Querida Tora:
Estoy inquieto. No me ha pasado nada, pero los del 18 me han puesto a pensar (no es que me moleste pensar, sino que a veces me dejo llevar por mis cavilaciones, y llego a extremos que no me gustan). Y así estoy desde la semana pasada.
Estos del 18 son relativamente nuevos en la vecindad, pero ya llevan unos meses. Son un hombre y dos mujeres, de unos 40 años más o menos. Pero lo que ignoro (igual que todos los vecinos, que a veces se pasan las tardes hablando de ellos) es la clase de relaciones que hay entre ellos. Algunos hasta han cruzado apuestas de si son hermanos o primos o amigos, porque se tratan en forma muy familiar, pero a veces hay entre ellos una frialdad impresionante. Tan inquietos me tienen, que hace unos días resolví despejar esa incógnita (esto es lenguaje de matemáticos, pero aquí viene muy a cuento, por lo que ya verás).
Me hice amigo de ellos, y todas las tardes me iba un rato al 18, a lamerles las manos. Así, se acostumbraron a verme siempre cerca, y empezaron a hablar sin reparos delante de mi, mientras me hacía el dormido (y cuando me enteré de lo que me enteré, de veras que me costó trabajo mantenerme impávido; pero me aguanté como los buenos).
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Lo primero que me llamó la atención fue que todas las noches, el señor decía “Hoy voy a dormir con B”. O con “A”, porque ellas parecen no tener nombre propio. Y se encierra con la que haya elegido en la recámara. La que no goza del favor del señor esa noche se va a dormir temprano, se encierra y se pone unas orejeras, porque en la recámara principal se oye un escandalazo que no sé cómo los del 17 o del 19 no se han quejado. Yo estaba muy intrigado; pero el otro día llegó el del 19 bastante achispado y se quiso meter al 18 creyendo que era su vivienda. Como la llave no abría, buscó una ventana entreabierta, la encontró y se metió a la recámara secundaria. Al ver la cama vacía y sin deshacer, salió a buscar su recámara, y encontró a los tres en la misma cama, retozando alegremente. No sé lo que pensaría de su esposa, pero se puso a gritar, a golpear los muebles y a encender todas las luces. Eso hizo que se levantaran los tres (Y también los de las viviendas vecinas), y los echó al pasillo, insultándolos a más y mejor. Pero cuando se dio cuenta de que entre ellos no estaba su esposa, se enojó todavía más. Pero entonces, todos los vecinos se dieron cuenta de las relaciones que tenían los tres infractores; y varios empezaron a recriminarlos por esas costumbres libertinas de que un hombre tuviera dos mujeres (como si el del 37 no tuviera dos o tres. Aunque eso sí, cada una en su casa).
Al rato ya estaban todos los vecinos levantados, comentando con indignación el asunto. Pero entonces, el del 18 se defendió. Y lo primero que hizo fue decir que cada quien era el dueño de su cuerpo, y que podía hacer con él lo que le diera su regalada gana; que si antes tener relaciones con alguien de su mismo sexo era poco menos que inconcebible, ahora ya tenían hasta permiso de casarse; o que ya era común que algunos se cambiaran de sexo o que ejercieran de una cosa y luego de la otra, y que si ellos querían hacerlo los tres juntos (o en montón), tenían todo el derecho a hacerlo. Ahí, muchos no supieron qué decir (sobre todo, las viejas). Pero cuando “A” dijo que también ya se valía que una mujer estuviera con dos machos, los hombres empezaron a gritar y a manotear más que ellas y afirmaron que eso no podía ser, que el hombre es quien tiene el papel dominante en eso, y que no iban a permitir que ellas estuvieran con dos hombres, ni juntos ni separados. Y el del 18 insistía en que ahora estaba admitido que se hicieran cosas que antes eran impensables. Y se hubieran estado discutiendo hasta el amanecer, de no ser porque el portero llegó con dos o tres guaruras y los mandó a dormir. Pero al día siguiente envió a todos sus guaruras a decir a los del 18 que se fueran cuanto antes, “no les fuera a pasar algo”.
Y sí. Se fueron. Pero dejaron en la pared del comedor un letrero que decía: “Íbamos a dejarles unos graffiti, pero no vale la pena ni molestarse”. El portero ordenó borrarlo, y los vecinos no esperaron que se los dijeran dos veces, y lo borraron antes de que los niños pudieran leerlo.
Por eso estoy inquieto, porque hay mucho de hipocresía en la actitud de los vecinos ; pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, tienen razón.
Te quiere
Cocatú
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