CARTAS A TORA 263

Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones de lo que ahí ve.

18 de marzo, 2022 CARTAS A TORA

Querida Tora:

A que no te imaginas: la Flor se vino a vivir a la vecindad. La corrieron  del edificio donde vivía por falta de pago (Aunque el portero dice que fue por chismes que le armaron las vecinas), y se tuvo que venir aquí. Le dieron  la vivienda 48, en el primer piso, porque recibe mucho sol en las mañanas, que es cuando ella duerme; y en las tardes, el sol no es tan pesado. Y digo que le dieron la vivienda porque el portero la paga (o eso dice. No he querido meterme a averiguar la verdad, pero ¿quién controla lo que el portero cobra por las viviendas, y quién controla las cuentas que entrega a la dueña?).

Las vecinas la recibieron bien. Al fin y al cabo, es una artista, una cantante que tiene fama en casi toda la colonia. Y ella se dejó venir con todos sus tiliches: vestidos de noche, espejos, artículos para maquillaje, pelucas, postizos para todas las partes del cuerpo y macetas, muchas macetas con plantas de todo tipo. Ella dice que es “muy ecológica”, y que no quiere contribuir al calentamiento global con mascotas, como hacen otras (en clara alusión a los que tienen perros y gatos, sin olvidar a Cloti, la iguana, que a veces anda correteando por la azotea). Pero las macetas no cabían en la vivienda, y las puso en  el pasillo. Ahí empezaron los problemas.

Es cierto que las macetas permitían pasar por el pasillo, pero a duras penas. Y con frecuencia los vecinos salían rasguñados por los rosales o por los cactus, Y empezaron las quejas. Pero no pasaron a mayores hasta que se desarrolló una flor bastante rara, que todos (Incluyendo a la Flor) pensaron que era una orquídea. Pero un día que pasó la gorda del 58, se oyeron gritos de dolor; y la señora afirmaba que una de las plantas la había mordido. Todos se echaron a reír, y le dijeron que despertara bien o que se curara la cruda antes de salir a la calle. Pero al día siguiente, la volvieron a morder.

Los vecinos empezaron a tenerle miedo a las plantas de la Flor, y evitaban pasar por su vivienda; pero eso los obligaba a ir hasta la escalera del fondo y caminar más de lo habitual, y no les gustó. Se fueron a quejar con el portero; pero éste defendió a las plantas, diciendo que le trajeran pruebas de la falta de respeto que habían infligido  a la gorda del 58. Pero la mujer se negó terminantemente a dejarse morder otra vez.

Entonces, el portero fue a ver a la Flor. Los vecinos corrieron tras él, pero el portero no permitió que nadie asistiera a la entrevista. Yo sí asistí, valido de mi condición de animal. Y me enteré de que esa planta no es una orquídea, sino una planta carnívora. Yo creía que las plantas carnívoras sólo comían moscas o insectos pequeños; pero ésta es más golosa, y se le antojó la gorda (Debe ser la vista de tanta carne junta). Lo malo fue que la Flor no quiso deshacerse de ella, alegando que era un recuerdo de un capitán aventurero que se la había traído de una remota isla del Pacífico.  Y prometió que la iba a tener muy bien alimentada, para evitar problemas con los vecinos.

Pero la plantita resultó mañosa, porque comía todo lo que la Flor le daba, y crecía casi todos los días. Pero con eso no saciaba su hambre… o su gula, como prefieras llamarlo. Y cuando alguien se acercaba, le lanzaba dentelladas muy bien disimuladas, para que no se dieran cuenta de que era ella la agresora. Y cada día estaba más grande y más atrevida. Al perro del 34 se lo merendó enterito, con todo y huesos, una noche que estaba particularmente hambrienta; y nadie se enteró, más que yo. La Flor sospechó algo, porque vio entre sus pétalos restos de piel con pelos; pero la plantita se volvió toda caricias con ella, y la Flor se olvidó de investigar lo sucedido.

Yo empezaba a alarmarme, pensando en lo que pasaría cuando la plantita creciera más. Y decidí acabar con ella. Para eso busqué a Cloti y la llevé con la plantita. Esta, al verla, reaccionó con interés, porque nunca había visto un  animal como ese, y le lanzó la mordida. Pero yo ya estaba preparado, y le puse una piedra en el camino, con lo que se le rompieron los dientes. Entonces la ataqué con decisión. No creas que fue fácil, porque aunque la flor ya no tenía dientes, le estaban brotando unos botones, que al sentir el ataque se apresuraron  a abrirse y se aplicaron a morderme por todos lados. Quedé casi como cerdo en carnitas, pero logré arrancar la flor del tallo. Y después. me la comí. Toda entera. No dejé ni una raicita. Se me indigestó y pasé muy mala noche, pero libré a toda la vecindad de un peligro latente. 

La Flor lloró a su plantita y decidió irse, “porque allí había muy mal ambiente para las plantas”. Los vecinos se alegraron, porque ya nadie se atrevía a pasar por su vivienda (Por si acaso). El portero se alegró también, porque ya nadie se daría cuenta de cuántas veces iba a visitar a la Flor.

Qué difícil es, a veces,  la convivencia entre los humanos.

Te quiere

Cocatú

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