CARTAS A TORA 256

Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones de lo que ahí ve.

28 de enero, 2022 CARTAS A TORA

Querida Tora:

La otra noche tuvimos un caso en la vecindad, que hasta yo me asusté. Y es que como a la una de la mañana oímos de repente un grito. Pero un grito horrible. Brinqué todo erizado (por si no lo sabes, los gatos nos erizamos muy fácilmente; sobre todo, cuando tenemos miedo, aunque me esté mal el decirlo). ¿Y qué crees que vi? Parada en el borde de la azotea, una mujer con una camisón blanco y flotante, llevando en la mano una vela que la iluminaba en forma por demás tétrica, caminando hacia el vacío. (La que gritó fue la del 58, que se asomó en ese momento a su ventana, y que yo no sé qué demonios hacía en la ventana a esas horas). La aparición (así la llamaré, al menos por el momento) se quedó inmóvil, dejó  caer la vela y empezó a estrujarse las manos.

Ya para entonces habían salido todos los vecinos de sus viviendas, y miraban espantados a la fantasmal mujer. Te juro que hasta yo pensé que se trataba de un fantasma; pero como no creo en esas cosas, me le fui acercando poco a poco (Con mucha precaución, no te lo voy a negar). La mujer (Si es que de eso se trataba) oscilaba y oscilaba hasta que casi pareció que se caía (Y de ahí al patio está muy alto; seguro que se despanzurraba toda). Los vecinos se limitaban a corear con espanto sus movimientos, pero nadie se atrevía a hacer nada.

Ya estaba yo bastante cerca, cuando la reconocí. Era la arrimada del 16, que es hermana de la señora que ahí vive y que no tiene medios de vida. Es una mujer muy tranquila, muy dulce, muy sosegada, que a todo el mundo le cae bien (Menos al portero, claro). ¿Cómo era posible que se encontrara allí, en peligro inminente de muerte o de deshonra? (Porque al caer se le iban a ver sus partes nobles, seguro; y ya te puedes imaginar los comentarios que se iban a originar). Yo quise hacer algo para evitarlo, y me puse a pensar con toda la velocidad de que me fue posible disponer. Pero en eso vi a un gato pardo, enorme, que se trae aterrorizadas a todas las gatas de la azotea, que se le acercaba con muy mala intención. Te juro que le vi la intención en la mirada fija y penetrante, y me di cuenta de que quería ponerle una zancadilla para apresurar su caída.

No lo pensé más, y me lancé sobre él con las garras desenvainadas. Le caí en el lomo y le clavé no sólo las uñas, sino también los dientes. Nos enzarzamos en una pelea épica, monumental, apocalíptica, pero también grotesca, llena de maullidos y de lamentos, de gritos y de rugidos (Sí, por primera vez en mi vida, rugí) ¿Pero qué crees? Le di una paliza al gatote ese, que salió corriendo y no sé hasta dónde fue a parar, ante el beneplácito de todos los gatos (Ellos, porque se iba la competencia; y ellas, porque las iba a dejar de molestar con sus exageradas apetencias amorosas).

Pero la aparición también se asustó, y por poco va a caer sobre los lavaderos rotos. La salvó su cuñado, el del 16, que está bastante ponchado; la sujetó entre sus brazotes y se la llevó a la vivienda.

Y allá van todos los vecinos, por supuesto, a saber lo que pasaba y a opinar como si lo supieran todo. No sabes el escándalo que se armó, la de consejos y sugerencias que ofrecieron. Pero la hermana se portó bastante sensata, les pidió que se fueran y sólo quiso escuchar al pasante de psiquíatra que vive en el 39 desde hace unos días. Porque este muchacho, en cuanto vio a la “aparición” les pidió que no se espantaran, porque era una sonámbula. “¿Pero por qué?”, preguntó la del 16, “¿Qué le pasa a mi hermana?”.

El muchacho tardó varios días y varios exámenes neuropsicológicos en darle una respuesta. ¿Y sabes cuál fue? “Porque no tiene nada que hacer”. Así como lo oyes.

“Es que no tiene que hacer nada”, respondió la hermana. “Nosotros le damos todo”. “Pues no sea tan generosa”, fue la respuesta del pasante, “Y déjenla vivir”.

¿Y qué crees? Tenía razón. Porque en cuanto le consiguieron un trabajo en la tienda de la esquina (Nada espectacular: vender dulces, refrescos y chucherías) se animó, dejó de caminar dormida y se mostró como la mujer alegre y emprendedora que era. Ahora es ya dueña de la tienda, y hasta se va de viaje de vez en cuando.

La solución era muy sencilla, pero nadie la había visto.

Te quiere

Cocatú

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