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Durante la primera visita de Octavio Paz a España, en 1937, inicia esa profunda reflexión sobre la realidad de su país. Para 1942 el escritor ha madurado, sus ideas se ven reflejadas en El Laberinto de la Soledad y se reducen a la vergüenza de ser del mexicano, “la fiesta como ritual sagrado, la cortesía como simulación, el rescate del pasado histórico y el legado religioso”.
A finales de 1943, Paz se marcha de México con una beca Guggenheim y se instala en Berkeley, California. Más adelante incursiona en el servicio diplomático (por un poco de milagro, nos narra el poeta en una entrevista a la televisión española). Viaja por Estados Unidos, Francia, India, Japón y Suiza. En Francia termina de escribir El Laberinto de la Soledad, que está dividido en ocho capítulos y un apéndice: “El pachuco y otros extremos”, “Máscaras mexicanas”, “Todos santos, día de muertos”, “Los hijos de la Malinche”, “Conquista y Colonia”, “De la Independencia a la Revolución”, “La inteligencia mexicana”, “Nuestros días”, y, a modo de apéndice, “La dialéctica de la soledad”. A través de cada apartado, con una investigación histórica y una narrativa clara, Paz logra que nos cuestionemos de manera constante sobre lo que somos; en cada reflexión se encuentra un profundo estudio sobre la antropología mexicana; imágenes que cultivó por años para comprender que la historia, y los choques culturales son un pilar en la interpretación que el mexicano hace del amor, la mujer, la fiesta, la palabra y la muerte.
Paz vivió en una época en la que todo intelectual se cuestionaba sobre lo mexicano, la identidad y lo nacional, porque era precisamente la época donde se trataba de asentar nuestra identidad. Hasta nuestros días, el tema se sigue abordando desde el punto de vista histórico, sociológico, psicológico y filosófico.
Mientras vivía en Los Ángeles (con atmósfera muy mexicana, nos dice el poeta), Octavio Paz tuvo un verdadero acercamiento con la comunidad méxico-americana, se reconoció en aquellos mexicanos; surge “El pachuco y otros extremos”.
Podríamos afirmar entonces que el tono de su primer capítulo es autobiográfico. Así, el protagonista que abre sin preámbulo El Laberinto de la Soledad es el “pachuco”, porque de alguna manera a Paz le tocó vivirlo, sentirlo, olerlo.
Según la Discovery Guide, Los Ángeles, en la década de los años treinta a los años cuarenta, se caracterizó por un estilo de vestir conocido como zoot suit, que llevaban jóvenes mexicanos, afroamericanos y judíos de la clase obrera o pobre, “estos trajes a la medida tenían hombros anchos y pantalones de cintura angosta que llegaban a los tobillos. Los trajes tenían como accesorios un llavero que colgaba de un bolsillo, un sombrero de fieltro y un peinado de cola de pato”.
Los “pachucos” eran jóvenes identificados por dicho atuendo, caló, música y baile característicos; rechazaban el sistema y llegaron a representar uno de los primeros movimientos de lo que se conoce como contracultura en México. Aunque estos personajes no sean actuales, se trata del antecedente de lo que hoy conocemos como “chicanos”.
En su momento, Octavio Paz se identificó con el “pachuco”, y decidió empezar con este apartado, quizá porque no fue producto de sondear la historia en libros o inspirarse en la tradición oral, sino porque lo vivió, y aclaró entonces su propia idea en relación con la identidad cultural y su particular punto de vista sobre la individualidad del hombre.
Leer y releer “El pachucho y otros extremos” ha resultado una gran experiencia. Quizá no debemos hablar de la falta de identidad, pues, a pesar de ser para ellos una lucha constante, termina adoptando una propia en el extranjero, aunque no se reconozca como mexicano ni como norteamericano. Emergió otra identidad y llegó a influir tanto que se adueñó de una moda.
Paz señala que la soledad es exactamente ese sentimiento complejo donde se sustenta la aspiración de ser diferente. Considero que no es necesario caer en el estereotipo del “pachuco” para sustentar el sentimiento de soledad y la búsqueda de ser diferente; es ya una conducta colectiva, incluso en México.
El Laberinto de la Soledad es un libro de “cabecera” para cualquiera que sea mexicano, e incluso para quien no lo sea. Lleva al extremo la reflexión mediante la descripción de rasgos sociales, culturales y hasta psicológicos de un pueblo que es producto de su historia. Cabe resaltar, de nuevo, el carácter subjetivo del ensayo.
Como leí alguna vez, El laberinto de la soledad es hijo de su tiempo…, yo agregaría, un legado para el mío.
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