Querida Tora:
Ahora hay un campeonato internacional de futbol (ese juego en que le pegan patadas a una pelota, con el fin de meterla en una especie de jaula para poder gritar “Gol” a voz en cuello), que es el deporte más popular en todo el mundo. Ya te imaginarás cómo se ponen los ciudadanos de todos los países que pasaron las eliminatorias y llegaron al torneo mundial. Y si no, aquí te va una muestra.
El vecino del 47 estuvo ahorrando cuatro años (el tiempo entre dos campeonatos) para poder asistir al torneo este año. Pero era demasiado caro, y no le bastaron las horas extra para comprar el boleto. Pero sí le alcanzó para comprar una televisión nueva y grandototota para ver los juegos. Pero el televisor es tan grande, que no cupo en ninguna de las habitaciones de su vivienda y la tuvo que acomodar en el pasillo, con lo que ahora, los que quieren utilizar el pasillo tienen que pasar de lado y con mucho cuidado para no rayar la pantalla. Además, el vecino pidió vacaciones para poder ver todos los partidos. Pero en vez de vacaciones le dieron horas extra para aumentar la producción, y el vecino llegó a la inauguración sin haber podido ver los juegos de entrenamiento. Además, llega a su casa pasadas las nueve de la noche, y ver dos o tres juegos cada noche lo tienen completamente desvelado. Aquí, entre nos, estuvo a punto de quedarse afónico por gritar “¡Gol!” cuantas veces algún jugador se acercaba a la cancha enemiga. Y luego se pone a anotar cuántos castigos hubo, cuántas tarjetas rojas o amarillas o moradas salieron a relucir en cada partido, cuántas faltas se cometieron, etc., etc., etc., pues le gusta que le digan que es la persona que más sabe de futbol en la vecindad. Total, que a los tres o cuatro días de haber empezado el Mundial tenía todavía 16 partidos atrasados que ver, y su esposa ya se quejaba de que no le hacía el menor caso y no sabes las broncas que le ha echado. Pero a él todo se le resbala, mientras pueda gritar “¡Gol!” varias veces al día.
Tanto lo fastidió su esposa con que la tenía encerrada, que le buscó algo en qué entretenerse. Y no se lo ocurrió nada mejor que decirle a uno de los ninis que la invitara a salir de vez en cuando. El chavo lo rechazó, porque no tenía dinero; pero tanto insistió el del 47, y tantas veces le ofreció que él le daría el dinero para invitarla, que al final aceptó. Y la primera vez fueron a tomar un café, pero luego la invitó a cenar (a insistencia del marido, para que volvieran más tarde); luego la llevó al cine, y un sábado se fueron a Cuernavaca… y regresaron hasta el lunes. Pero el marido ni cuenta se dio y los recibió muy contento, porque ese fin de semana había podido ver diez partidos (todos buenísimos, según declaró con orgullo antes de sentarse a ver el onceavo).
Hacia la mitad del campeonato ya no salían a la calle, sino que se subían al cuarto del nini y allí se estaban las horas muertas, mientras el otro ya hacía gárgaras de yodo todos los días para no perder la voz. Y hubo días en que ni siquiera se molestaron en subir a la azotea, sino que se encerraron en la cocina o en el cuarto de lavado a pasar el rato.
Las vecinas se dieron cuenta de lo que estaba pasando, y dijeron que debían avisar al esposo de lo que hacía la mujer; pero cuando tocaron a la puerta del 47, el “deportista”, como ya le llamaban todos en la vecindad, les contestó con gritos destemplados que iban a tirar un penalty, que lo dejaran en paz. Las mujeres se enojaron, y ya no pensaron en volver a informarle lo que hacía la esposa.
Por fin, se acabó el campeonato, y el vecino del 47 llevó a su mujer a cenar para agradecerle que le hubiera dejado ver todo el campeonato como a él le gustaba hacerlo, y le reiteró su promesa de amor eterno. Ella le respondió con un “No vale la pena”, y se comió dos postres. Y todo volvió a ser como antes. Acaso el que lamentó de veras el final del Mundial fue el nini, pues ya no podía ir al cine ni a cenar ni tenía un cuarto calentito donde pasar las noches de invierno. De vez en cuando se acercaba a la señora, y en una ocasión hasta le regaló una flor que cortó de una maceta de la azotea, y le dijo que la felicitaba por tener un marido tan deportista. Ella sonrió, y dijo: “Claro. Deportista, pero de sillón”.
¡¡¡Gol!!!
Te quiere
Cocatú
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