CARTAS A TORA: 316

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diario le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

4 de agosto, 2023 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Llegó un matrimonio joven a vivir a la vecindad, en el 62, y no sabes el alboroto que se armó. ¿Y sabes por qué? Porque el muchacho es un enano. Pero no creas que se ve mal porque tenga la cabeza grande o las piernas torcidas, no; es un hombre muy bien proporcionado, sólo que en tamaño “petite”. Ella no es muy alta; pero de todas formas, él apenas le llega a la cintura; y es guapita (No empieces con tus celos, por favor; estoy hablando desde un punto de vista meramente estético).

Todas las viejas se quisieron hacer amiga de ella, porque querían preguntarle por qué se había casado con un hombre tan pequeño. Pero ella no les dio oportunidad de hacer la preguntita. Se ve que ya está harta de que en todos lados se lo pregunten. Y ahí están, viviendo tranquilamente, aunque asediados por la curiosidad.

Bueno, tranquilamente hasta que llegó el del 37, que se había ido a trabajar fuera de la ciudad.  Y ya sabes cómo es el del 37. En cuanto vio al encogido (Así es como le llaman aquí, y yo no tengo la culpa) se empezó a burlar de él: le preguntaba si todo lo tenía chiquito, que cómo le hacía para satisfacer a su mujer, que cuánto tiempo creía que le iba a durar el gusto, y muchas otras cosas. Hasta que el muchacho se cansó, saltó y cayó sobre uno de sus pies.

No creo que el chavo pese mucho, pero el del 37 aulló, se agarró el pie, y empezó a saltar sobre el otro, enfurecido, y casi se cae por la escalera. Pero luego se vino sobe él, con la intención de aplastarlo de una trompada; pero él se le escabulló entre las piernas y le dio una patada por atrás en salva sea la parte, que lo arrojó hasta la puerta del 48. Pero el mastodonte insistía, y empezó a llamar a sus amigos para que lo ayudaran, porque no podían permitir que el maldito enano se burlara de él. Y allá fueron todos sus compinches, agitando brazos y piernas amenazadoramente; tanto, que entre ellos mismos se descontaron. Pero el muchacho los esperó a pie firme; y en cuanto llegó el primero lo sujetó por un brazo, le dio dos o tres vueltas y lo lanzó contra los otros, derribándolos a todos, como en un partido de boliche. El del 37 cogió una maceta de cactus para sorrajársela en la cabeza; pero el chavo fue más rápido, y le aventó un pedazo de mosaico a la panza, que lo derribó. Y allá quedó el más grandote de la vecindad, coronado por un maguey sin tunas.

Como comprenderás, toda la vecindad había salido a contemplar la pelea, y enseguida se formaron partidos y empezaron las apuestas, alentadas por el portero. Los guaruras andaban alrededor de todos pidiendo orden, calma, “démonos abrazos y no madrazos”; y uno de ellos golpeó con  la cacha de su pistola al del 38, que estaba a punto de aplastar al encogido. Pero la pistola se rompió (Era de plástico), y el que voló por los aire fue el pobre guarura.

El enanito estaba a punto de ser aplastado por sus contrincantes que, sin importarles los gritos y las súplicas de su esposa, lo habían rodeado. ¿Pero qué crees que pasó? Que los del 41 entraron en su defensa. Y así como los ves, tan delicaditos y bien portados, causaron  grandes estragos entre los enemigos. (Claro, ellos van mucho al gimnasio) Y luego…(Hasta me pareció oir trompetas de esas de la caballería que va en auxilio de unos vaqueros rodeados por indios) que empiezan a bajar los ninis de la azotea, que también se pusieron  del lado del encogido. Uno de ellos, en sus prisas, se dejó caer de la azotea, y aterrizó a horcajadas en los hombros del señor del 38. Este cayó al suelo, atontado; pero el nini no se pudo levantar tampoco, porque se dio un golpe entre las piernas que se quedó pálido y con los labios descoloridos. Y ahí estuvieron todos, pegándose a placer, hasta que las viejas fueron a traer las escobas y los apaciguaron por la fuerza.

La enfermería estuvo llena toda la tarde, y los heridos se fueron  a curarse a sus respectivos domicilios, porque no ameritaban internarse (Como dicen en los periódicos) El que no podía ni caminar era el nini, que estaba todo inflamado, y todo le rozaba. ¡Y tenía que subir un piso para llegar a su cuchitril! Los del 41 le ofrecieron que se quedara con ellos; pero el nini, desconfiado (“Ellos son dos”, pensaba, y yo no estoy al cien por ciento), trataba de escabullirse diciendo que no quería molestar. Pero el güero le insistía mucho. Entonces intervino la esposa del encogido, que dijo que el nini había bajado a ayudar a su esposo, y que a ellos correspondía dar asilo al herido. (No sabes qué ojos de agradecimiento le echó el pobre). Y así se resolvió el asunto.

Ahora, cuando el del 37 va a subir o bajar la escalera, si ve que se va a encontrar al encogido en el trayecto, usa la escalera del fondo. Parece que aprendió una lección.

Te quiere

Cocatú

 

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