque hubiera despertado una pasión salvaje en el portero, sino porque después de un rato (o ratito), él le pidió que le lavara los trastes, porque la sirvienta no había ido. Ella los lavó. Pero luego fue el portero, cogió un vaso, lo olió y dijo “Huele a chuquía”.
Paréntesis cultural.- Chuquía. Nadie sabe lo que es. No lo he encontrado en ningún diccionario. A lo mejor es algo que existe en algún lugar, pero nadie lo sabe. Lo que sí saben es que los trastes mal lavados huelen a chuquía. Y es un olor muy persistente, porque después de lavarlos 3 veces seguían oliendo a eso. La vieja tuvo que ir a comprar cloro (Lo pagó ella) para que desapareciera a medias; y ya quería flamear los vasos, pero temieron que se rompieran. Y cuando se fue, toda sonrisas y contoneos, el portero le dijo que esperara sentada, mejor acostada, a que la llamara otra vez; y a sus guaruras les dijo que ni se le acercaran, porque también ella olía a chuquía.
Esa noche, el portero fue al hotel. Ni siquiera querían dejarlo entrar. Pero él habló fuerte y pidió a todas las muchachas que bajaran; y a las que estuvieran ocupadas, que lo oyeran desde sus cuartos. Les dijo que él trabajaba mucho; que gobernar una vecindad era un trabajo muy demandante, pues son muchos los problemas que enfrenta la gente; que su misión era atenderlos a todos, pero principalmente a los más pobres, que son los que más necesidades tienen; que muchas noches no podía dormir, buscando la solución a las situaciones tan angustiantes de sus inquilinos; que de vez en cuando necesitaba relajarse y dejar de pensar en cómo recaudar fondos, en cómo hacer que el dinero le alcanzara, en qué decir a los proveedores de bienes y servicios praa que le siguieran dando crédito; en olvidarse del agujero del patio y de los lavaderos destrozados; y que le parecía injusto que ellas, aunque no precisamente nadaran en la abundancia, le exigieran unos cuantos pesos en forma tan despiadada.
Más de tres lloraron. Y más de cuatro se ofrecieron voluntarias a ayudar en su relajación diaria; y hasta en darle ideas para resolver sus problemas. Y dijeron que le iban a seguir fiando hasta que las tensiones disminuyeran y que, si era necesario, ellas enfrentarían a los vecinos desaprensivos que exigieran lo inexigible y les enseñarían lo que es la solidaridad. El portero, con los ojos húmedos por la emoción, les dio las gracias y les dijo “Ustedes sí son pueblo. Ustedes saben lo que es partirse el alma para conseguir la pitanza diaria” (Lo de pitanza no lo entendieron, pero de todas formas lo ovacionaron).
Total, que las dos muchachas más buenotas del hotel se encerraron con él en el cuarto que tenía la cama más grande; y hasta le invitaron una botella de tequila porque, según comentaron entre ellas, “habla muy bonito”.
Yo no sé qué pensar. Si todo fuera cuestión de hablar bonito, todos los problemas se resolverían muy fácilmente. Pero nadie va a tapar el agujero del patio con palabras. Y algún día los vecinos se van a cansar de tener que subir a las azoteas para cruzar a los patios traseros. Por lo menos, tengo esa esperanza. Aunque con esta gente, nunca se sabe.
Perdóname si estoy un poco pesimista, pero es que me da mucho coraje ver que sean tan dejados. Y además, ¿qué crees que pasó? La gatita rubia está embarazada otra vez. Si, el gatote ese. La pobre se refugia conmigo, porque él ni se ocupa de ella. Luego tendrá que regalar a sus hijitos por no poder mantenerlos. Y él, tan orondo. No se vale.
Te quiere,
Cocatú
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