Querida Tora:
Estoy muy triste. Y me siento mal. Han pasado algunas cosas difíciles en la vecindad, y en la última tuve participación. Ya no sé si fue por mi voluntad o no; pero lo hice, y aunque todos los días me arrepiento, a veces pienso que hice bien. Te lo voy a contar, y juzga tú, con esa inteligencia tan desarrollada que tienes.
Vino una señora a vivir al 63, allá en el fondo, en las viviendas más pequeñas y más incómodas. Era una señora grande (no sé de cuántos años, pero eran muchos). Y trajo a una hija (yo creo que era nieta, por la enorme diferencia de edades que había entre ellas). Pero la muchacha estaba mal, bastante mal: no sostenía la cabeza erguida, no hablaba, las manos no la obedecían, había que ayudarla a comer, y lo único que hacía era sonreír (A veces). Me cayó bien la señora, por la devoción con que la cuidaba y el amor que le tenía, así que de vez en cuando le lamía las manos. En la vecindad también causó buena impresión, y las vecinas la ayudaban cuanto podían. Pero la señora se veía cada día más cansada y con menos fuerzas para atenderla. Además, cada día comían menos, y más mal.
La cosa se fue deteriorando, aunque la señora hacía lo posible para que nadie se diera cuenta. Pero era evidente que ya no podía con el paquete. (Es una forma de expresión. No es que esté yo llamando “paquete” a la muchacha, no soy tan majadero). Yo empecé a llevarle algo de la comida que me echaban, aunque fueran pellejos. Yo creo que ella se dio cuenta, porque a veces me miraba como con agradecimiento, y se formó una especie de vínculo entre los dos. El caso es que yo pasaba todas las noches a desearles buenas noches (A la manera de los gatos, claro) y ella me acariciaba el lomo y, a veces, hasta me besaba,
El caso es que la semana pasada entré como a las diez de la noche y encontré a la muchacha muy inquieta, llena de angustia. Y vi a la señora tirada en el suelo, respirando a duras penas, y casi sin poder moverse; tenia en la mano un frasco de medicinas, y se veía que se la quería dar a la hija (O nieta, o lo que fuera). Yo me acerqué a ayudarle, pero alcancé a leer la etiqueta del frasco, y vi que se trataba de un poderoso veneno. Al instante reaccioné, empujando el frasco fuera del alcance de la señora. Pero ella emitió un quejido tan intenso, tan sobrecogedor, que me quedé paralizado; y vi que con los ojos me decía que se lo diera a la chava. Yo negué con la cabeza (fue algo totalmente inconsciente, te lo juro). Y entonces ella, con voz que apenas se podía oír, dijo: “Me estoy muriendo… No tengo a nadie que se haga cargo de Violeta (así se llamaba la enfermita)… Me la quiero llevar… Su vida ha sido un infierno, y siempre estará mejor en el otro lado…”.
Le faltaron las fuerzas, y no pudo decir nada más. Pero con los ojos me suplicaba que la ayudara. Fue muy difícil, pero había una súplica tan profunda, tan fuerte en aquellos ojos, que tuve que obedecer. Y como pude… La verdad, tomé por un momento mi forma original y le di dos pastillas a Violeta con un vaso de agua. ¿Y qué crees? La chava me sonrió como si comprendiera lo que estaba pasando, y hasta me pasó la mano por el lomo (el único gesto consciente que le vi hacer en todo el tiempo que la traté).
Y allí me quedé, pensando que, a lo mejor, mi presencia allí les ayudaba a vivir el trance por el que estaban pasando. Y, efectivamente, poco a poco se fueron quedando quietas, tranquilas, como si ya hubieran obtenido lo que deseaban.
Entonces, fui a llamar a uno de los guaruras… No sabía cómo hacerme entender, Pero afortunadamente, la señora había dejado abierta la puerta de la vivienda (Yo creo que lo hizo a propósito, para que las descubrieran lo antes posible). Le mordí el pantalón y quise arrastrarlo al departamento, pero no me hacía caso. Entonces me enfurecí y le mordí la pierna; y como sé que en el fondo me tiene un poco de miedo, lo fui conduciendo a la vivienda (Me llevé un par de puntapiés, pero no me importó), y así fue como la vecindad se enteró de lo que había pasado (Pero no de cómo había pasado).
Entre todos los vecinos (y exceptuando al portero, porque los guaruras sí cooperaron) pagaron el entierro. Y hasta guardaron unos días de luto por ellas. Yo me abstuve una semana de maullarle a la luna. No podía hacer otra cosa.
Cuando vuelva, ya me dirás lo que piensas del asunto.
Te quiere.
Cocatú
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