CARTAS A TORA 212

Querida Tora: No sé si te he hablado alguna vez de una señora bastante grande que tiene un perro muy cursi. Lo lleva al salón de belleza (no a la veterinaria) para que le corten el pelo...

11 de febrero, 2021 CARTAS A TORA

Querida Tora:

No sé si te he hablado alguna vez de una señora bastante grande que tiene un perro muy cursi. Lo lleva al salón de belleza (no a la veterinaria) para que le corten el pelo y la dejan (es hembra) llena de rizos y con pompones blancos en cabeza, patas y cola. Ese perro es motivo de risa de todos los inquilinos, y motivo de odio de todos los demás perros de la vecindad, que en cuanto la ven aparecer le ladran y le enseñan los dientes. Pero ella camina con  la cabeza alta, muy tranquila y desdeñándolos a todos. ¿Y sabes cómo se llama? Puchi. ¡Eso no es un nombre, es un insulto! Pero la señora, muy orgullosa, la llama a grandes voces en cuanto salen al patio.

Todos los días la saca a pasear, con su correa llena de colgantes y juguetitos para que la infeliz se entretenga. ¿Pero qué crees? El otro día se puso a platicar con la del 36, y Puchi (hasta pena me da nombrarla) se soltó y se salió a la calle. ¡Hubieras oído los gritos de la dueña! Arengó a los vecinos para que le ayudaran a buscarla, y allá salieron en tropel todos los que estaban en el patio, gritando “¡Puchi, Puchi!”. Volvieron al anochecer, cansados y sin comer, porque ni tiempo les dio la atribulada señora; y sin haberla encontrado.

Nadie durmió esa noche porque el llanto de la dueña los tuvo desvelados. Y al día siguiente, vuelta a organizar expediciones de búsqueda. La dueña repartió volantes ofreciendo recompensa por la devolución de Puchi, pero ni por esas. Tuvimos otra noche de llanto y lamentos sin fin.

Pero al otro día Puchi hizo una entrada triunfal acompañada por Firulais, un perro callejero que adoptaron los del 54, flaco, viejo y pulgoso, que la llevó hasta la puerta de su vivienda. Allí le dio algo parecido a un beso, y se alejó, volteando continuamente a mirarla. ¡Hubieras visto a la dueña! Lo primero que hizo fue pegarle a Puchi por “irse sin avisarle siquiera”. Luego la bañó tres veces, la llevó al salón a que le compusieran el pelo, pues le habían arrancado varios pompones y rizos; la llenó de moños y listones para disimular el mal estado en que se hallaba, y sólo la sacaba a pasear en la noche “para que la viera la menor cantidad de gente posible”.

Un día, el 17, que es una chismosa de primera, le dijo que Puchi había dado “un mal paso”. La señora por poco la abofetea, por calumniar a su mascota. Pero la naturaleza se encargó de demostrar que la del 17 tenía razón, y el estado de Puchi ya no se podía disimular con falditas ni moños de ninguna clase. Entonces, la señora le fue a reclamar al señor del 54 por “incitar a su animal a violar a Puchi”. El señor se rio, y le cerró la puerta en las narices. Pero ella, sin amilanarse, fue a presentar una demanda contra el del 54 “por corrupción de menores y asociación delictuosa con un animal”. Claro que el agente del Ministerio Público no quería levantar esa demanda por infundada; pero el jefe le ordenó levantarla “porque su obligación era atender a los quejosos, aunque no tuvieran razón”. Se levantó la demanda, y la señora se puso a esperar que detuvieran al del 54 y a Firulais, pero pasaron las semanas y no los detuvieron. Fue a preguntar qué había pasado con  su queja; y el chavo del 7, que la encontró allí, le dijo que el asunto no procedía, porque “Puchi había obedecido a las leyes de la Naturaleza” y que, por lo tanto, “Firulais no era culpable”. Entonces la señora levantó otra demanda, exigiendo que el del 54 le pagara los gastos del psiquíatra a quien iba a llevar a Puchi ”para que la sacara de la espantosa depresión  en la que había caído”. Pero bastaba ver a la perrita cursi corretear y ladrar alborozada para darse cuenta de que la tal depresión era una fantasía de la dueña.

Al final, la señora dejó de sacar a Puchi, y la paseaba dentro de su vivienda, aunque para ello tuviera que vencer la feroz resistencia del animalito. Y así se las arregló hasta que Puchi dio a luz a nueve cachorritos cruzados de cursi con chucho de la calle, muy ladradores y alegres. Pero a la dueña le parecieron espantosos, y los fue a dejar en un solar vecino, para no saber nada de ellos. Pero no te inquietes, que no se murieron: alguien los oyó ladrar, se los llevó, y los repartió entre sus conocidos. Por cierto que uno de ellos fue a dar con la señora del 26, y cada vez que ve a Puchi salta de alegría y corre a lamerme las patas (más arriba no llega), causando el enojo y las protestas de la dueña (también quiso demandar a la del 26 por no educar debidamente a su mascota, pero la demanda tampoco prosperó).

Puchi mira al cachorro desde su altura y luego aparta la mirada, aunque a veces asoma en sus ojos una lágrima (la voz de la sangre, sin duda; pero pesa más la obediencia a su ama). Con  el tiempo, los dos animalitos se ven de lejos y como que sacuden la cabeza en un extraño saludo. Pero la dueña de Puchi se la lleva corriendo, para no tener otro disgusto. Y a Firulais lo mató dándole un pedazo de carne con veneno para ratas “porque no podía vivir con la inquietud de que volviera a violar a la pobre de Puchi”.

¿Qué te parece? Hay tragedias inimaginables entre los seres más insospechados, pero que los marcan para toda la vida. Puchi se hizo meditabunda y triste; y su dueña no le quitaba ojo en todo el día. A la larga, las dos se amargaron para siempre.

Ten mucho cuidado, no te vaya a pasar algo similar.

Te quiere,

Cocatú

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