El turno de Ferrari. Dictadura de las Big Tech y la manipulación

Siglo XXI: nuestros derechos, valores y libertades fundamentales amenazados por dictaduras públicas, partidistas y tecno-empresariales.

20 de mayo, 2024

¿En el siglo XXI las Big Tech dominarán nuestra forma de vida? Vivimos pendientes de los sistemas políticos autoritarios, de derecha o de izquierda, que buscan limitar valores, derechos y libertades, pero en esta nueva era de avances tecnológicos sin precedentes, donde la tecnología impregna prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas, debemos empezar a cuestionarnos sobre actitudes de tipo despóticas de las élites que controlan los dispositivos y aplicaciones tecnológicas de las cuales dependen ya gran parte de nuestras interacciones sociales, financieras, políticas, y culturales. Si bien estas innovaciones han traído numerosos beneficios, también plantean preguntas profundas y preocupantes sobre cómo la tecnología está dando forma a nuestra sociedad e influyendo en la dinámica de poder.

Todos los días, los algoritmos están determinando alguna de las facetas de nuestras vidas, nos demos cuenta, o no, de ello. Y puede ir desde aspectos aparentemente no esenciales, hasta convertirse en factores para dirigir nuestras creencias, ideologías y decisiones políticas, financieras, y de relaciones sociales, con el uso, por ejemplo, de aplicaciones de redes sociales, fintechs, e-commerce, y e-videos, además de la inteligencia artificial -IA-. 

Y para muestra un botón que da lugar a implicaciones mayores, el de Whatsapp, el servicio de redes de e-mensajería que, sin previo aviso, recientemente impide a los aficionados de un deporte como la Formula 1 compartir con sus contactos el tradicional “emoji” que hacía referencia a un Ferrari, ya que sorpresivamente dejó sin esa opción a los usuarios por la alianza que Mark Zuckerberg (CEO y fundador de Meta, dueño de Whatsapp), acaba de firmar entre Meta y el equipo germano Mercedes AMG F1, convirtiéndose en el primer patrocinador deportivo de la aplicación (con ello, ahora todos sus usuarios deben alinearse a dicha escudería ya que al presionar el tradicional icono del auto rojo, se sustituye este por uno que representa al auto de Mercedes-Benz). Esta decisión afecta a los más de 2 mil millones de usuarios, a nivel global, que tiene dicha app. 

Preludio de lo que pudiera suceder no solo con el manejo de los demás emojis que en esta era digital sirven como representación visual tanto de ciertas emociones humanas, como de objetos, animales e incluso de ciertos símbolos (cuyo uso está muy extendido en Internet, como modo informal de comunicación), sino con los demás rubros de las plataformas digitales. 

Aunque aparentemente este cambio repentino de iconos parecería ser un asunto sin trascendencia, es muestra clara de cómo hasta en lo “insignificante”, el control de las Big Tech puede tener profundas consecuencias en nuestras vidas individuales y colectivas, donde quedamos sujetos a la voluntad de los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas en cuanto a nuestras expresiones, aficiones, gustos y preferencias.  Una manera aparentemente “intrascendente” de control social, cultural y económico. Y es que, en este caso, aunque sus intereses comerciales como vender publicidad, es una prerrogativa de cualquier empresa, el generar recursos a partir de la limitación de las opciones para expresarse de sus propios usuarios, que constituyen su razón de ser, parece ser poco ético, y un abuso de poder, sobre todo cuando se trata de una empresa como Whatsapp, que presta servicios de comunicación. 

Y los ejemplos del control casi ilimitado que ejercen las Big Tech en nuestras vidas, sobran. Hace apenas unos días, las empresas de Zuckerberg impidieron la transmisión del video de campaña del candidato independiente a la presidencia de EEUU, Robert F. Kennedy Jr., aparentemente por los intereses políticos de ese conglomerado tecnológico. Ante esto, Kennedy Jr. demandó a Meta en un tribunal federal de ese país, alegando que Facebook e Instagram censuraron el documental de su campaña presidencial. Las dos plataformas de redes sociales propiedad de Meta eliminaron “Who is Bobby Kennedy”, un video producido por su comité de acción política, poco después de su lanzamiento el 3 de mayo y bloquearon a los usuarios para que no “la vieran, compartieran o incluso publicaran un enlace a ella”, según el propio Kennedy Jr. (https://news.bloomberglaw.com/litigation/rfk-jr-sues-meta-says-presidential-campaign-video-was-censored ).

