Querida Tora
En el 52 vive una familia compuesta por el padre, la madre y una hija como de 18 años. Siempre han sido muy pacíficos. Pero hace unos días protagonizaron una pelea que estuvo a punto de dar al traste con la tranquilidad en la vecindad. ¿Y sabes por qué fue? Porque el padre les compró teléfonos celulares a la madre y a la hija.
Como lo oyes. Las dos se mostraron felices, y abrumaron al hombre con besos y cariños de todo tipo. Tanto que el susodicho (qué palabrita, ¿eh?) se fue, muy complacido, a pasar un rato de “solaz y esparcimiento” a la cantina con los cuates. Y así estuvo varios días. Pero a principios de mes le llegó el recibo de la luz, y ahí sí puso el grito en el cielo. ¿Por qué? Porque el consumo de luz se había cuadriplicado. Al principio, no supo a qué atribuirlo, pero, finamente, cayó en la cuenta de que las dos mujeres utilizaban los teléfonos todo el día (y gran parte de la noche), y tenían que conectarlos varias horas diarias para cargarlos.
Y entonces, montó en cólera (Ya te he explicado lo que eso significa), y les empezó a gritar. Por primera vez en su vida, ellas le contestaron. Pronto estaban los tres gritando y manoteando, y hasta se escuchó el estruendo de una bofetada, aunque nadie puede asegurar quién se la dio a quién. Total, que a las 12 de la noche, el padre echó a las mujeres de la casa “porque lo iban a arruinar a fuerza de utilizar el celular”. Acto seguido apagó la luz y se acostó, pues apenas podía tenerse en pie (había estado en la cantina toda la tarde).
La mujer fue con la del 33, que es su comadrita; le explicó el asunto, lloró con ella, y la siguió a ver a la del 58 (que es también comadrita). La muchacha fue con su amiga del 18, quien convocó a todas las jóvenes de la vecindad y las alebrestó para que fueran a reclamar al padre de familia. Allí se juntaron con las señoras, que ya habían sido alborotadas por la del 58. Y todas empezaron a gritar y a patear puertas y ventanas.
Al amanecer salió el portero (primera vez que se levanta tan temprano), quien resultó incapaz de restablecer el orden. Y peor porque a los pocos minutos, los señores de la vecindad acudieron en masa a defender a su amigo y compinche, y a insultar a las viejas (en el tumulto, nadie sabía quién insultaba a quién; y todos se despacharon muy a gusto). Luego vino el forcejeo, que algunos señores aprovecharon para golpear a sus esposas y para tentalear a las de otros. Las mujeres se defendieron, y pronto se vieron ladrillos que cruzaban el aire para ir a estrellarse contra alguna jeta descuidada. El portero mandó a sus guaruras a calmarlos, pero los muchachos no se atrevieron a llegar más allá de la puerta del 48, porque “las cosas se estaban poniendo feas”.
El portero les exigió que impusieran el orden, pues para eso les pagaba (las pocas veces que le alcanzaba para pagarles); y los amenazó hasta con la emasculación (palabra educada para decir “cortarles los genitales”). Pero cuando vio que caía un pedazo de cornisa del primer piso, se asustó de veras. Entonces, mandó a su guarura consentido a traer una caja de brandy “del más malo que encuentres”. Y cuando el chavo regresó, echó tres balazos al aire, con lo que el escándalo amainó bastante; y al cuarto, desapareció (sobre todo, porque uno de los guaruras gritó y se hizo el muertito, aunque por poco tiempo). Entonces, el portero mandó llevar al brandy (en realidad, era alcohol con pintura vegetal color café) al inquilino del 52; le dijo que se lo regalaba, porque su deber social era poner la paz en “el conglomerado humano que se encontraba bajo su égida” (así, como lo oyes. No sé de dónde sacó esta palabra, ni si la empleó bien o mal), al tiempo que le exigía que restableciera la paz “en el sagrado hogar conyugal”.
Santo remedio, El del 52 destapó unas botellas y convidó a todos, mujeres, hombres y niños (había muchos, desvelados por el griterío, pero ávidos de contribuir a restablecer la paz), Y pronto reinaba la concordia y el entendimiento entre los vecinos.
La madre y la hija del cuento (así se dice, pero es realidad pura) se pusieron a trabajar para pagar los gastos de sus celulares; y cada vez que el padre se molesta por el recibo de la luz, le regalan una botella. Y santas paces.
El portero escuchó un día a dos guaruras admirándose de que hubiese regalado una caja de licor (mal llamado licor, pero al fin y al cabo lo había comprado), y preguntándose si estaría cambiando, si se estaba volviendo generoso ¿Y sabes lo que hizo? Se rio como si le hubieran contado el chiste del año. Y les dijo que no, que a él no le gustaba tirar el dinero, y que lo único que había hecho era pensar qué pasaría si no le ponía fin al alboroto de esa noche; y que se decidió por el mal menor.
¿Tú qué piensas?
Te quiere,
Cocatú
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