Querida Tora:
En la vecindad empezaron otra vez los rumores sobre todas las obras que están inconclusas, y el portero se alarmó un poco, pues el dinero del mantenimiento se lo gastó completamente en los primeros días del mes. En consecuencia, citó a sus guaruras a una junta para ver qué podían hacer. Y yo me fui a “dormir” en el alféizar de la ventana de su recámara, a ver qué pescaba.
Empezó por recordar a los muchachos lo mucho que había hecho por ellos, el empleo tan bueno que les había dado, y otras cosas por el estilo. Al escuchar lo cual, todos se quedaron dormidos menos el guapito, que era la primera vez que le tocaba una junta. Al entrar en materia, les dijo que necesitaba hacer algo fuerte, algo que entusiasmara a los vecinos, para que dejaran de pensar en las obras y lo dejaran en paz. “Y también a ustedes”, los amenazó, “porque si no, podemos ir todos a la cárcel”. Lo de la cárcel no se lo creyeron del todo, pero sí los inquietó un poco.
Pero a nadie se le ocurría nada, hasta que el guapito sugirió que empezaran por una lluvia de ideas. Todos se lo quedaron mirando como si hablara en chino; pero cuando les explicó de lo que se trataba, lo aceptaron con gusto. Y hubo de todo: desde sugerir que se los llevaran de día de campo y los extraviaran a todos en un bosque, hasta prohibirles platicar en el patio. Empezaron a enojarse, y hubieran llegado a las manos, de no ser porque uno sugirió hacerles una fiesta para el Día del Amor y la Amistad, añadiendo que con unos regalitos y un buen “chupe”, se olvidarían de todo. Lo de los regalitos no le pareció bien al portero, porque para eso hay que desembolsar dinero, y no lo tenía; y él mismo sugirió pedir a los vecinos que quienes quisieran, podían hacer unos números musicales de esos que se aplauden tanto en los festivales del Día de las Madres en las escuelas, y que salen muy baratos. Y la propuesta fue aprobada por un voto a favor y ocho en contra.
Al día siguiente empezó la organización, porque había muchas cosas que hacer y poco tiempo para hacerlas. A la invitación de participar en el programa hubo una gran respuesta, y hubo que organizar una comisión para examinar las diversas propuestas y escoger las más viables (nadie supo lo que eso significaba, pero lo aceptaron con gusto). Y la vecindad entera anduvo de lo más activa, hasta que llegó el día del Festival.
El asunto empezó con un desfile de los empleados de la vecindad: la enfermera, los guaruras (que fueron muy aplaudidos, por cierto), los de limpieza y, al finalizar el portero en traje de gala y corbatita de moño morada con puntos amarillos (que uno de los ninis calificó de “perico con ictericia”). Y en cuanto el Señor ocupó su asiento en primera fila, donde ya lo esperaba la Flor vestida de los mismos colores que la corbata, sacaron las botellas de licor. En un minuto estuvieron servidos y repartidos todos los vasos (por cierto que los menores de edad se escondieron en la escalera y cada vez que pasaban las charolas con vasos de cubas, les robaban dos o tres, a pesar de que para ellos había refrescos y chicles de a montón). Y empezó el Festival Artístico del Amor.
Primero apareció la del 32 vestida de mendiga, y se echó una recitación sobre el amor en los tiempos de su abuelita que a algunos conmovió hasta las lágrimas y a otros hizo también llorar, pero de risa. Sin embargo, el portero le agradeció su intervención con un beso en la mejilla.
El del 48, vestido de revolucionario, sacó una pistola y disparó a varios vasos colocados a diez metros de distancia, y sólo le falló un tiro; y cuando quiso disparar a un cigarro colocado en la boca de un vecino, el vecino salió corriendo y llamando a Don Porfirio.
Los del 47 se aventaron un rocanrol como en sus buenos tiempos; ahí el problema consistió en que el señor es calvo y se había puesto una peluca con un copetón como los de su época, pero la peluca se echó a volar en cuanto pudo. Total, nostalgia y risas.
La señora del 8 se puso flamenca y salió con un vestido ajustado y con olanes en la falda para bailar unas seguidillas. Es que su abuela era española, y de chiquita la llevaron a aprender baile español, pero ya se le había olvidado mucho, y a veces no sabía qué paso seguía y se tropezaba; y en el vestido, no sé cómo hizo para entrar. Creo que sacárselo será más fácil, aunque se le caigan los lunares amarillos que le tuvo que coser por orden del portero. A mi me conmovió por su entrega al bailar y al gritar “¡Olé!”, porque no le salía bien. Pero le agradecimos el esfuerzo.
Los del 52 iban a bailar “Las Chiapanecas”, pero se echaron demasiados alipuses (Diccionario, por favor), y al vestirse se equivocaron, y él salió de falda y rebozo, aunque con tremendo bigotazo; y ella estuvo todo el baile agarrándose los pantalones, porque no le cerraban. Pero nos divirtieron a todos.
Los niños que hicieron una pelea entre indios y vaqueros estuvieron muy graciosos, y añadieron un momento de suspenso cuando los pieles rojas amarraron a un vaquero a una estaca y le prendieron fuego. El público estaba feliz con los gritos de espanto que lanzaba el pobre vaquerito (“Muy realistas”, opinaban todos); pero de repente se dieron cuenta de que el fuego era de verdad y estaban quemando al “cara pálida”. Pero el niño del 18 se vistió rápidamente de bombero y llevó su carrito para apagar el fuego; pero con las prisas se le olvidó el agua, y tuvo que entrar su papá al quite para salvar al condenado a muerte, Sin embargo, le quemaron el pantalón, y el pobre salió con una mano delante y otra detrás para que nadie viera sus “vergüenzas”, como decía su abuelita, la pobre. También fueron muy aplaudidos.
Hubo varios números más, y ya al final la Flor se levantó en el colmo del entusiasmo (alcohólico) y anunció que iba a cantar ópera. Las mujeres le aplaudieron y los hombres la abuchearon; pero a ella no le importó, puso un disco de una cantante famosa y se lanzó a abrir la boca al tiempo que la otra cantaba. Todo iba bien, hasta que se tropezó con los pies del portero, que ya se había caído de su silla tiempo atrás, y quedó inconsciente en pleno escenario.
Se los llevaron a los dos a la portería y allí los dejaron, mientras los vecinos seguían platicando hasta dar fin a las “provisiones” de la noche. Algunos se quedaron a dormir en el patio, porque las recámaras estaban muy lejos, pero la mayoría se retiraron a sus viviendas. Los menores de edad fueron encerrados en sus cuartos, hasta que se les bajara la papalina que habían cogido.
A pesar de todo, fue una fiesta bonita. Yo sólo les di algunos lengüetazos a los charquitos de “cuba” que encontré, y también me quedé a dormir en el patio, porque subir a la azotea en esas condiciones…
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