También, en meses pasados el modelo de IA generativa de Google pretendió, en una versión de “cancel culture”, presentar su chatbox con una visión sesgada hacia valores DEI que finalmente fue denunciada por varios usuarios, encabezados por Elon Musk quien, por su parte, en nombre de lo que él define es la “libertad de expresión” (con inclinación hacia tendencias conservadoras), se niega a acatar acuerdos para impedir que los deepfakes y fake news inunden la Red X, como protección contra las fuentes de desinformación. 

Es evidente que las plataformas digitales, ahora potenciadas con la IA, tienen además la posibilidad de dirigir la información, dar forma a narrativas y crear “burbujas” por manipulación algorítmica de nuestros “feeds”, que pueden influir en nuestra percepción de la realidad, lo que al final, afecta el debate público y debilita los cimientos de la democracia.

Y hoy por hoy no hay quien los detenga. Estamos en sus manos. ¿Quién, como usuario de la tecnología, está verdaderamente consciente de que cada vez que, casi en “automático”, aceptamos los “términos y condiciones” de todas y cada una de las aplicaciones tecnológicas que nos ofrece la era digital, estamos cediendo y poniendo en manos de quienes controlan la evolución tecnológica, aspectos fundamentales de nuestras vidas, transformando la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos?

Por otra parte, está el tema de la seguridad y la privacidad. Con su renuncia esta semana, Jan Leike, alto ejecutivo encargado de los sistemas de seguridad de OpenAI, acusó que su CEO y fundador Sam Altman, junto con Microsoft y Bill Gates “en los últimos años, han rezagado a segundo plano la cultura y los procesos de seguridad frente a los productos de gran brillo”, como ChatGPT. Leike, cuya renuncia se suma a la del co-fundador de esa empresa, Ilya Sutskever, señaló que, “hace mucho que deberíamos tomarnos increíblemente en serio las implicaciones de la IA generativa -AGI-“; “OpenAI debe convertirse en una empresa de AGI que priorice la seguridad, y no está siendo así”.

Con nuestra privacidad en riesgo, se da lugar a una sociedad cada vez más monitoreada y vigilada (cada aspecto de nuestras vidas genera datos que son recopilados en bases de datos que amenazan nuestra seguridad, minada en la forma de Big Data). Una preocupación que, aunque queda evidenciada con la orden oficial de prohibir TikTok en EEUU (por la supuesta influencia del gobierno chino en ByteDance), debería tener ciertos efectos, de una u otra forma, al menos regulatorios, para todas las plataformas digitales.

La concentración de poder por parte de las empresas tecnológicas se incrementa a un ritmo acelerado. Con su creciente influencia, algunas voces han llamado a estos gigantes tecnológicos un “nuevo tipo de gobierno”. Estas empresas se involucran en temas políticos y culturales, desde campañas electorales hasta temas sociales controvertidos. Influyen en la opinión pública y dan forma a la agenda política, a menudo sin el debido escrutinio o transparencia. 

Los gigantes tecnológicos ejercen una influencia significativa en la política, la economía y la cultura y lo social, y esta concentración de poder puede afectar negativamente la diversidad y la competencia. En el Foro Económico de Qatar de esta semana se discutió sobre el futuro de Internet (columna vertebral de la sociedad del siglo XXI, que en 2023 tuvo un número estimado de usuarios de 5,400 millones -el 67 por ciento de la población mundial-), que habrá de ser definido por un grupo selecto. 

Así, en medio de estos desafíos éticos y legales, que deben abordarse, debemos buscar la manera de incidir para dar forma a un futuro más equitativo, donde no se cancelen arbitrariamente nuestros derechos, libertades y valores fundamentales. Se requieren esfuerzos continuos por parte de los gobiernos y la sociedad civil para desarrollar e implementar políticas y regulaciones efectivas que garanticen responsabilidad en el avance tecnológico.

Por su trascendencia en todas las esferas, la tecnología debe servir al bien común respetando los principios democráticos y protegiendo el interés general en equilibrio con los intereses particulares de un puñado de poderosos empresarios de esta industria. Debe garantizarse que la tecnología siga siendo una herramienta de progreso y no una fuente de opresión.  Bajo advertencia no hay engaño.

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