Querida Tora:
El otro día me pegó muy fuerte la nostalgia, y me fui a ver la nave en la que llegué a este planeta. Te acuerdas de que tuve problemas al final del viaje y que aterricé en un museo de arte moderno, ¿verdad? Pues allí quedó la nave, y era la primera vez que iba a verla.
Ya la pusieron en un lugar de honor en los jardines del museo, de manera que se ve en cuanto entras. Yo la vi muy bonita, no te voy a mentir. Pero lo que de verdad me sorprendió es que tiene un rótulo que dice “Elevación del Alma al Abandonar el Cuerpo, Desde el Punto de Vista Ateo”. Eso me hizo pensar, y pronto concluí que la han tomado por una escultura moderna de cierta importancia; porque, si no, la habrían arrumbado por ahí, en algún almacén. El título lo entiendo (Más o menos), pero me sorprende que le hayan dado un sentido esotérico; sobre todo, porque los funcionarios públicos (Y casi todos los que exponen allí son, en el fondo, funcionarios públicos) deben ser (De hecho, aunque no de derecho) irreligiosos. Así que me quedé en el museo, para pensar detenidamente en el asunto. Allí se está muy bien al sol, con poca gente (En ese momento no hay exposiciones de ninguno de los artistas taquilleros del país).
Estuve pensando mucho rato, pero no llegué a ninguna conclusión. Sin embargo, oí una conversación de los empleados de limpieza, que me resultó muy ilustrativa.
Una de ellas, una mujer por cierto, que parecía muy enterada de todo lo que pasaba ahí, dijo que el director del museo había visto la “escultura” en una ocasión, y que se mostró muy impresionado. Preguntó por el autor, y le contestaron que nadie lo conocía, que no sabían cómo la escultura había llegado allí ni por qué. Entonces, el director se encerró con los principales miembros del Consejo Directivo, y estuvieron varias horas hablando. Y cuando salieron, el director anunció que el museo tenía una invitación para enviar esculturas a un concurso que se iba a celebrar en un país muy lejano, que tiene muy buena prensa en cuanto a arte se refiere, y que el museo no contaba con ninguna pieza digna de entrar al concurso; y que, por lo tanto, había decidido enviar la pieza incógnita (Así le llamó a la nave, figúrate). Pero como no podía enviar una pieza de autor desconocido, iba a decir que era suya. Todos le aplaudieron. Y luego, en privado, lo felicitaron por esa muestra de desprendimiento y de amor al arte y a su país al firmar con un nombre tan importante una pieza desconocida.
Enviaron la nave tal como estaba, sucia por el viaje y hasta un poco oxidada. Y la “pieza” participó en el concurso, ganó el Primer Premio, el Segundo y el Tercero, y varias asociaciones artísticas de aquel país le entregaron reconocimientos y medallas. Y acababa de regresar aquí después de un viaje por varios museos importantísimos de todo el mundo.
El director no había regresado todavía. El país anfitrión le envió dos boletos para que él y su esposa asistieran al evento; pero él exigió boletos para sus tres hijos, porque quería que los niños presenciaran el “emotivo momento” que se daría si la obra obtenía algún premio. Le dieron los tres boletos. Pero luego, el director logró que el gobierno de este país le otorgara una extensión para que durante el viaje de regreso pudiera visitar algunos importantes países como emisarios culturales de alta categoría (Eso de la “alta categoría” no sé cómo se lo creyeron, porque el mentado director no ha producido ni una sola obra de arte digna de tal nombre. Pero el presupuesto de este país da para eso y para mucho más).
Total, que el museo está esperando al director y su corte para hacerle un recibimiento digno del embajador cultural tan importante en que se ha convertido, y ya están haciendo los preparativos para el evento.
Yo no pienso asistir a la celebración, porque temo enfermarme al oir los discursos y presenciar el besamanos. Algún día se descubrirá la verdad y, como se dice vulgarmente, al freir será el reir.
Te quiere
Cocatú
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