Querida Tora: El portero se metió en un lío. Fíjate que la manta que puso el chavo del 7 para hacerse propaganda tapa los medidores…
Querida Tora:
El portero se metió en un lío. Fíjate que la manta que puso el chavo del 7 para hacerse propaganda tapa los medidores de la luz, y al portero se le ocurrió que eso podía redituarle pingües beneficios (Eso de pingües lo encontrarás en una enciclopedia. Nadie usa esa palabra ya, pero a mi me encantó). ¿Y sabes lo que hizo? Aprovechando que no se pueden ver los medidores, conectó los cables de la portería al medidor de la vivienda número 37, que le cae mal; y así, toda la luz que emplea se la van a cargar al 37. No sabes lo satisfecho que se sintió. Ahora tiene la televisión y el radio encendidos todo el día, aún cuando sale, nada más porque no le cuesta. Enciende todas las luces, todos los aparatos eléctricos; y usa la licuadora hasta para ponerle azúcar a su café (Dice que queda más rico que usando una cuchara).
Estuvo así unos días, hasta que una noche llegó el señor del 37 a decirle que eso que había hecho era un delito gravísimo, y que si lo denunciaba podrían meterlo en la cárcel. En primer lugar, al portero se le cayeron los calzones. Pero negó todo; afirmó que no sabía nada, que estaba de acuerdo en lo del delito y que había que castigar al responsable echándole encima todo el peso de la ley. (Perdón por lo de los calzones; es simbólico, pero dice muy bien cómo se sintió). Pero, ¿quién era el responsable? El portero enumeró a todos los vecinos, uno por uno (Para poder pensar algo, mientras tanto); pero ninguno podía ser, porque no obtenía ningún beneficio, y concluyó que solamente él se beneficiaba. El del 37 asintió, y le preguntó cómo pensaba castigarse. El portero empezó a enumerar los artículos del Reglamento de Inquilinos, pero no encontró ninguno que se aplicara al caso. “Vamos a ser creativos”, dijo, y crear un castigo (“No, castigo no”, añadió, Una manera de que el beneficiado responda ante el perjudicado por lo ocurrido)”. El del 37 lo dejó hablar (Le gusta mucho hablar) hasta que de pronto le preguntó “¿De a cómo?”
El portero interrumpió lo que iba a decir sobre la solidaridad vecinal y su efecto en los menores de 10 años, y se quedó tieso. El del 37 repitió la pregunta. “¿De a cómo?” Y permaneció callado. El portero agotó el tema de la solidaridad en dos minutos, y ya empezaba con el de la responsabilidad comunitaria en el renglón de los gastos comunes, cuando el del 37 se levantó (Es el más alto de la vecindad, me parece), puso un cuchillo sobre la mesa y dijo “¿Cuánto me vas a dar por robarme la luz?”
El portero inició una disquisición sobre el uso de bienes comunes para obtener un beneficio comunitario, como el pago de la luz del “pobre portero que no gana lo suficiente”, cuando el cuchillo que estaba sobre la mesa se clavó de repente en la pared, a 5 centímetros de su oreja derecha (Lo más escalofriante fue el silbido que hizo y el golpe al hundirse en la madera). El portero se entregó (En el buen sentido de la palabra, no vayas a creer), y le dijo que cuando fuera presidente del Consejo lo haría Secretario de Seguridad, que le iba dar el dinero de los guaruras, y que podría repartirlo como quisiera. Hubo un gruñido general de los guaruras, que estaban escondidos escuchando la conversación; pero el portero los aplacó, diciendo que bastante hacía con darle trabajo a un puñado de inútiles, vagos y malvivientes que Dios le había dado por hijos (Y sobrinos), y que más valía que memorizaran el Reglamento y lo aplicaran, en vez de hacer barquitos de papel con él y echarlos a la alcantarilla que está en la calle. Todos los guaruras empezaron a reprochar al mayor de ellos, el más grande y el más feop (Que es el consentido) por ponerse a jugar así, pero tuvieron que apechugar (De pechuga, aceptar serenamente el Destino) para que la cosa no pasara a mayores. El del 37 recibió una pistola, pero las balas las tendría que comprar él; y antes de retirarse desconectó de su medidor los cables de la portería y los cnectó al medidor del 3, porque ese señor todos los días lo quiere humillar vistiendo de saco y corbata, como diciéndole “Mira, yo puedo; y tú, no”.
A ver qué pasa. Por lo pronto, yo me voy a ver la película de hoy: “Las Dos Huérfanas”. Para que lo sepas sin molestarte en buscarlo, huérfana es una persona que no tiene madre. Pero de verdad. Yo podría aplicar esa palabra a los protagonistas de mi historia de hoy, pero no me gusta hablar mal de la gente. Ya te contaré. Si es que vale la pena, porque a veces las películas que nos pasan no tienen nada de instructivo, y ni siquiera de ilustrativo. Es una pena el esfuerzo y el dinero que emplean en algo que no sirve para nada.
Te quiere,
Cocatú
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