Querida Tora:
Llegó un vecino nuevo. Un señor muy arreglado, muy correcto, siempre de traje y corbata, que se dispara de casi todos los demás. Todos lo miraron con recelo; pero como este señor saluda a todos atentamente y desea felicidades a diestro y siniestro, acabaron por aceptarlo. Y más cuando vieron que salía todos los días con un pequeño maletín muy lustroso, muy brillante. En ese momento, empezaron a decir que era doctor.
Al cabo de unas semanas, ya nadie se fijaba en él. Pero yo noté que el señor empezaba a visitar a los “ninis” de la azotea, y que hablaba con ellos largo y tendido. Eso me llamó la atención. Y me dediqué a observarlo con detenimiento. Luego me di cuenta de que salía con dos o tres ninis, y volvían hasta la noche, a veces riendo y chacoteando, a veces con cara de cansados. No me quedó más remedio que seguirlos.
No creas que fue fácil. Tuve que tomar el metro con ellos, y me las vi negras para evitar que me aplastaran. Más de una vez no pude bajarme con ellos, y me tuve que regresar a la vecindad, frustrado y pisoteado. Pero al fin logré llegar a donde iban. ¿Y qué crees? El señor se quitó el traje amparado por un árbol, y abajo llevaba puras garras. No garras como las mías, que al fin y al cabo son armas ofensivas y defensivas, sino ropa hecha jirones, sucia y oliendo a porquería. ¿Sabes por qué? Porque es limosnero en una esquina muy transitada del centro de la ciudad. Se pone algo en un ojo para parecer tuerto y tuerce las piernas, y le va bastante bien, a juzgar por .los trajes y corbatas que usa (sin contar con que, el terminar el trabajo del día, se echa una loción bastante buena).
A los ninis los llevó porque quería ampliar el negocio, y había que enseñarles el oficio. A todos les dio telitas para los ojos, tatuajes falsos, cicatrices para pegar en los sitios más inverosímiles, heridas supurantes o sangrantes, al gusto del consumidor, pelucas con el pelo enredado y chorreando grasa… En fin, uno hasta se puso una especie de pierna falsa, y decía a los transeúntes que esa pierna le impedía caminar porque se tropezaba con las otras, y estaba totalmente incapacitado. No sabes el éxito que tuvo. Una de las chavas se puso en el vientre un con cojín, y parecía embarazada de 18 meses; ella lo explicaba diciendo que un embarazo se había sumado al otro, y que era muy peligrosa su situación, al grado que ninguna instalación de Salud quería atenderla por temor a matar a alguno de los ocho bebés que llevaba, porque venían todos enredados. Los distribuyó en las esquinas cercanas, de manera de vigilarlos bien, no fueran a escaparse con el producto del día. Les daba un porcentaje de lo recolectado; y luego a casita, a brindar por el éxito del día siguiente.
Cuando uno de los ninis se cansó, les dijo que estaba viendo la manera de dar factura a los que los ayudaran, factura que podía ser deducible de impuestos como “Actos de Beneficencia y Humanidad”. Les juró y perjuró que su contador ya estaba trabajando en ello, y que pronto tendría una resolución. Así, los transeúntes se animarían a darles más limosna porque, cuanto más dieran, menos impuestos pagarían. Y ellos serían incorporados a la economía formal, y tendrían derecho a Seguro Social y demás prestaciones de cualquier trabajador. Eso renovó el entusiasmo de los ninis, pero por poco tiempo; al final, todos dijeron que era mucho trabajo, y que preferían seguir cobrando lo que el gobierno les da porque sí, porque son unos pobrecitos que no saben hacer nada, y eso no es culpa de ellos, sino de la sociedad que así los formó. ¿Y crees que todos se regresaron a la azotea, a estarse tirados al sol o piropeando a las chavas de las otras vecindades (porque en la nuestra ya nadie los quiere)? En fin, que perdieron una oportunidad de oro para dedicarse a algo productivo.
El doctor (se le sigue llamando así, a pesar de todo) sigue viviendo aquí, y todos los días sale con su pequeño maletín; pero ahora busca gente en otras vecindades (con muy poco éxito, por cierto; y es que la gente es cada día más floja). A ver hasta cuando aguanta.
Te quiere,
Cocatú
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