Cartas a Tora LI

Querida Tora: Tuvimos una verdadera emergencia en la vecindad: una epidemia. Empezaron los del 37 con ojos llorosos, catarro, tos, etc, etc; y corrió la… Querida Tora:          Tuvimos una verdadera emergencia en la vecindad: una epidemia....

1 de septiembre, 2017

Querida Tora: Tuvimos una verdadera emergencia en la vecindad: una epidemia. Empezaron los del 37 con ojos llorosos, catarro, tos, etc, etc; y corrió la…

Querida Tora:

         Tuvimos una verdadera emergencia en la vecindad: una epidemia. Empezaron los del 37 con ojos llorosos, catarro, tos, etc, etc; y corrió la voz de que era influenza. Al día siguiente ya estaban los del 36 igual (La señora del 36 se “entiende” con el señor del 37, y no es extraño que se haya contagiado, pero la idiota del 37 no se da cuenta; y allá fue a llevarle todo tipo de remedios caseros, que no hicieron más que empeorarla). Luego ya fueron al Seguro Vecinal, donde les dijeron que no era influenza, sino gripa; y les dieron aspirinas, pues es “lo único que el cuadro básico de medicinas les permitía darles; y, si acaso insistían mucho, unos chiquiadores de ruda”. Pues sí, insistieron y al rato ya andaban todos con sus pedacitos verdes en las sienes, sintiéndose mejor, aunque la temperatura les había subido mucho. Pero ellos confiaban en su Seguro y en las virtudes de la ruda.

Esa misma mañana los del 40, los del 41 y los 42 ya estaban enfermos. Y en la tarde había una cola como de 30 personas a la puerta del Seguro. Lo que me extraña son los del 41, que no intiman con nadie; pero ha de ser por tanto ejercicio que hacen y que ayudan a muchos a cruzar las azoteas y el agujero del patio. El caso es que para las tres de la tarde se había acabado la ruda y la enfermera fue a ver al portero para que le trajera más. Pero el portero le contestó que no había presupuesto, que les diera cualquier cosa, ya que “nadie sabe para qué sirven las medicinas y, al fin y al cabo, la gripa se cura sola”. Pues la enfermera empezó a darles, primero, hierba del sapo, y cuando ésta se le acabó, cola de caballo, cuachalalate y en la noche, hojas de geranio machacadas. A algunos se les calmó la tos, pero el estómago se les revolucionó y no quieras saber cómo se pusieron. La enfermera acabó con todas las hierbas que tenía; y no tomó las de los vecinos porque no quería que se dieran cuenta, así que tuvo que irse al terreno baldío a llevarse lo que hubiera. Encontró una hierba muy amarga que a los vecinos les encantó, porque decían que lo amargo era muy bueno para la salud, que les diera más de esa. La enfermera tuvo que mandar a los niños de la vecindad de junto (a los suyos no, para que no se dieran cuenta de dónde las sacaba), a arrancar todas las hierbas del baldío; y tuvo que probarlas todas para separar las amargas de las dulces, y acabó con el estómago revuelto; no le quedaba siquiera un antiácido, ni tiempo para tomarlo.

Y cuando la enfermera enfermó (puede que sea un mal chiste, pero se oye chistoso, ¿verdad?) no había quien atendiera a nadie: tuvo que venir la señora del 2, que tiene fama de sabihonda nomás porque se viste bien, a atender a los vecinos. Pero como no había nada que darles, lo único que podía hacer era recomendarles que se metieran en cama. ¿Y qué crees que pasó entonces? Que el portero enfermó también. ¿Y sabes lo que hizo? Obligó a la enfermera a levantarse, porque él no se atrevió a salir de su vivienda y le exigió que le diera unos antibióticos. Y como no había, le ordenó que fuera a comprarlos. “¿Y cómo voy a pagar?”, preguntaba ella. Porque el Seguro ya no tenía ni un centava. El portero dijo que eso no le importaba, que su obligación era curarlo; y que si no lo hacía, la ponía de patitas en la calle. Estuvieron discutiendo como dos horas, y al fin llegaron a un acuerdo: el portero le iba a prestar el dinero, pero se lo devolvería el mes siguiente , en cuanto recibiera las cuotas de los vecinos, pagándole un 10% de interés. Así, se hizo, pero el portero exigió también jarabe para la tos, algo para bajar la fiebre y una loción para refrescarse de vez en cuando, porque a ratos se sentía estallar de calor. No sé cómo hará la enfermera para pagarle, porque la loción era francesa. Pero en fin, a ver si sobra algo y les dan un poco a otros enfermos (no. no sobró nada. Todo se lo repartieron los guaruras, aprovechando que el portero estaba dormido, para irse esa noche de “cacería”).

Entre los gatos también estuvo a punto de prender la epidemia. Yo quise ir con la enfermera, pero la gatita rubia (no te enceles, por favor), me llevó al baldío y me hizo comer unas hierbas que me hicieron mucho bien. Ella sí sabe de plantas y no anda presumiendo, como la enfermera. La gatita aprovechó para comer otras hierbas, que yo creo que ayudan a las parturientas, porque esa noche dio a luz nueve gatitos negros y robustos (no pueden disimular el padre que tienen). Yo tuve que ayudarla, aunque con miedo de pegarles la gripa; pero afortunadamente, todos nacieron sanos y hambrientos. A ver qué hace ahora con ellos.

A pesar de todo, el sábado hubo función de cine. Nos pasaron “Perdida”. ¡Ay, mi amor!, qué historia tan chida.

Aclaración cultural.- Chida = piocha. Piocha = padrísimo. Padrísimo = A toda madre.

La pobre protagonista de la película sufre como no te imaginas. Todos los hombres abusan de ella, todos la vilipendian, (Vilipendiar es palabra de diccionario. Consúltalo, o imagínate lo que es). Todos abusan de ella, menos un muchacho muy bueno y muy menso, que la saca de problemas y la ayuda. Lloré mucho. Y la gatita rubia mucho más, porque estaba recién parida (repito: no te enceles. No tienes por qué. Mis relaciones con ella son estrictamente amistosas, teñidas con un poco de lástima). Luego se fue a dar de comer a sus hijitos. ¿Te imaginas? Nueve, al mismo tiempo. No sé cómo no le maman todos sus jugos vitales.

Bueno, ya casi todos se curaron, por lo que me despido hasta la próxima.

Te quiere,

                Cocatú

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