Querida Tora…
Querida Tora:
El otro día amaneció la vecindad llena de carteles que anunciaban el “Gran Concurso Femenil de la Canción Vernácula”. Y como nadie sabía lo que “vernácula” significa, corrieron a preguntarle al portero. El tampoco lo sabía, pero lo puso en los carteles porque en los teatros ponen siempre “La mejor intérprete de la canción vernácula”, “La reina de la canción vernácula”, y cosas por el estilo, y se le hizo bonito organizar un concurso de eso; pero añadió que podían cantar lo que quisieran, siempre y cuando fueran canciones autóctonas. Nadia sabía tampoco lo que eso significaba, pero les sonó medio folklórico y se quedaron muy contentas, porque esas canciones sí se las saben.
Y es que casi todas las viejas de la vecindad cantan mientras se bañan (No me preguntes por qué, pues no veo la relación entre el agua y los gorgoritos). Algunas cantan también mientras hacen la comida; pero en esos casos casi siempre se les queman los guisotes, y los maridos les han prohibido cantar en ese momento. Pero en este caso no valieron las prohibiciones, y los señores se tuvieron que ir a comer a las cantinas cercanas (Son más baratas que el King’s), y a los niños los distrajeron con la televisión hasta la hora de cenar. Y así fue que todo el día se oía cantar en la vecindad; rancheras, boleros, baladas y canciones de ardidos transformadas en canciones de ardidas.
Esa noche (Era sábado) nos pasaron una película llamada “Cabaretera”. Hubieras visto el éxito que tuvo, y ya todas querían vestirse como la estrella, que enseñaba más de lo que ocultaba y sufría como descosida. Las viejas se aprendieron todas las canciones de la película y se olvidaron de todas las demás, porque decían que esas podían interpretarse con mucho sentimiento. Y al rato ya no les importaba cantar, sino hacer llorar a sus familias al decir las letras de las canciones. A los tres días, maridos e hijos estaban hartos, y amenazaron con irse de las casas si no dejaban a un lado los ensayos, al menos durante las comidas. Lograron que las viejas les hicieran caso, y hubo un poco de paz en todos los hogares; pero en cuanto ellos se iban, las mujeres volvían a la carga con más ganas, y la vecindad entera se cimbraba al ritmo de aquellas desgracias musicales. Porque no había una sola canción que fuera alegre: todas eran mujeres maltratadas, engañadas o abandonadas, mujeres que sufrían por un mal hombre o un hijo desagradecido, madres abnegadas que sólo conocían la felicidad en el instante de la muerte.
Todas las viejas se inscribieron al concurso. Todas se sentían capaces de ganarlo. No les gustó tener que pagar una inscripción; pero, como les dijo el portero, tenían que pagar publicidad, arreglo del patio, y comprar los premios, y eso no le correspondía pagarlo a él. Todas pagaron, y en unos días se compuso el programa. Había tantas concursantes que tuvieron que empezar a las nueve de la mañana para poder terminar a las doce de la noche; y eso que no aceptaron a la familia del 58, que son ocho mujeres que quisieron inscribirse tarde, porque no se decidían sobre qué canción “interpretar”. Además, la Flor del Mal y su prima iban a aparecer como “artistas invitadas”, para animar a las concursantes y proporcionarles ”un modelo a seguir” (Como si necesitaran a quién imitar. La del 33 hasta le copió un vestido a María Victoria para ponerse “a tono” con su canción).
No quieras saber los nervios de todas el día del concurso; ni las escenas que se suscitaron con los maridos hambrientos o con los hijos que no podían hacer la tarea solos. Hubo tragedias, como la de la señora del 18, que encargó al marido agonizante con una tía lejana, y que al volver (Derrotada, por supuesto) los encontró en la cama, muy contentos, comiendo chilaquiles del King’s. O como la del 37, que el marido le prometió que si quedaba en buen lugar se irían a Las Vegas; y sí, se fue a Las Vegas, pero con una muchacha del hotel, y a la esposa la mandó a Tenosique a visitar a su madre, que ya está muy vieja y muy cansada.
El día del concurso llegó gente de todas las vecindades cercanas, que aplaudieron a rabiar a todas las concursantes; pero, sobre todo, a la del 14, que cantó “Noches de Ronda” con un sentimiento rayano en la locura (Según dijo luego su marido, el pobre).
El jurado estaba compuesto por el portero y sus guaruras, quienes decidieron dar por unanimidad el primer premio a la Flor. Hubieras visto el griterío que se armó, porque la Flor estaba como “estrella invitada”. Pero el portero dijo que la Flor era una profesional, que nadie había cantado como ella, y que no darle el premio era insultar a una figura internacional de la canción vernácula y un insulto para la sensibilidad del jurado. El público se aplacó a medias, impresionado por esas palabras. Hubo otro conato de bronca cuando dieron el segundo premio a la prima de la Flor “por la entrega y la pasión contenida que permeó su interpretación”, que aplacaron repartiendo unos chupitos de tequila. El tercer lugar se declaró desierto; y después todas las concursantes recibieron un diploma hecho en computadora “por su valiosa participación” en el concurso que, quien más, quien menos, colocaron junto a la puerta de su vivienda, donde todo el mundo pudiera verlo nada más entrar.
Esa noche ninguna de las concursantes durmió, emocionadas todavía por la recepción que el público le hizo y por los aplausos que le dedicó, y soñando (Despierta, por supuesto) con llegar a cantar algún día en un cabaret de verdad.
La Flor y su prima se llevaron todo el dinero de las inscripciones, y luego se lo agradecieron al portero como ellas saben hacerlo.
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Cocatú
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