A la memoria de mi entrañable amigo Leo Buscaglia.
Cada población se construye mediante historias. Los edificios más antiguos de un lugar no significarían nada si no fuera a través de lo que se cuenta acerca de ellos. La forma como los lugareños hacen memoria de su existencia dentro del escenario urbano, da cuenta del significado que éste ha tenido en sus propias vidas. En casos de ciudades muy antiguas esos relatos se han plasmado de manera oficial en los libros de historia local. Quizás estén asociados con eventos patrios que los resignifican en más de una manera. Para las poblaciones modernas, las narraciones de su gente se transmiten por otras vías, desde la tradición oral hasta la comunicación digital. Un buen ejemplo de crónica multimodal se ha desarrollado en estos dos últimos años, cuando la pandemia ha sido contada mediante diversos géneros literarios, imágenes, música y cine, entre otros. Tradicionalmente ocurre así, a través de la construcción de historias es como los ciudadanos otorgan un significado particular a cada calle y avenida, a los inmuebles representativos y a los personajes cuya actuación ha influido en la conformación citadina.
El 28 de junio de 1954 la ciudad de Piedras Negras (Coahuila) quedó bajo el agua. Tanto así que un semanario que cubrió la noticia avisó al mundo mediante grandes titulares en la plana principal: “Piedras Negras ha muerto”. Todo el primer cuadro, desde el cruce del río Bravo hasta lo que entonces eran los límites de la ciudad al poniente quedó bajo el agua. A partir de ese momento comenzaron a tejerse historias de héroes rescatistas, de ciudadanos que no dudaron en facilitar recursos propios para poner a salvo a los afectados. Están los relatos surrealistas, como el de la anciana que se resistía a ser rescatada, su casa estaba en la esquina de dos calles principales, llegaron en lancha por ella, pero se negaba a salir; finalmente se supo que en su colchón había ido guardando todo su dinero, y no fue hasta que los rescatistas aceptaron cargar también con el colchón, que la convencieron de evacuar su casa. Destaca la figura del doctor Armando Treviño Flores, personaje célebre de la región, quien puso a buen resguardo a infinidad de damnificados en un rancho de su propiedad: les proporcionó atención médica y los alimentó hasta que estuvieron en condiciones de regresar a sus casas. Es una tragedia que nos da para romantizar el pasado y descubrir que, finalmente, cuando se necesita la población se solidariza a favor de los más necesitados.
Coincide este aniversario con una labor de reorganización que traemos en casa. Mi hija Eréndira es aplicada alumna de Marie Kondo y tiende a volver minimalista una casa con una carga familiar de varias generaciones. Yo podré escribir algún día mis propias historias, de objetos que, en un abrir y cerrar de ojos, terminaron convertidos en donaciones sin que yo me enterara. En fin, con ese espíritu oriental comenzamos a sacar muchos elementos que tienen mínimo o ningún uso, aprovechando destinarlos a un bazar que organiza el Seminario local. Así hace un par de años proveímos parte del menaje para un bazar de caridad y hemos donado colecciones de libros a diversos recintos. Con esto último se replica el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados relatado en el evangelio de San Mateo, pues después de que sale una parte de la biblioteca familiar, en un par de años estamos igual de saturados de títulos.
Esta providencial coincidencia del aniversario de la inundación y la depuración doméstica, se da justo cuando ocurre la tragedia del colapso del edificio en Miami, en el cual quedaron un piso encima del otro, como una torre de panqueques. Ante ese escenario me pregunté qué tanto es lo que necesitamos en nuestra vida y qué tanto vamos cargando sin atinar a deshacernos de ello, ya sea por tradición familiar, por nostalgia, por culpa o por costumbre. Hay varios elementos en casa que van por la cuarta generación de permanencia entre nosotros y que simplemente no me animo a dejar ir. Recuerdo entonces una reflexión que leí en algún libro de Leo Buscaglia, entrañable amigo, cuando hablaba de los tifones en Asia: “Si te dijeran: Tienes cinco minutos para colocar en una mochila lo más valioso de tu casa antes de salir corriendo: ¿qué te llevarías?”. Es buen momento para actualizar las palabras de ese autor, fundador de la cátedra “Amor” en la UCLA Pasadena, y no esperar una inundación para tomar esas decisiones. Además, en mi caso, a estas alturas del partido, revisar y depurar cosas representa aligerar para mis hijos el trabajo de quitar cosas más adelante.
Revisar, reorientar, dejar partir: Acciones que nos liberan de la asfixia doméstica y nos construyen un espacio a donde expandir nuestra creatividad. Eréndira Kondo y yo hemos avanzado bastante, pero aún nos falta. A pesar de ello, ya siento que comienzo a respirar mejor dentro de casa. Lo que definitivamente no es depurable, es el archivo mental de memorias que nos construyen como personas, como familia y como país: las charlas de sobremesa; la transmisión de valores propios del clan familiar y de los círculos más íntimos de amigos. Compartir entre diversas generaciones la forma de apreciar lo que nos rodea para enriquecernos. Hacer de ello una costumbre, un estilo de vida. Ahora bien, de las cosas materiales, tener en mente, qué es aquello tan valioso como para echar en la mochila personal antes del tifón.
CARTAS A TORA 370
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