CARTAS A TORA 199

Querida Tora: La vecindad anduvo muy revuela en días pasados, y por una cosa insignificante. Pero así es la gente. Un día llegó el muchacho ese que trabaja en televisión con una señora (o señorita, no lo...

16 de octubre, 2020

Querida Tora:

La vecindad anduvo muy revuela en días pasados, y por una cosa insignificante. Pero así es la gente.

Un día llegó el muchacho ese que trabaja en televisión con una señora (o señorita, no lo sé, pero para el caso, es lo mismo), y la llevó su vivienda, procurando que no la viera nadie. Pero la vieron todas las viejas que andaban de chisme en el patio. Claro que les picó la curiosidad. A mí también, pero como dicen que la curiosidad mató al gato, no quise ni acercarme. Pero, al fin, me fui a rondar las ventanas de la vivienda del muchacho ese. Solo alcancé a oír que la mamá, muy correctamente, le decía a la mujer que era bienvenida en su casa y que podía quedarse todo el tiempo que quisiera. Me pareció curioso, por decir lo menos, porque es una señora muy celosa de su hijo, y que cuida mucho su reputación (la de ella y la de su hijo, que anda en ese medio “tan difícil”, como suele decir); y eso me obligó a andar todo lo cerca que podía de la vivienda.

Y las inquilinas, más de lo mismo. Todo el día estaban yendo a pedir prestada una taza de azúcar, un poquito de vinagre, un chilito para la salsa o  para ofrecer a la dueña algo que no necesitaba en absoluto. La señora, muy correctamente, las atendía; pero no las hacía entrar a la casa. Eso las alebrestó (bonita palabra, ¿no?) como no te imaginas. Ya estaban pensando en organizar una entrada tumultuaria todas juntas, para averiguar lo que pasaba en el interior. Gracias a Dios no lo lograron (más bien, gracias a mí) porque yo me les enfrenté y rasguñé a dos o tres. Todas gritaron y se escandalizaron, haciendo que el muchacho y la señora salieran a “ayudarlas” lanzándome golpes y patadas. ¡Y yo que los estaba defendiendo! Pero no importa: las buenas obras se hacen desinteresadamente y no para quedar bien con alguien.

El caso es que el muchacho no salía de la vivienda, y las viejas empezaron a murmurar que se pasaba día y noche encima (o debajo) de la desconocida, y que tenía un aguante increíble en un hombre tan flaquito. Y como la mamá tampoco salía, dijeron  que habían formado un trío “impuro y pernicioso” (¡qué palabras!, ¿verdad?). Una de ellas fue a comprar un microfonito, y querían echarlo dentro de la vivienda aprovechando algún descuido de los moradores para enterarse de lo que pasaba. Pero no se presentaba ningún descuido, porque ni siquiera abrían las ventanas para orear los cuartos. Ya estaban desesperadas.

Empezaron a planear tirar la puerta, pero en eso, una de ellas trajo una de esas revistas de artistas que hablaba de una famosa cantante que había desaparecido de la circulación, retratada junto a nuestro vecino. Y todas dijeron “Es ella, que vino a vivir un romance prohibido”. Entonces, todas le tomaron simpatía ¿Te imaginas? Nada más porque es famosa…

Y siguieron rondando la casa, enarbolando los celulares. Y, por fin, obtuvieron lo querían. Una noche… mejor dicho una madrugada, porque eran las cuatro de la mañana, se abrió la puerta de la vivienda y salieron el muchacho y ella, muy abrigados.  Y de todas partes brotaron  las viejas a retratarlos. De nada valieron las súplicas de ella ni las amenazas de él. Dijeron que la admiraban mucho, y la animaban a que siguiera viviendo su romance prohibido (porque ella es casada, pero el marido anda de gira por el interior). Pero el muchacho, desesperado ante el acoso, les dijo que nada de eso era cierto; que la señora (ya sabíamos que era señora) había estado allí porque se había hecho una cirugía plástica, y no quería que nadie se enterara ni la viera hasta que estuviera bien. Y la cantante se descubrió majestuosamente su nueva cara, que es la misma de antes pero más restirada. Y todas las viejas prorrumpieron en gritos de admiración. La felicitaron por la decisión que había tomado y por su gran valor, la sobaron todo lo que pudieron y no le permitieron irse sin que les cantara “unas cancioncitas”. No tuvo más remedio que complacerlas, y allí se estuvieron  hasta que amaneció y  las viejas se empezaron a quedar dormidas en pleno patio.

Cuando por fin  pudieron salir, la cantante iba muy disgustada, diciendo que nunca nadie se había quedado dormido en sus conciertos. Pero las viejas estaban felices de haber sido las primeras en conocer el nuevo rostro de la popular estrella. Y pensaron hacer una placa que dijera “Aquí pasó L… su convalecencia”. Pero no se hizo porque a la hora de cooperar, todas se echaron para atrás.

Para que veas cómo es esta gente.

Te quiere,

Cocatú

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