La reciente quiebra del Silicon Valley Bank (SVB), una icónica institución financiera del sector tecnológico con una antigüedad de 40 años y resultados positivos en más de 30 años ha puesto a temblar al sector financiero internacional y amenaza en volverse en una “corrida” que genere quiebras masivas.
La pregunta que todo mundo se hace es: ¿la quiebra del SVB se debe a una crisis de la industria tecnológica o a problemas de gestión del banco? La respuesta es sí y no. Vamos por partes para poder explicarnos.
Nadie duda de la importancia de la industria tecnológica, pues se reconoce que está relacionada con la creación de más de la mitad del PIB mundial. Al menos cinco de las 10 empresas de mayor valor son tecnológicas: Apple, Microsoft, Google, Amazon y Tesla (bit.ly/407DDuY).
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La industria tecnológica vive una desaceleración después del boom experimentado en la pandemia del covid-19, donde el mundo se volvió dependiente de la tecnología para no parar. Un ejemplo de este crecimiento explosivo fue el caso de Zoom, que llegó a valer lo mismo que Exxon en 2021. ¿Qué pasó? Que todo fue aparentemente una realidad pasajera. La naturaleza humana se impuso e hizo que una porción importante de la humanidad regresemos a nuestros métodos de trabajo presenciales.
Ello ha hecho que la mayoría de las empresas de la industria tecnológica reajuste sus gastos para adaptarse a la realidad.
Pero la industria tecnológica no muestra elementos para asegurar que está en crisis. De acuerdo con un reporte de ITreseller.es, la inversión en tecnología en 2022 logró un crecimiento de alrededor del 5%. Este dato podría ser mucho más optimista este año, de acuerdo con proyecciones realizadas por la compañía tecnológica Bain&Company. “Se espera que 70% de las empresas aumenten sus presupuestos de tecnología en 2023 o lo mantengan igual” (bit.ly/42r7L6G).
“Algunos analistas sugieren que la desaceleración en la industria de la tecnología ha afectado a las empresas que dependen de la financiación del SVB. Las empresas emergentes, que antes tenían una gran cantidad de inversionistas y un crecimiento acelerado, se han enfrentado a un entorno cada vez más difícil para obtener capital y se han visto obligadas a reducir sus gastos.
“Esto ha llevado a una disminución en la demanda de préstamos y servicios bancarios, lo que ha afectado la rentabilidad del SVB y de otros fondos de inversión especializados” (https://openai.com).
Los diferentes gigantes tecnológicos han venido anunciando importantes recortes a sus plantillas de personal y a sus gastos operativos. Recogidas las ganancias por la pandemia del covid-19, se reorganizan para aprovechar las nuevas oportunidades del mercado, como es el apetito por la inteligencia artificial.
Lo que sí parece haber existido es la participación del sector tecnológico en la velocidad de la quiebra de SVB por el tipo de cliente que tenía, y a su lugar histórico en las startups y la comunidad emprendedora.
“Es posible que la clientela del SVB, que pasa tanto tiempo en línea, haya contribuido a su ruina. En la mayoría de los bancos regionales normales y medianos, lo que ocurrió en este quizá no habría provocado un pánico bancario. Los bancos venden activos todo el tiempo. Pero los depositantes de SVB no son clientes normales. Son fundadores e inversionistas de empresas emergentes, el tipo de personas que escudriñan los registros de valores de los bancos, que prestan especial atención al riesgo y a la volatilidad y que —lo más importante— hablan entre sí todo el día en internet.
“En cuanto algunos miembros del sector empezaron a plantear dudas sobre la solvencia de la institución, los canales de Slack y perfiles de Twitter se activaron con advertencias graves de capitalistas de riesgo y, al poco rato, muchas personas tenían miedo” (bit.ly/3TdMXLL).
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La quiebra del Silicon Valley Bank puede ser una alerta temprana de la necesidad de repensar los esquemas de financiamiento de la industria tecnológica y los riesgos de contagios por la velocidad de la comunicación en el mundo digital. Esperemos que las consecuencias de su caída sean limitadas y temporales. El mundo en los albores de la recesión económica no necesita más malas noticias.
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