CARTAS A TORA 204

Querida Tora: El muchacho del 7 sigue aquí, como una amenaza latente. Lo último que hizo fue soltar el rumor de que iba a sacar otra vez el periódico mural que tuvimos hace tiempo, dando noticias y...

27 de noviembre, 2020 CARTAS A TORA

Querida Tora:

El muchacho del 7 sigue aquí, como una amenaza latente. Lo último que hizo fue soltar el rumor de que iba a sacar otra vez el periódico mural que tuvimos hace tiempo, dando noticias y opiniones de lo que ocurre en la vecindad. Al portero no le gustó la idea, por supuesto, y se puso a pensar otra vez (lo que quiere decir que se encerró con la Flor unas horas). Luego citó a los guaruras y estuvieron elaborando un plan de acción. ¿Sabes para qué? Para organizar un  concurso de baile.

No sabes el entusiasmo que despertó la iniciativa. Sobre todo porque el baile va a ser danzón, y el que más y el que menos, todos se precian de ser extraordinarios bailarines de danzón. (Sabes lo que es el danzón, ¿verdad?). Había colas para inscribirse, y a nadie le importó lo alto del costo (que se va a emplear para arreglar la vecindad para el evento, comprar los premios y, lo que sobre, para diferentes actos de caridad). Desde las cinco de la mañana se empezaban a formar las filas, porque tenían que presentar un montón de papeles, contestar un  interrogatorio “cultural” sobre el baile y otros asuntos y hacer una pequeña prueba con  la pareja elegida. Con  eso, los entretuvieron como un mes, y nadie volvió a pensar en el periódico mural.

Y luego, los ensayos, Todos los días se escuchaban diferentes danzones en la vecindad pero, sobre todo, uno que se llama “Nereidas” (¿a que no sabes lo que es una nereida? Me dan ganas de ganas de convocar un concurso para averiguar por qué le pusieron ese nombre tan ajeno a una manifestación artística tan popular; pero lo dejaré para más adelante). Ensayaban en las casas, en los pasillos, en la azotea, en todos lados donde hubiera espacio suficiente. Que yo no sé por qué buscaban espacio, pues el danzón se baila en un ladrillo. No es que se suban a un ladrillo y no bajen más los pies, sino que se baila en el espacio que ocupa un ladrillo. Suena atractivo, ¿no te parece?

Y llegó el gran día. Mejor dicho, la gran noche. Vino gente de otras vecindades a presenciar el concurso, y antes de dar el tamborazo de salida, ya estaba el patio lleno de humo, de colillas y de vasos de papel arrugados; y los espectadores, más o menos cuspios (sabes lo que eso significa, ¿verdad?). Llegó la orquesta, se acomodó, y empezaron los trompetazos. ¡La ovación que se llevaron los del 18, que inauguraron el concurso! Los del 37 estaban desconocidos: ella de falda muy corta, que se le veían las piernas hasta el arranque del tronco; y él, de saco y corbata, con los zapatos brillantes como ascuas y un fistol del tamaño de una piedra de la calle (era un vidrio de ventana cortado, no vayas a creer otra cosa). Los del 23 mezclaron el danzón con un baile acrobático, y los ahuyentaron de la pista a fuerza de silbidos, porque “el danzón no debe adulterarse”. El portero también participó. Con la Flor, por supuesto. Ella, con vestido largo abierto hasta más arriba de la cintura, provocando deseos y murmuraciones; él, con  traje cruzado y un sombrero de los que ya no se encuentran en ninguna tienda, herencia de algún pariente olvidado. Los aplaudieron, claro; pero más “por ser vos quien sois” que por el virtuosismo que exhibieron en el baile.

El evento se tuvo que suspender a las siete de la mañana por agotamiento de los espectadores, y se aplazó para la noche siguiente. Así estuvieron tres días, tres noches llenas de alcohol y humo, de pisotones y maldiciones, en que los niños se dedicaron a tirar bolitas de papel masticado a los espectadores para calmar el aburrimiento. ¿Y a que no sabes quiénes ganaron? ¡Los del 56! Que, por primera vez en lo que llevo aquí, se presentaron correctamente vestidos y sin hipos ni aliento apestoso. Y no creas que les dieron el premio por esto sino porque, en verdad, bailaron en forma extraordinaria. Los hicieron repetir dos o tres veces, ya no me acuerdo. ¡Y las felicitaciones¡ ¡Y los abrazos! Entonces sí, los del 56 se pusieron hasta las chanclas y se olvidaron  de recoger el premio que, total, era un diploma hecho a mano por los “evangelistas” de Santo Domingo. Pero nadie les podrá quitar esos momentos de gloria en que marcaron el ritmo de “Nereidas” con tacones y caderas (viejas, pero bien sacudidas).

Los “actos de caridad” se redujeron a un vestido para la Flor, porque el que lució en el concurso ya estaba muy visto. Pero los vecinos se la pasaron en grande, y nadie se acordó del chavo del 7.

Yo también me la pasé en grande, viendo a todos contentos. Amolados, pero contentos.

Te quiere,

Cocatú.

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