Querida Tora:
Hubo un borlote tremendo en la vecindad. No sabes cómo se puso, porque participaron todos… o casi todos.
La cosa empezó porque el del 37, que es muy macho y muy suficiente, llegó a su casa y encontró a la mujer con vestido nuevo, maquillada y peinada como nunca y con bolsa nueva también, de marca. Y, claro, le preguntó con su voz más bronca que a quién iba a ver. Ella le contestó que a su comadre Martinita, que es de la “alta, alta, altísima” sociedad. Él la regañó por gastarse el dinero de la quincena en vestido, salón de belleza, bolsa y zapatos, y ella le contestó que era un compromiso ineludible y que, además, se lo merecía. El, con voz más bronca todavía le dijo que eso era mentira, que se iba a ver con un hombre. ¿Y qué crees que ella respondió? Que para verse con un hombre no necesitaba gastarse la quincena en ropa nueva, que se bastaba con ser quien era. ¡Nunca lo hubiera dicho! El le emprendió a golpes con ella: puñetazos, puntapiés, rodillazos… de todo.
Al oir los gritos, las viejas empezaron a salir, Y detrás de ellas, los hombres. Al principio intentaron separarlos, pero lo único que lograron fue que los golpearan, porque el del 37 no distinguía personas y arremetió contra todos. Llegó el hijo mayor, y quiso defender a su madre. El pobre fue a dar hasta el 43 del golpe que se llevó. El chiquito también quiso intervenir, y el padre le puso la cara morada con un garnucho que le dio. El escándalo arreciaba, y vino hasta el portero. Pero el desgraciado, en vez de intentar calmarlos, empezó a echarle porras al portero “para que las cosas volvieran a su cauce natural”. Me dieron ganas de arrancarle la nariz de un mordisco y dos arañazos.
Pero de pronto, la señora del 37 se puso en pie y le dio al marido un empujón que lo tiró de espaldas. Entonces se paró encima de él y empezó a encajarle los tacones de sus zapatos nuevos, que eran altos y delgados como agujas de coser velas de barco. Y resultó que el marido es muy cosquilludo, y cuando no le encajaba el tacón en alguna parte blanda y delicada, le hacía cosquillas, Y ahí tienes al fulano, vociferando y riéndose al mismo tiempo. Todos nos quedamos sin saber qué creer ni qué hacer, pero al poco rato todos se contagiaron de las risas, y aquello parecía un programa cómico de los buenos. El portero llamó a sus guaruras para auxiliar al del 37, pero los vecinos los rodearon y los amenazaron si intervenían. Total, que al cabo de un rato el del 37 perdió el conocimiento, no sé si a causa de los golpes o de las carcajadotas que se aventó, y los vecinos aprovecharon para traer a la policía.
Se llevaron a todos detenidos, y tardaron todo el día y toda la noche en tomarles declaración a los vecinos, pero al final encerraron al del 37. Sin embargo, al día siguiente, cuando el fulano regresó a su casa, encontró a la mujer dormida y le dio una tunda como las que acostumbra darle. Y como ella estaba descalza, no se pudo defender; y cuando él se cansó y se fue a la cantina a reponerse, ni siquiera pudo ir a ver a su comadre Martinita, porque le había destrozado los zapatos.
Total que, como quería el portero, las cosas volvieron a su cauce natural.
Yo tomé cartas en el asunto. Y cuando regresó al portero, pasada la medianoche, le caí encima y le mordí la narizota. Pero no pude arrancársela, ni siquiera con ocho arañazos. Pero, por lo menos, se me bajó el berrinche.
Te quiere
Cocatú
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