Querida Tora:
Hoy amaneció la vecindad con un letrero en el patio que decía “El del 47 y su Muñeca”. ¡Por fin!”.
Yo no sabía a qué se refería el cartel. No fue difícil averiguarlo, porque las viejas no hablaban de otra cosa. Resulta que en el 47 vivía un señor bastante feo (en realidad era muy feo, pero no me gusta decirlo así). Pretendió a todas las chicas jóvenes de la vecindad, pero ninguna le hizo caso, Un día anunció que se iba de la vecindad, y que un día volvería con una esposa que iba a ser una verdadera muñeca; y como nadie le creyó, celebró una apuesta con varios jóvenes. afirmando que un día volvería con una esposa bellísima, una verdadera muñeca, Había llegado el tiempo de cobrar esa apuesta, y había vuelto a la vecindad a presentarles a su esposa. Por eso, esperaba a todos los vecinos ese día, en el 47, a las cinco de la tarde, para que la conocieran.
No sabes qué despacio transcurrieron las horas que faltaban para la cita. Pero los vecinos las invirtieron en arreglarse para el acontecimiento porque ninguno, sobre todo las mujeres, querían desmerecer ante la esposa del señor del 47. Por eso, ese día se observó una actividad frenética en la vecindad. Casi todas las señoras fueron de compras, y trajeron desde vestidos de noche (para usar a media tarde, imagínate), hasta trajes sastre de última moda, vestidos de cocktail y modelitos llenos de encajes y de plumas. Y las que no pudieron comprar, les pidieron prestados a alguna vecina o comadre, de modo que todo el día desfilaron vestidos, sombreros, echarpes y “joyas” por todos los pasillos de la vecindad. Con decirte que la del 56 no tomó ningún líquido alcohólico, ni siquiera su jarabe para la tos, temerosa de que eso obnubilara su buen gusto y fuera a llegar al evento con algunas prendas que no combinaran ni en color ni en estilo. (El marido, para no desperdiciar, se tomó las botellas que le correspondían a ella, y lo tuvieron que internar en Urgencias por congestión alcohólica. Pero lo dio por bien empleado, porque su mujer parecía pavo real aderezado para una fiesta de la realeza).
Poco antes de las cinco ya había una larga fila ante la puerta del 47 (que el señor había seguido pagando, aunque no lo habitara, durante todo ese tiempo). A la hora en punto se abrió la puerta, y empezó el desfile. En la recámara del fondo, convertida en salón de recepciones con varias cortinas de brocado y abanicos de plumas, estaba la mujer que todos querían conocer. Y, efectivamente, era una muñeca con sus grandes trenzas rubias, su boquita de corazoncito, sus ruedas de colorete en las mejillas y un vestido de muselina que se levantaba delicadamente por efecto de un ventilador muy bien colocado. Algunas vecinas no se atrevieron a entrar a la habitación, y la contemplaron desde afuera. Y cuando ya no cabía nadie más en la vivienda, el del 47 se adelantó y dijo:
-Esta es mi adorada Cornelia, a quien encontré en un cuchitril de una colonia sin nombre, al oriente de la ciudad. Yo la reviví, pues estaba casi muerta, le di de comer, la puse en pie y la hice caminar. Luego, ella accedió a caracterizarse así, como la muñeca de mis sueños. ¿Y saben por qué? Por amor.
Un “¡Ooooohhhh!” recorrió a toda la concurrencia, y luego estalló un aplauso tímido al principio, pero apabullante después. El del 47 pidió silencio, y siguió enumerando las virtudes de su Cornelia, y por fin le pidió que se levantara y caminara. ¿Y qué crees? La mujer se levantó y empezó a caminar con movimientos rígidos, desconectados, como hacen las muñecas de verdad. Se escuchó un nuevo aplauso, y el del 47 ya empezaba a decir “¡Y saben por qué? Por…”; pero no pudo terminar, porque Cornelia se volvió a la gente, se quitó la peluca, revelando una abundante cabellera negra y dijo:
-¡Pero ya estoy harta! Sí, he hecho todas estas cosas por amor, pero ya me estoy cansando. Y si no me vas a permitir vivir como una mujer, aquí mismo te dejo, en manos de tus vecinos. La apuesta ya la puedes cobrar, y…
-Ese dinero es lo que menos me importa – dijo el del 47, en tono plañidero.
-Pues vuelve a la realidad y tómame como lo que soy: una mujer.
Y procedió a quitarse el vestido de muselina con movimientos rápidos y certeros, hasta revelarse en toda su espléndida desnudez. Entonces, las que aplaudieron fueron las mujeres. Los hombres, curiosamente, no se atrevían a mirarla..
Esa noche se oyeron discusiones y gritos en el 47, y nadie en la vecindad osaba dormirse, por más que no entendieran lo que pasaba. Pero a las dos de la mañana se calmaron los ánimos, y la paz reinó en todo el edificio.
Y al día siguiente, la señora del 47 salió tranquilamente, sin maquillaje ni vestidos de muselina, a hacer su compra junto con las demás vecinas.
Me hubiera gustado que presenciaras todo lo que ocurrió en el 47. Creo que te hubiera gustado ver la reacción de las señoras. Y la de los señores, habitualmente tan dados a las majaderías y al doble sentido, con los ojos bajos y cara de que no comprendían nada, pero que aprobaban la conducta de Cornelia. Ni modo. Otra vez será.
Te quiere
Cocatú
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