Escritores, novelistas y poetas se han valido del ensayo para ir más allá, explicar su obra, meditar sobre las obras de otros escritores y decir todo aquello que piensan. Sus ensayos son siempre una invitación infinita a la disertación, una invitación para nosotros, los lectores, quienes también estamos ensayando.
Lejos de cualquier duda, ya sea que se le considere dentro de un entorno clásico o en la literatura contemporánea, encuentro una gran riqueza discursiva en esta forma literaria resguardada por la misma coherencia intelectual del hombre que discurre frente a la vida.
Estas meditaciones, inmersas en el proceso histórico del ensayo, se desarrollan en virtud del constante escrutinio que el género padece sobre la veracidad del mismo, no tanto por su contenido, que apela a la conciencia y coherencia en el razonamiento del ensayista, sino por su forma ambigua e imprecisa; motivo por el cual, y dada su estructura y temática, en ocasiones se le ha querido deslindar de una clasificación literaria, en contraste con la novela, el cuento, la poesía y otros géneros literarios.
Así llego a la soledad del “pachuco” en la mirada de Paz como un breve ensayo libre en el que procuro exhibir la constante reflexión de una sociedad a través de la palabra de un escritor que se dispuso a desmembrar el pensamiento del mexicano y la identidad del individuo mediante la figura del “pachuco”, el joven mexicano de clase humilde que vivió en los Estados Unidos por la década de los años cincuenta, y que con un estilo particular pretendía defender su individualidad. Abarco únicamente este capítulo del gran ensayo de Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad, pues abre el mismo como la puerta que nos refiere la búsqueda de nuestro autoconocimiento, de lo individual a lo colectivo. ¿Será el “pachuco” el reflejo de la ausencia del alma mexicana?, se pregunta Octavio Paz.
La magia de las páginas del Laberinto de la soledad radica en el desgrane que hace el ensayista y poeta sobre el pasado del pueblo mexicano hasta mediados del siglo XX. Ese análisis, que desde sus cimientos intenta descubrir lo que somos, sirve como espejo en distintos momentos históricos para exponer la esencia del hombre. Ensayo cargado de un auténtico y polémico discurso que entiendo como la introspección constante que hace el escritor en sus páginas, y que es tan subjetivo como la interpretación que cada lector dé a las ideas que se plantean.
Casi todo se ha dicho sobre esta obra; mi intención es ceñirme a comentarios personales sobre la relación autor-libro y dar un breve acercamiento hacia la figura del “pachuco” como símbolo y significado de identidad social, y la parte más autobiográfica del ensayo paciano.
“El pachuco y otros extremos” nos habla sobre la identidad mexicana, he querido referirme a este capítulo porque es con el que Octavio Paz se acerca al mexicano que busca, aquí o allá, una identidad, el sentirse parte de algo, y hasta que no lo encuentre volcará sus entrañas históricas en un sentimiento de soledad, incluso de inferioridad.
Decenas de estudios y ensayos han permitido que las apreciaciones consoliden y bifurquen la verdadera intención del autor; admiradores y detractores han opinado, a partir de este libro, sobre la identidad nacional del mexicano.
El contexto cultural, social e histórico que rodea a Paz es determinante para comprender sus ensayos envueltos en una prosa sobresaliente; ensayos que son un compendio del pensamiento de este mexicano que desde el extranjero analiza actitudes, expresiones y estados de ánimo cargados de una historia llena de transgresiones. A pesar de haberse publicado hace más de medio siglo, los análisis que realiza Octavio Paz en su libro parecen actuales. Es, todavía, una reflexión sobre las coincidencias y las unidades históricas de Hispanoamérica y del mundo. Es una búsqueda para entendernos.
Ciertamente, los temas que plantea Paz no son nuevos, pero sus propias reflexiones son argumentos válidos y defendibles desde su trinchera.
Considero necesario explorar un poco el contexto histórico que envolvió a Paz antes de terminar esta obra en París entre 1948 y 1949, porque, aunque Paz visualizó lo mexicano desde su nacionalidad, lo hizo en el extranjero, hasta cierto punto, desde una mirada ajena.
Dos figuras sobresalen en la vida familiar de Octavio Paz, su abuelo, Irineo Paz, escritor, intelectual y allegado al gobierno de Porfirio Díaz y su padre, Octavio Irineo Paz, simpatizante de la Revolución Mexicana y cercano a Emiliano Zapata. Sus antecedentes quizá lo dotan de una sensibilidad ante la realidad del país desde muy pequeño. Asimismo, desde la juventud, Paz mostró una gran admiración por Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Javier Villaurrutia, así como por Pablo Neruda, Borges, Proust, T.S. Elliot, André Breton y Trotsky, entre otros.

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