En el año de 1912 partían dos expediciones rumbo al último reducto en la Tierra aún no pisado todavía por el ser humano: el continente antártico en el austral océano ártico. Un Capitán noruego, Roald Amundsen, que tenía la ventaja de haber convivido en sus juventudes e infancia con esquimales de quienes aprendió claves y secretos de la vida en los hielos, y el también Capitán inglés Robert Falcón Scott.
Con pocas semanas de diferencia, Amundsen fue el pionero, regresando junto con el puñado de compañeros elegidos entre toda la expedición para tal honor con vida, haciendo de conocimiento al mundo entero desde Australia de su epopeya histórica; Scott por el contrario, amén de ser el segundo en pisar esos ignotos suelos con su respectiva y selecta comitiva, no logró sobrevivir al regreso, apareciendo congelado junto con el puñado de compañeros de gloria. El resto de la expedición, llegados mejores climas, o menos peores, en este particular caso, fueron a su búsqueda, encontrando cámaras con rollos por revelar, conmovedoras cartas y los restos de sus héroes.
A pesar de haber tenido dispares fortunas en cuánto a las circunstancias de sus logros, ambos casos tenían un común denominador: una caja de plomo sellada por expedición, una ingresa y la otra noruega; las dos con una petición expresa por escrito, grabadas con cincel sobre el pesado plomo de las cajas, con referencia puntual de no abrir hasta el lejano año de 1972. Sí, casi tres cuartos de Siglo después de sus épicas travesías, a no desear las peores desgracias ceñidas contra los inoportunos y eventuales desobedientes que osaran tan solo intentar abrir, antes del tiempo manifestado, aquellos enigmáticos y extraños paquetes metálicos.
Por fin llegada la fecha indicada de 1972, se abrieron con suma intriga dichos cofres. En su interior hallaron algo muy lejos de oro y plata, como no pocos especularon a través de los años. Se trataba de unos sucios y gastados pergaminos qué contenían ni más ni menos partituras musicales. Cada país, Reino Unido y Noruega vía sus autoridades marítimas, dieron, primero los ingleses y una década después los noruegos, dichos documentos a sus músicos más talentosos del momento.
Hasta el día de hoy se reproducen, por millones, las melódicas notas que, a manera de febril alucinación, plasmaron ahí Amundsen y Scott sobre los indomables hielos eternos, y es que, por un lado, el británico, se trata de ‘BOHEMIAN RHAPSODY’ puesta en manos de su legendaria agrupación QUEEN y su líder Freddie Mercury, entregada en 1975 y de Morten Harket, ‘TAKE OK ME’ el tesoro guardado en el cofre noruego, entregada una década más tarde, en 1985. La petición escrita en un pergamino adjunto a sendas partituras de que muy poca gente se enterara del origen de éstas, no advertía de maldiciones en caso de hacerles caso omiso. Es por eso mismo que hoy me atrevo a contar esta prácticamente secreta, alucinante y melómana historia.
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