Querida Tora:
Hace unos días llegó un nini más a la azotea. Quién sabe de dónde salió, o de quién era amigo; el caso es que ya se aposentó allí. Está fortachón, y dice que es karateca; y para demostrarlo, todo el tiempo anda haciendo movimientos muy amenazantes de karate a todo el que se le pone delante. El caso es que tiene aterrorizados a todos los de la vecindad, y nadie quiere ni encontrárselo en los pasillos o en las escaleras, por miedo a que les haga algo.
¿Y qué crees? El portero se fijó en él, y pensó que le resultaría útil, así que lo contrató como guarura. Le paga muy poco, pero no va a hacer nada más que amenazar a los vecinos, así que lo poco que le da le viene muy bien. Además, que se siente más importante, y ya mira a los otros guaruras por encima del hombro.
Por otro lado, a la chava le del 38 le salió un novio. Es un muchacho de la otra calle, que se ve serio y bien portado. A todo el mundo le cayó bien… menos al karateca, que en cuanto lo vio se fue sobre él con una serie de movimientos verdaderamente estremecedores. Pero el muchacho aguantó a pie firme, y ni siquiera se inmutó. Eso enfureció más al karateca, y ahora anda espiando sus entradas a la vecindad para asustarlo (No lo ha logrado, pero él se hace las ilusiones y presume como no tienes idea).
La cosa ha ido escalando, y la vecindad entera se ha dado cuenta, así que todo el día están esperando a ver qué pasa de nuevo. Y pasó. Anteayer, el chavo estaba platicando con la novia en el patio, muy tranquilitos los dos, cuando se presenta el karateca y, sin previo aviso va y toca a la muchacha en sus partes nobles. Toda la vecindad lo vio, y fue como si les hubiera pasado una corriente eléctrica de alta intensidad a todos. ¿Qué iba a hacer el chavo? No podía pasar eso por alto.
Y no lo pasó. Sin decir palabra tomó al flamante guarura por el cuello (con una sola mano, para más vergüenza) y lo subió al tendedero de la del 18, que está bastante alto, y allí lo dejó colgado. El karateca rugía y se debatía, pero no podía hacer nada, porque el chavo lo enganchó en un clavo muy fuerte que soporta todo el tendedero, y no alcanzaba con las manos ni con los pies. Y allí estuvo un rato, ante la mirada asombrada de toda la vecindad. El chavo siguió platicando con la novia como si no hubiera pasado nada; y, por fin, fue a desenganchar al “interfecto” y le dijo que se fuera pitando, para que no atropellara a nadie. ¿Y qué crees? Le obedeció, pero fue corriendo a meterse en la portería, a darle la queja al portero y a exigirle que castigara al “agresor de la autoridad”. Pero el portero le dijo que si no había sido capaz de resolver el problema por sí solo, “en ese momento dejaba de ser autoridá” y lo echó a la calle, entre las burlas de todos los vecinos. Total, que el nini se fue corriendo, y no se le ha vuelto a ver. Yo pensé que iba a volver con otros “karatecas”, pero ni a eso se atrevió.
Entonces, el portero fue a buscar al chavo y le propuso que trabajara de guarura con él. Pero le dijo que no, que estaba estudiando y que no podía perder el tiempo en otras cosas. Más tarde le dijo a la novia que cuando subió al karateca al gancho, éste tenía una mirada de terror tan grande que pensó que a nadie se debe atemorizar así sin un motivo verdadero (y el suyo había sido verdadero, añadí yo), y lo que el portero pretende es tener a todos asustados. La muchacha estuvo de acuerdo, y los dos se fueron a cenar como todos los días, entre murmullos de aprobación y gritos de alegría.
Los únicos que lamentaron lo sucedido fueron los ninis de la azotea, porque el karateca les permitía muchas cosas que los otros guaruras les impedían, como fumar las hierbas que cultivaban, por ejemplo. Pero no había quien los apoyara, y tuvieron que aguantarse.
Y pensar que el novio de la del 38 parecía tan poquita cosa… “Caras vemos, corazones no sabemos”, suele decir la gente aquí. Y tienen mucha razón.
Te quiere
Cocatú
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