Querida Tora:
La otra noche estaba yo durmiendo tranquilamente en la azotea, cuando me despertó un escándalo horrible. ¿Y qué crees que vi? A tres muchachos armados de palos y cuchillos correteando a todos los gatos. Y uno de ellos venía contra mí levantando un martillo con intenciones de estrellarlo en mi cabeza. Pero alguien gritó: “¡Ese no! ¡Ese es negro!”, y el muchacho se dio media vuelta y se lanzó contra uno medio güerito, que escapó por los pelos, Y a mi me salvó la vida.
De todas formas, yo salté a la vecindad de junto y me fui hasta la esquina. Pero hasta allí llegaba el maulladero y el sonido de los golpes y, de vez en cuando, los gritos de los muchachos, porque a uno casi le sacan un ojo. (Los gatos también tenemos derecho a defendernos, ¿no?). En la vecindad, todos los vecinos andaban alborotados, preguntándose qué pasaba en la azotea. Pero no fue sino hasta que el portero llegó con su pistolota y echó tres tiros al aire cuando los muchachos se calmaron un poco y empezaron a explicar lo que pasaba.
Resulta que ellos vivían en el 16 con su mamá, una señora ya bastante viejita. Y la señora se murió. La velaron, la enterraron y le dijeron sus rosarios y sus misas. Hasta ahí, todo bien. Pero cuando abrieron el testamento, se enteraron que la señora había dejado todo lo que tenía (que no era mucho, pero daba para más de una parranda) a una gatita rubia que tenía desde hace tiempo, “porque ella no se lo va a gastar todo en chelas y en viejas”.
Los hijos se pusieron como arañas, y fueron a consultar al del 7, un muchacho que es abogado, pero bastante tramposo. Este les dijo que no se podía hacer otra cosa que cumplir la voluntad de la señora; pero que si la gatita rubia moría, entonces… La gatita rubia apareció muerta al día siguiente, y los muchachos dijeron que había sido de dolor por la muerte de su dueña, y empezaron a arreglarse para salir a ligar. Pero el abogado (¿No te acuerdas de él? Es uno que el portero corrompió echándole a la Flor) les dijo “Momento, que si la gatita no hizo testamento, el dinero les pertenece a su esposo y a sus hijos”. Esposo no tenía, pero hijos… Había tenido cinco partos, y en cada uno de ellos habían nacido cuatro o cinco cachorritos. ¿Y dónde estaban los retoños? Pues los regalaron en todas las vecindades cercanas (Mentira: a la mayoría los vendieron). ¿A quiénes? No sabían. Pero había una buena pista: todos habían sido blancos, como ella. Y sucedió lo que era lógico: los muchachos se dieron a la tarea de matar a todos los gatos blancos de los alrededores.
Ahí intervino el portero, y dijo que él no podía permitir que mataran a tantos gatos sin tener siquiera una licencia de caza, y les exigió terminar con el asunto. Los chavos protestaron, pero con otros dos balazos el portero resolvió el problema. Entonces fueron los chavos con el abogado, y le preguntaron qué podían hacer. El muchacho puso cara de “What?” y se quedó ahí, reconcentrado, absorto en sus pensamientos (En realidad se durmió, porque estaba desvelado; pero los otros, con la aflicción, no se dieron cuenta). Y al cabo de un rato, les dijo que tenía que consultar unos códigos, pero que para eso tenía que ir a otra ciudad, y que le tendrían que pagar el viaje. Ellos enseguida dijeron que sí, le dieron lo que él les pidió y se fueron con sus cuates a pedirles cooperacha para ahogar sus penas.
Lo que pasaba era que el abogado quería irse a la playa con una de las nuevas empleadas de la oficina, y no tenía dinero. Tuvo que darle algo al portero por los balazos, pero él consiguió todo lo que se había propuesto. Y cuando regresó dijo a los chavos que, en realidad, la ley no permitía dejar herencia a los animales y que, en consecuencia, todo les pertenecía a ellos.
Los alegres herederos se fueron corriendo y volvieron como a los quince días, pálidos y ojerosos; se encontraron con que todo lo que había en el refrigerador ya estaba podrido y pasaron unos días de hambre, al cabo de los cuales fueron a llorar ante la tumba de la madre, arrepentidos.
La que salió ganando fue la del 37, que es muy habilidosa. Recogió a todos los gatos muertos, les quitó la piel e hizo con ellas unos abriguitos para sus hijas, que siempre se están quejando de frío.
¿Qué te parece, cómo salen a veces las cosas?
Te quiere
Cocatú
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