Querida Tora:
En el 9 vive una familia muy agradable: padre, madre, un hijo de 14 años y una niña como de 10. A todo el mundo le caen bien. Pues resulta que hace poco llegó un tío del señor a vivir con ellos; es un hombre de alrededor de 60 años, pero fuerte y muy bien plantado. Casi todas las señoras dijeron que era guapísimo, y andaban de ofrecidas a hacerle cualquier cosa que necesitara. Pero la que verdaderamente enloqueció por él fue la del 18. Es una soltera mayorcita, todavía guapa, muy sencilla y agradable. Pero a partir de que llegó el tío, empezó a vestirse como para ir a fiestas, a peinarse en un salón de belleza y a pintarse con cierta exageración. Y al pasar a su lado le echaba una miradas verdaderamente incendiarias. Pero el tío parecía no darse cuenta, porque ni siquiera volteaba a verla. Poco a poco, la del 18 se fue enojando, y una noche la vi explotar: llegó a su vivienda, pisoteó el vestido, se arrancó el pelo, tiró cuanto había que tirar en el departamento y se puso a llorar y patalear en el suelo, igual que un niño pequeño cuando tiene un berrinche. Yo hasta pensé en ir a pedir auxilio, porque creí que le iba a dar algo. Pero no fue necesario, porque se fue calmando y luego se sentó ante el espejo del tocador y se puso a pensar. Digo yo que se puso a pensar, porque no hacía más que mirarse en el espejo y comparar esa imagen con una fotografía vieja que tenía sobre la cómoda.
Unos días estuvo tranquila, pero llegó el domingo y… el portero había convocado a junta de vecinos para pedirles una cuota extraordinaria para arreglar la bomba de agua que, según él, estaba empezando a fallar (Aunque a nadie la había faltado agua en su vivienda). Ya iba a la mitad de su disertación, exponiendo las ventajas de lo que quería hacer, cuando se oyó un grito de espanto, y todos voltearon a ver a la del 18, que era quien lo había lanzado y estaba llorando y mojando a los que estaban junto a ella. El portero detuvo la junta, preguntó qué pasaba, y la del 18 se levantó, con aspecto de víctima propiciatoria y. al mismo tiempo, tratando de mantener su dignidad incólume. Al momento fueron varias señoras a auxiliarla, pero ella apenas podía hablar, presa de un llanto convulsivo. Le dieron una copita de tequila, y la mujer pudo al fin decir, entre lamentos y pujidos: “El…. Una mirada…. Ojos las….ojos las….”. Y todas las señoras: “¡Qué?”, “¿Qué pasó con los ojos?”, “¿Te quedaste ciega de repente?”. Ella se limitaba a mirar y a suspirar y por fin logró articular unas cuantas palabras: “¡No!”. “¡El!”, “El me dirigió una mirada lasciva”.
No pasó nada, salvo que todos se miraron unos a otros, porque nadie sabía lo que “lasciva” quería decir. Entonces el guarura que ya pasó a la Prepa dijo “Un momento”, corrió a la portería, regresó con un diccionario, lo abrió, buscó, y por fin dijo “Lasciva. Perteneciente a la lascivia”. Lo mismo. Nadie sabía qué era “lascivia”. El guarura volvió a buscar y leyó “Lascivia. Propensión a la lujuria y al deleite carnal”. Eso sí lo entendieron todos, y lanzaron diversas exclamaciones de espanto. El portero pidió a los guaruras que rodearan al tío, y ellos obedecieron inmediatamente.
El hombre se quedó helado, pues no se daba cuenta de lo que había pasado. Y la del 18 empezó a narrar la horrible experiencia que había vivido: “Ví cómo sus ojos me buscaban entre la multitud. Me encontraron y enseguida tomaron una expresión horrorosa. Nunca en mi vida me había sentido tan agredida, tan ofendida, tan lastimada”. Le trajeron otra copita de tequila, mientras el señor del 9 se dirigía a los vecinos diciendo. “No, no. Mi tío es incapaz. Lo que pasa es que es bizco, y cuando dirige los ojos a un punto, está mirando a otro”. Y señaló al extremo opuesto donde estaba la del 18. ¿Pero qué crees? Su dedo apuntó directamente al güero del 41. Entonces el moreno se irguió, hecho una furia; y ya iba a lanzarle un guamazo al tío. Pero el del 9 cogió a su pariente del brazo y lo metió a su vivienda. Y de nada valieron las amenazas de los vecinos, porque no le abrió a nadie.
Al día siguiente, el tío salió de madrugada, cuando todavía no se había levantado nadie. Alrededor de las 10 llegó el del 37, que había salido el viernes a trabajar, y desde entonces no se sabía nada de él. Al ver los corrillos de vecinos, que estaban comentando los sucesos del día anterior, le preguntó a su mujer qué había pasado. Ella le enteró enseguida de todos los pormenores. Y el del 37 montó en cólera (Ya te he explicado lo que significa esa expresión, así que no te hagas de nuevas) y se dirigió al 9, diciendo que si el tío era un lascivo (Ya se habían aprendido la palabrita), sus sobrinos también lo eran, porque esas cosas se heredan, y que todas las mujeres y niñas de la vecindad estaban expuestas a un desastre semejante al del domingo. Pero antes de poder tocar en el 9 se abrió la puerta y salió el señor con unas maletas, diciendo que se iban a vivir a otra colonia, más cercana a su lugar de trabajo. Y ante los asombrados ojos de los vecinos desfiló toda la familia, con todos sus enseres. Seguramente se asustaron al ver la reacción de los vecinos, y prefirieron huir a tener problemas con ellos.
El del 37 se quedó con la boca abierta, que se la tuvo que cerrar la mujer porque ya le iba a entrar una mosca, y que en cuanto pudo lanzó una maldición (No la pongo, porque son palabras de mal gusto) y buscó en quién descargar la rabia que había acumulado durante el largo fin de semana. Y como lo único que había para golpear eran las paredes, descargó el puño cerrado en su mujer. Luego se la llevó a su vivienda y le hizo el amor toda la tarde para que “se consolara”.
La del 18 se quedó, aparentemente, muy contenta, pero en el fondo le debe haber dolido todo el asunto, porque ahora se sienta con frecuencia ante su espejo y se saca la lengua.
Como todas las cosas, el incidente se olvidó. Y también la exigencia del portero de componer la bomba que no estaba descompuesta. Para beneficio de todos los vecinos.
Te quiere
Cocatú
CARTAS A TORA 370
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