El gigante de nuestro sistema solar, Júpiter, resulta ser una suerte de arma de dos filos para nuestro minúsculo punto azul en medio de la inmensidad: el planeta Tierra. Y es que Júpiter hace las veces de un pararrayos, de una aspiradora cósmica que, dado su potente campo gravitacional, absorbe infinidad de cuerpos celestes errantes que impactan en su gran masa, no pocos de los cuales habrían ya impactado nuestro privilegiado, pero indefenso planeta.
Asteroides, meteoritos y cuerpos de todo tipo son desviados por el planeta gigante, atraídos hacia él. En los últimos años, por ejemplo, dado los avances tecnológicos en lo que a telescopios se refiere, se tienen perfectamente documentados tres enormes impactos en Júpiter: 1994, 2009 y 2010, pero es constante el fenómeno de la atracción de cuerpos espaciales errantes por Júpiter, al cual le debemos, sin más, la vida misma.
Ahora, la otra cara de la moneda del citado enorme vecino cósmico radica en una teoría recientemente ventilada que involucra a Júpiter en el evento catastrófico que terminó con los dinosaurios. Debido a que su misma fuerza gravitacional, el gigante gaseoso es capaz de desviar la trayectoria de eventuales cometas cuya poderosa fuerza tendría la capacidad de producir una metralla cometaria con buen potencial de golpear a la Tierra con uno de estos fragmentos.
Un evento similar al supuesto anteriormente descrito, se presume, fue el responsable del mortal impacto que sufrió nuestro planeta hace unos 66 millones de años, aniquilando el cataclismo más del 80% de la vida entonces existente, impacto que, por cierto, sin él, la vida humana no habría sido posible. El meteoro gigante chocó con nuestro mundo en un área que hoy se encuentra en lo que es Yucatán (México) en un cráter hallado en décadas recientes, conocido como Chicxulub por un poblado ubicado en medio del área. Pero esto será materia de un texto que estará incluido en una próxima entrega en este ameno portal.
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